sábado, 31 de marzo de 2012

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Queridos lectores:
Acaba de salir el número 2 de 30 días, mi periódico, tu periódico, el periódico de cuantos quieran leerlo.
Te recuerdo que puedes ser uno de mis corresponsales. Para esto basta con que envíes tus crónicas a: mjsanchezoliva@gmail.com, poniendo en el asunto 30 días y en el mensaje el lugar de procedencia.
En primer lugar quiero darles las gracias a Silvia y a Daniel: se han añadido como seguidores. Aunque sólo fuera por ellos, vale la pena haber inventado este periódico.
María Jesús.

La Vitrina

Si alguien me preguntara si estoy a favor de que las novelas sean llevadas al cine, o sea, de que se hagan películas de novelas, no sabría responder. Es verdad que prefiero obras escritas para el cine, que echo de menos que no se escriban más, pero no es menos cierto que grandes novelas de nuestra literatura no se conocerían o se conocerían por muy pocos si no fueran llevadas al cine. Así pues me decanto porque convivan sin abusar las dos fórmulas y que cada cual elija la que prefiera. Lo importante, al menos para mí, es no ver nunca una de estas películas sin antes no haber leído la novela; unas ganan, otras pierden, pero vale la pena conocer las dos versiones. Es el caso de “La voz dormida”, de Dulce Chacón, gran autora extremeña que lamentablemente nos dejó muy joven.
La voz dormida es un magnífico retrato de la posguerra española vista desde el bando de los perdedores. La lucha de las mujeres, su situación en las cárceles, las ejecuciones en masa…las miserias, el hambre, los miedos. Y si la novela no tiene desperdicio, con la película sucede lo mismo. Hay que destacar la interpretación de María León, en el papel de Pepita, está, sencillamente, genial.
Los únicos puntos negativos, tanto de la novela como de la película, y más por sacarle punta para entrar en polémica que por restarle importancia, son los siguientes:
Primero. Puede que ante las obras los no dados a entrar en reflexiones piensen que los perdedores fueron los buenos y los ganadores los malos. Nada más lejos de la realidad. En aquella maldita guerra, como en todas las malditas guerras, los únicos buenos fueron las víctimas, y los protagonistas de “La voz dormida” todos fueron víctimas.
Y segundo. Posiblemente, para los que no conocieron aquella maldita guerra, los hechos parezcan exagerados. Nada de eso. Afortunadamente yo no conocí aquella maldita guerra pero por razones de trabajo sí a muchas personas que la vivieron, y estoy convencida de que por mucho que nos cuenten, jamás nos contarán los horrores, las barbaridades y las injusticias que soportaron aquellos españoles, no sólo durante los tres años que duró la contienda, también durante la larga posguerra. Por aquellos días, alguien dijo: “Los que se vengan de los perdedores, no merecen la victoria”, y sobran testimonios para saber que el bando ganador lo dejó de sobra, tan de sobra que hay que reflexionar muy poco para darnos cuenta de que los hechos dejaron tales secuelas que todavía hoy nos están pasando factura.

