Fallas de luto
Las fallas de este año, si es que
llegan a celebrarse, que es posible que no, no serán unas fallas de alegría, de
fuegos de colores y de turistas boquiabiertos ante el fantástico espectáculo,
serán unas fallas vestidas de luto debido al pavoroso incendio que el pasado
jueves nos sobrecogió tanto a los valencianos como a todos los españoles.
Gran tragedia
Una casa es de las cosas más
importantes que podemos tener, lo que a la mayoría de las personas nos cuesta
mucho pagar, el museo personal donde vamos guardando nuestros recuerdos a
sabiendas de que solo son importantes para nosotros, el lugar donde queremos
estar, si estamos mal, y donde queremos volver por bien que estemos cuando
estamos fuera de ella, por lo que entendemos, como entendieron todos los
valencianos, el drama de las personas que aquella tarde salieron a buscar a sus
hijos al colegio, a darle un paseo al perro o a comprar cualquier cosa sin
salir del barrio y al volver se encontraron con que su casa había desaparecido
del mapa por un fuego que acabó con el edificio a velocidad de rayo. Horror,
horror, horror, no hay otra palabra que defina mejor la situación. Imposible
salir del trance por sí solas. Afortunadamente, y como no podía ser de otro
modo tratándose de trabajadores, contaron con los bomberos y el portero de la
finca que arriesgaron su vida por salvar a los vecinos; también con los
ciudadanos, que sin que nadie se lo pidiera, corrieron con ropa y otros enseres
de urgencia porque se quedaron en la calle y con lo puesto. Las autoridades,
como es de costumbre en estos casos, además de los tres días de luto oficial y
suspender todos los actos festivos previos a las fallas, se han mostrado muy
orgullosas de los profesionales y de los valencianos, se han deshecho en
palabras de gratitud, de reconocimiento, de tristeza por los diez muertos, de preocupación
por los heridos que se recuperan favorablemente gracias a Dios, y se han
comprometido a ayudarles en todo y rápidamente. Esperemos que en lugar de tantos
parabienes aprendan de ellos y no se olviden de sus obligaciones, pero para eso
habrá que esperar, como habrá que esperar para saber, si es que se llega a
saber, que no es fácil, por qué un fuego puede acabar en un instante con un
edificio de tan solo veinte años.
Datos que dan miedo
El edificio, de dos bloques
unidos, contaba con 14 y 10 plantas respectivamente y 138 pisos en los que
vivían 450 personas. Más que un edificio de viviendas, era un municipio a lo
alto en lugar de a lo ancho, algo que debería estar prohibido si la
accesibilidad, la seguridad y la incomunicación de los ciudadanos les
preocuparan tanto a los políticos como predican. Fue construido en los años en
los que los pisos se vendían como rosquillas debido a que los bancos ofertaban
hipotecas a personas que no fueran solventes y además las animaban a solicitar
un préstamo para los muebles, lo que provocó una crisis que se saldó teniendo
que rescatar a los bancos con nuestros impuestos y muchos pisos cerrados. Por
aquellos días las prisas por construir eran muchas, y los constructores, uña y
carne de los políticos. ¿Se utilizaron los materiales adecuados que es donde
parece que esté el motivo de la rapidez con la que se propagó el fuego? Los
papeles dirán que sí, y si los papeles dicen que sí, es que sí. Y si hay que
inventar alguna historia para justificar chanchullos, se inventa y punto, que
en eso los expertos no fallan nunca.
Un día de suerte a pesar de todo
Vivir es un riesgo, ya lo
sabemos, y nadie puede garantizar nada al cien por cien, pero de los errores sí
se puede y se debe aprender a evitar que los daños sean menos. Nos
conformaríamos con que se dejaran de construir edificios de tantas plantas.
Otra cosa no tendremos, pero pueblos vacíos que se pueden convertir en pequeñas
ciudades, muchos. El jueves, aunque parezca un contrasentido, fue un día de
suerte porque el incendio empezó a las cinco de la tarde, si se hubiera
retrasado tres horas, solo tres horas, cuando muchas personas terminan su
jornada laboral, cuando hay que llegar a casa para ayudar a los niños a hacer
los deberes, cuando hay que hacerles la cena, ducharlos y meterlos en la cama,
cuando quien más y quien menos descansa leyendo un libro o viendo un partido de
fútbol, hoy estaríamos llorando por decenas y decenas de familias muertas al
completo. Mejor ni pensarlo.
26-II-2024
María Jesús Sánchez Oliva