Mesa camilla

Por fin, este año, el “Día de la Mujer Trabajadora” (8 de marzo), ha pasado a llamarse “Día de la Mujer”. ¡Ya era hora!
Nunca estuve a favor del nombre por lo que tenía de absurdo por no decir de injusto. ¿Cuándo no trabajó la mujer? Las mujeres trabajaron en todos los tiempos y, en la mayoría de los casos, más horas al día y más duro que los hombres, tanto dentro como fuera de casa; otra cosa es que lo hicieran de balde, sin adquirir derechos, sin el reconocimiento de la sociedad. Lo normal, en mi opinión, habría sido titularlo “Día de la Mujer Asalariada”, no trabajadora, y mejor aún, de la mujer; pensándolo bien el calificativo viene a ser sinónimo del sustantivo pues la virtud de trabajadora es inherente a la condición femenina, de hecho es más fácil encontrar hombres poco dados al trabajo que mujeres, sin duda porque en todos los tiempos ellas fueron educadas para servir a los demás y ellos para ser servidos.
Pese al cambio la jornada se utilizó para reivindicar lo de siempre: igualdad de sueldo con los hombres por las mismas funciones, las mismas oportunidades para acceder a los cargos, no ser rechazadas o despedidas ante un embarazo… derechos tan incuestionables que a estas fechas del calendario da vergüenza tener que pedir.
Me gustaría que en adelante, además de aprovechar la jornada para esto, las autoridades en general y las mujeres en particular, la aprovecháramos para rehabilitar la imagen de la mujer que nunca cobró por trabajar. No pocas han sido y son “simples” amas de casa, y ni los poderes públicos, ni los miembros de sus familias en la mayoría de los casos, ni por la sociedad en general ni por las mujeres en particular, su labor ha sido reconocida. Al contrario. Siempre se las vio como a ciudadanas de segunda clase, basta fijarnos en el apelativo de las “marujas”, tan presente todavía en nuestro vocabulario. ¿Hay insulto más injusto a la dignidad?Miles de mujeres, además de las tareas de amas de casa, han tenido y tienen que ejercer de educadoras, de administradoras, de psicólogas, de enfermeras, de médicos, de vigilantes de seguridad, de policías, incluso, y tan poco hemos valorado su papel, no sólo para los suyos, también para la sociedad, que hasta ellas mismas se tienen por inferiores. Es frecuente, en esos programas de radio donde llaman los oyentes para opinar, oír frases como ésta: “Yo no entiendo mucho, soy una simple ama de casa, pero pienso… Me llevan los demonios cuando las oigo. ” Es verdad que no tienen tantos títulos académicos, pero les sobra experiencia, que es la madre de todas las ciencias, y estoy segura de que no pocas inteligencias se han quemado por evitar que no se quemen unas lentejas.
Espero pues que a partir del próximo año las declaraciones institucionales vayan dirigidas a todas las mujeres, a las que cobran por su trabajo y a las amas de casa, estoy a favor de que la mujer se incorpore al mercado laboral, naturalmente, pero soy consciente de que la desaparición de la profesión, porque es una profesión, de ama de casa, va a traerle a la sociedad muchos problemas, si es que no ha empezado a sufrirlos ya, que tengo mis dudas, y que las asalariadas empezáramos a verlas como lo que son: ciudadanas de primera clase, pues si las mujeres nos descriminamos entre sí, ¿cómo vamos a exigir que no nos discriminen los hombres?

Cajón de Sastre

Hoy, rebuscando en mi cajón de sastre, me he encontrado con mi último premio literario. ¿Quieres echarle un vistazo? Aquí te lo dejo.
2007. Navalmoral de la Mata (Cáceres). Certamen de Relatos Navideños. RadioNavalmoral. (Cadena COPE) y Central Nuclear de Almaraz. Segundo Premio. Entregado el 5 de enero de 2008 en la biblioteca de la Fundación Antonio Concha.
Las buenas almas
Molinillos, por aquellos días, era un pueblo de pocas casas y mucha gente. Sólo la casa del Sapaña tenía dos moradores: él y su novia. Estaba ubicada en las afueras del pueblo, justo en el camino que conducía al bosque, un bosque donde los árboles centenarios se peleaban por encontrar espacio para estirar sus ramas, un bosque donde los gritos de los animales salvajes prohibían el paso a la raza humana. Sólo el Sapaña, que tenía más miedo de la raza humana que de los animales salvajes, conocía sus recovecos palmo a palmo. Aunque muy descuidada, era una casa como las demás, pero ante los peligros del bosque, sus dueños decidieron abandonarla, y como nadie quería heredarla, se la apropiaron ellos.
En Molinillos, por aquellos días, no había familias ricas, pero tampoco las había pobres; todas tenían un corral con vacas, cabras, gallinas, cerdos… un huerto para sembrar legumbres y árboles frutales. El Sapaña sólo tenía un hijo, un hijo que se quedó sin madre al nacer. También él se quedó huérfano siendo niño, y como no tenía padres, a la hora de repartir la tierra, sus abuelos no lo tuvieron en cuenta. Y para poder vivir,tuvo que dedicarse a apañar.
De Molinillos, por aquellos días, los hijos no tenían que salir fuera para ganarse la vida, todos aprendían el oficio de sus padres y seguían sumando eslabones a una cadena de generaciones que parecía interminable. También el hijo del Sapaña aprendió el oficio de su padre. Salían a apañar por las noches, los dos juntos y cuidando no ser vistos. Cada noche apañaban en un lugar distinto y sólo lo justo para comer al día siguiente. Las noches de invierno eran maravillosas. La gente se metía pronto al amor de la lumbre y podían moverse con mayor libertad. Las de verano, por el contrario, eran terribles. Después de cenar la gente se sentaba en los poyos de las casas a tomar el fresco y no podían salir. Cuando salían, ya de madrugada, no tenían que encender el candil para cortar los tomates sin hacer daño a la tomatera, y era un alivio, pero la luna, desde el cielo, parecía mirarlos con los ojos de todos los habitantes del pueblo y temblaban de miedo. Pero todas las noches salían, todas menos la noche de nochebuena. Esa noche el padre le decía al hijo:
-Esta noche VIENE Dios al mundo y no debemos salir a apañar.
-¿Tienes miedo de que nos vea robar? -preguntaba el hijo.
-No, no –respondía el padre-. Nosotros no robamos, apañamos, además, Dios no se enfada con los que roban para comer, se enfada con los que, además de su pan, se comen el pan de los demás.
-Entonces… -se asombraba el hijo- ¿por qué no salimos si tengo hambre como todas las noches?
-Porque una nochebuena que fui a la iglesia con mis padres –decía el padre- el cura dijo que esta noche Dios venía al mundo, a visitar a todos los hombres, y como es el que multiplica los panes y los peces para que nadie se quede sin ración, no vamos a pasar calamidades en balde.
Pero pasaban los años y como Dios no iba a visitarlos todas las nochebuenas se acostaban sin cenar.
Una madrugada de julio, cuando ya tenía quince años, Sapaña hijo fue a buscar a su padre para salir a apañar y se lo encontró muerto en su saco de paja. Con un nudo en la garganta se fue a casa del cura.
-Quiero que mande doblar las campanas, que le diga una misa a mi padre y me deje enterrarlo en el cementerio. En el bosque no puede descansar en paz: al igual que a mi madre, los lobos le sacarán los huesos -le suplicó más que le pidió.
-Eso, un representante de Dios en la tierra, ni puede, ni debe hacerlo –dijo el cura-. Tu padre vivió en pecado con tu madre que, por su culpa, sólo por su culpa, se unió a él en contra de la voluntad de los suyos, de los que tuvieron que negarle el permiso para casarse porque quería hacerlo con un hombre que jamás pisaba la iglesia, y aunque muchas veces le pedí que se arrepintiera, nunca pasó por el confesionario. Pero sí puedo bautizarte. Y salvo que reniegues de Dios como ellos, cuando mueras podrás descansar en el campo santo, como descansan todos los cristianos.
El Sapaña, por toda respuesta, le rompió el jarro del agua bendita de una patada, y dejándolo de rodillas ante sus santos, salió disparado. Al llegar a casa cogió a su padre, lo enterró en el bosque, junto a su madre, y siguió haciendo lo único que sabía hacer: apañar para vivir por las noches, y para no morirse de soledad, vigilar las tumbas de sus padres por el día.
Fueron pasando los días y llegó por fin el de nochebuena. Recordó que aquella noche no podía salir a apañar, tenía que quedarse en casa, esperando la visita de Dios. Pero le dio tanto miedo quedarse solo que se envolvió en una manta y se fue al pueblo. Aunque con mucha vergüenza, llamó en todas las puertas.
-Vengo a sentarme a la lumbre mientras cenan ustedes, para oírles hablar, para oírles reír… para no ver los fantasmas que han llegado a mi casa.
En todas le respondieron que imposible, que era noche de cristianos, y para que viera la bondad de sus corazones, le daban un flan, un plato de arroz con leche, unas rosquillas de miel… Pero a todos le hizo lo que le hizo al cura: romperles de un puñetazo el recipiente de la golosina y salir corriendo
Al año siguiente las buenas almas de Molinillos temieron que el Sapaña volviera con ansias de venganza. Para librarse de su cólera, cerraron las puertas a cal y canto. Al filo de las doce, cuando ya los platos, las fuentes y los vasos estaban vacíos, oyeron una trompeta que desgranaba un villancico tan dulce, tan cálido y entrañable que, muertos de curiosidad, se echaron a la calle. Siguiendo el sonido de la trompeta llegaron a la iglesia. La sorpresa les dejó paralizados. Ante la puerta, a pie firme, estaba un ángel, el ángel que interpretaba los villancicos, tenía una túnica celeste, un velo que sólo le dejaba libres los ojos y unas alas de plumas blancas sobre los hombros, en una mano llevaba un cirio encendido, y en la otra, la trompeta.
-Es el Ángel de Dios que viene a anunciarnos la llegada de su Hijo amado -dijo el cura. Y todos se santiguaron, se pusieron de rodillas, escucharon el concierto con absoluta devoción y sólo cuando el cirio empezó a dar las boqueadas y el ángel les bendijo y se retiró, volvieron a casa
Pasó un año. Llegó la nochebuena. Las buenas almas de Molinillos cenaron más temprano y, convencidas de que volvería, salieron a recibir al ángel. A las doce en punto vieron una luz blanca, zigzagueando a lo lejos. Era el ángel que por buenos cristianos volvía a darles su concierto de villancicos y a echarles su bendición. Y la escena se repitió al año siguiente, y al otro, y al otro… Ni siquiera el año de la gran nevada el ángel faltó a su cita, y, año tras año, las buenas almas de Molinillos, le pedían salud para los suyos y le daban las gracias por sus bendiciones.
Pasó el tiempo. El cura era ya muy viejo. Ya eran padres los que eran hijos cuando el ángel fue a visitarlos por primera vez. Llegó la nochebuena de aquel año y nadie faltó a recibirlo, pero amaneció el nuevo día y el ángel no apareció.
-¿Qué le hemos hecho, padre? –preguntaron las buenas almas al cura- No hemos matado a nadie, a nadie le hemos robado; todos seguimos siendo buenos cristianos.
-Todos no -reflexionó el cura-, el Sapaña sigue en pecado, y sólo porque la paciencia de Dios es infinita, el ángel no se ha cansado antes de venir. Y las buenas almas lo vieron claro. Por un pecador, no podían condenarse todos. Tenían que echar al Sapaña del pueblo. Bien pensado, era justo que Dios se enfadara. Ni siquiera vivía en su casa. Era una casa robada, como todo lo que comían que, aunque todos callaban por miedo a su cólera, todos lo sabían.
El día de Navidad, al salir de misa, las buenas almas y el cura de Molinillos se encaminaron a la casa del bosque. Al llegar a la puerta se toparon con dos calaveras, dos calaveras que los animales habían desenterrado durante la noche, dos calaveras que imploraban un palmo de tierra para descansar en paz. Volviendo los ojos de horror, todos las rodearon. ¡Tan tan!, golpeó alguien la puerta, pero nadie respondió. ¡Tan tan!, la golpearon varios a la vez, pero sólo respondió el silencio. Por fin se adelantó alguien y la tiró de una patada.
-¡Pase, padre, pase usted primero, que si paso yo…!
No tuvo que terminar la frase para perder el miedo. Ante sus ojos, ante los ojos del cura y los de sus buenas almas, el Sapaña yacía muerto. Tenía una túnica celeste, la cabeza cubierta con un velo que todavía no le tapaba la cara, unas alas de plumas blancas sobre los hombros, una trompeta colgada al cuello, un cirio en la mano izquierda y en la derecha un mechero para encenderlo y marcharse al pueblo para dar su concierto a cambio de compañía.
María Jesús Sánchez Oliva.

El Álbum de la Lengua

Durante la dictadura, los españoles, utilizábamos la palabra vacaciones con el verbo estar, no con el verbo ir, sin duda porque las vacaciones eran aquellos días en los que no teníamos que ir a clase, a trabajar, los muy, pero que muy afortunados, no los que aprovechábamos para hacer un viaje, para salir de nuestro lugar habitual. En la década de los 70, los españoles, empezamos a viajar en los periodos de tiempo libre, pero no íbamos de vacaciones, íbamos de veraneo o a veranear, naturalmente porque aquellos días se nos daban siempre en verano. Todo esto pasó a la historia: ahora viajamos en cualquier estación del año. No pocas empresas, incluso, dividen las vacaciones de sus empleados y se las dan en dos tandas: las de verano y las de invierno, y nos servimos de cualquier puente para salir de mini vacaciones.
Por todo lo dicho entiendo que la palabra veranear ni puede ni debe expresar tantos y tan distintos periodos de vacaciones, y como yo, consciente o inconscientemente, lo entiende la mayoría, ya decimos que vamos de vacaciones, menos veces que vamos de veraneo. Normal. Nos daría frío decir que vamos de veraneo en el mes de enero, o de octubre, o de marzo, y lo que es peor, haríamos tiritar a quien nos oyera.
Así pues, en esta hoja del álbum, pego tres verbos nuevos, uno para cada una de las tres estaciones que no lo tienen. Toma nota.
Otoñear: ir de vacaciones en otoño.
Inviernear: ir de vacaciones en invierno.
Y primaverear: ir de vacaciones en primavera.
¿A que sé lo que estás pensando? Que con los trajines de tanto viaje va a ser complicado saber si vas de otoñeo, si estás invierneando o si vienes de primaverear. Pues tranquilo, para la lengua no hay problema, hablando todo tiene remedio, te pego además un verbo que puedes usarlo para las cuatro estaciones del año: vacacionar. Bonita palabra. Se utiliza en algunos países de Hispanoamérica. ¿Por qué no vamos a utilizarla nosotros? Escucha lo bien que suena.
Yo vacaciono con mis amigas, tú vacacionas en el mar, él vacaciona todos los años, nosotros no hemos vacacionado nunca en la montaña, vosotros vacacionáis siempre en el pueblo, ellos vacacionarán por primera vez el próximo verano.
Que todos los que leáis este periódico podáis vacacionar felizmente en Semana Santa. Bueno, y los que no lo lean.

La Butaca

Como cada mes de marzo, el viernes de la semana anterior, los vecinos de un edificio ubicado en el barrio de San José, se reunieron para rendir cuentas y aprobar, entre otros puntos, el cambio de presidente de la comunidad, que este año le tocaba ejercer a J P O y que desde hace unos meses está siendo sometido a un tratamiento de quimioterápia tras habérsele diagnosticado un cáncer.
Se trataron todos los puntos, como siempre con acuerdos y desacuerdos, pero al llegar al que trataba el traspaso de poderes, Mercedes, una vecina de 50 años, madre de tres hijos y limpiando por horas varias casas para ayudar en la economía familiar, pidió la palabra y dijo: “Entiendo que en este momento nuestro vecino no está en condiciones de hacerse cargo de esto y que su esposa bastante tiene con acompañarlo al hospital y cuidarlo. Así pues, si a todos os parece bien y ellos no opinan lo contrario, por mi parte, estoy dispuesta a hacerme cargo de la presidencia”.
La propuesta, con gran alivio de J P O y de su esposa, se aprobó sin protestas y por mayoría.
Desde Salamanca informaron para 30 días M y M.

Carta a...

Un año más nuestros políticos no han escatimado esfuerzos para rendiros homenaje en tan trágica fecha. No estoy en contra de ello, entiendo que los políticos tengan que parecer buenos a veces, sensibles, humanos ante los ciudadanos y, aunque personalmente sus flores y palabras de reconocimiento me harían daño porque entiendo que los ciudadanos de a pie tenemos derecho a vivir en paz y merecemos de sobra que los gobernantes nos mimen, nos protejan y nos respeten, entiendo, incluso, que sean un consuelo para vuestras familias, para vuestros amigos. Pero yo, en esta fecha, sólo puedo pediros perdón.
perdón, porque no era vuestra hora de morir, os la adelantaron por ser simplemente ciudadanos; perdón, porque como todas las víctimas del terrorismo, no habéis muerto por nada, os mataron por ser ciudadanos simplemente; perdón, porque vosotros no queríais ser héroes, queríais ser simples ciudadanos; perdón, porque vosotros queríais vivir por España, no morir por ser españoles; perdón, porque como todos los españoles de bien, vosotros queríais servir a España trabajando, estudiando, pagando impuestos, respetando a vuestros conciudadanos, de ningún modo
muriendo; perdón, porque aunque nos lo pinten de colorines para confundirnos, en lo que los ciudadanos no dejemos de ser la moneda de cambio entre gobiernos y terroristas, vuestras vidas, vuestras secuelas, las de vuestras familias, nuestro dolor, sólo servirán para que la sinrazón siga multiplicando el número de víctimas inocentes y esto no tiene perdón.