martes, 30 de abril de 2013

Portada

Queridos lectores: Acaba de salir el número 13 de 30 días, mi periódico, tu periódico, el periódico de cuantos quieran leerlo. Te recuerdo que puedes ser uno de mis corresponsales. Para esto basta con que envíes tus crónicas a: mjsanchezoliva@gmail.com, poniendo en el asunto “30 días” y en el mensaje el lugar de procedencia. Agradecimiento Desde aquí quiero dar las gracias a Roberto Musso, desde Mendoza (Argentina) se ha sumado a la lista de seguidores de mi Mercadillo de Palabras Catetas. Aprovecho para invitarte a que te sumes también a la de 30 días. Serás bien recibido. Gracias. Seguidores de Honor: Mónica Nuevo Vialás. Nacionalidad: española. 23-IV-2012. Arturo Arias Terceiro. Nacionalidad: argentina. 12-VI-2012.

La Vitrina

José Manuel Caballero Bonald es nuestro nuevo Premio Cervantes. Su vasta obra bien lo merece. FELICIDADES. Pero como el mejor galardón que puede recibir un escritor es el de ser leído, aquí, en mi vitrina, te dejo sus principales títulos en novela, ensayo y poesía. Novela y poesía Las adivinaciones (1952) Memorias de poco tiempo (1954) Anteo (1956) Las horas muertas (1959) Pliegos de cordel (1963) Descrédito del héroe (1977) Laberinto de Fortuna (1984) Diario de Argónida (1997) Manual de infractores (2005) La noche no tiene paredes (2009 El papel del coro (1961) Vivir para contarlo (1969). Poesía completa Selección natural (1983) Doble vida (1989) Poesía amatoria (1999) Somos el tiempo que nos queda (2004 y 2007) Años y libros (2004) Paz con aceite (2005) Summa vitae (2007) Casa junto al mar (2008) Estrategia del débil (2010) Ruido de muchas aguas (2011) Dos días de septiembre (1962) Ágata ojo de gato (1974) Toda la noche oyeron pasar pájaros (1981) En la casa del padre (1988) Campo de Agramante (1992) Tiempo de guerras perdidas (1995) La costumbre de vivir (2001) Ensayos y artículos El cante andaluz (1953) El baile andaluz (1957) Cádiz, Jerez y los puertos (1963) El vino (1967) Narrativa cubana de la revolución (1968) Luces y sombras del flamenco (1975) Cuixart (1977) Brevario del vino (1980) Luis de Góngora: poesía (1982) Los personajes de Fajardo (1986) De la sierra al mar de Cádiz (1988) Andalucía (1989) Botero: la corrida (1990) España: fiestas y ritos (1992) Sevilla en tiempos de Cervantes (1992) Copias del natural (1999) Mar adentro (2002) José de Espronceda (2002) Miguel de Cervantes. Poesía (2005) La ruta de la campiña (2005). Junto a Vicente Rojo Almarán La luz de Cádiz en la pintura de Cortés (2005). Junto a Antonio Agudo y Francisco Calvo Serraller Encuentros con la poesía (2006) Copias rescatadas del natural (2006) Un Madrid literario (2009) ¿Por cuál decides empezar? Yo por la novela “Dos días de septiembre”, que no la conozco, pero antes, ¿por qué no recordamos la historia del Premio Cervantes? HISTORIA DEL PREMIO CERVANTES El Premio Cervantes, máximo galardón de las letras hispanas, nace en los albores de la democracia española y en sus 32 años de vida ha distinguido a 16 escritores españoles y 15 latinoamericanos. MERCEDES MARTÍN LUENGO El 15 de septiembre de 1975, dos meses antes de morir Franco, el entonces Ministerio de Información y Turismo convoca el Premio Miguel de Cervantes de Literatura ante “la conveniencia de otorgar un reconocimiento oficial, en que se una a la notoriedad pública la creación literaria en lengua castellana”. Se concede por primera vez en 1976 “como símbolo de la concordia que imperaba en las más altas instituciones del Estado” y el trascendente hecho toma de inmediato dimensiones políticas. El afortunado es Jorge Guillén, poeta exiliado en EEUU desde 1938 y que tras conocer la noticia afirmó: “Me siento honradísimo y muy contento. Pienso que es el reconocimiento de una obra que ha durado más de medio siglo. Han elegido a un autor que ha sido modestamente adversario del Régimen. Esto implica un paso adelante en la transición democrática de España”. En su ya larga nómina formada por 16 escritores patrios y 15 latinos fifiguran ilustres cultivadores de todos los géneros literarios aquende y allende los mares. Poetas, novelistas, ensayistas y dramaturgos ostentan esta distinción, a la que sólo han accedido en su historia dos mujeres: la pensadora María Zambrano en 1988 y la poetisa cubana Dulce María Loynaz en 1992. El poeta español Antonio Gamoneda, que el pasado 23 de abril recogía el Premio Cervantes 2006, ha sido su último fichaje dentro de la república de las letras hispanas. Las letras hispánicas El que podría considerarse Nobel de las letras hispánicas puede recaer en cualquier autor cuya obra esté “escrita totalmente o en parte esencial en castellano”. Se concede el conjunto de su creación y en la medida en que, según rezan sus bases, ésta haya contribuido a enriquecer el legado literario hispánico. Los candidatos al Premio Cervantes sólo pueden ser propuestos por el pleno de la Real Academia Española (RAE), las Academias de la Lengua de los países de habla hispana y los ganadores en pasadas ediciones, así como por distintas instituciones vinculadas a la literatura en lengua castellana. El jurado lo integran el director de RAE y el de una academia hispanoamericana que cambia cada año, el autor premiado en la edición anterior y en torno a seis u ocho personalidades “de reconocido prestigio” dentro del ámbito académico, literario o universitario español o latinoamericano, designadas por los ministerios de Cultura, Educación y Asuntos Exteriores y por los directores de la Biblioteca Nacional del Instituto Cervantes. El galardonado se elige por votaciones sucesivas y tan sólo se tienen en cuenta los votos de los presentes. La dotación del premio también ha ido evolucionando a lo largo del tiempo. En un principio fue de 5 millones de pesetas y en su última edición ascendió a 90.180 euros. Una ceremonia en regla Alcalá de Henares, declarada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad en 1998, sirve de incomparable marco a la entrega del premio avalada por su condición de cuna de Miguel de Cervantes. Y como no podía ser de otra forma, la solemne ceremonia se celebra en el Paraninfo de su Universidad, que desde su fundación en 1499 a manos del cardenal Cisneros ha contribuido al desarrollo de nuestra lengua y nuestras letras. No en vano hoy el campus alcalaíno brinda una amplia oferta de estudios y ocupa un lugar de honor en la enseñanza superior dentro de la Comunidad de Madrid, donde también ejerce como el principal destino del turismo idiomático de una lengua compartida por millones de personas en el mundo y en la que el Premio Cervantes representa entre los países de habla hispana un sentimiento de cultura. El máximo galardón de las letras en lengua castellana goza de reconocimiento internacional y su puesta en escena esta sometida a una rigurosa liturgia. El acto de entrega esta presidido por los reyes de España y se celebra cada año el día 23 de abril, coincidiendo con el aniversario de la muerte de Cervantes. Tras sonar el himno nacional, es de rigor que el Rey Juan Carlos entregue al galardonado la medalla y la escultura que lo acredita como tal. A continuación el ganador ha de pronunciar un discurso que obligatoriamente ha de glosar sobre la figura u obra de Cervantes. El responsable del Ministerio de Cultura, Educación y Deporte hace lo propio, al igual que el rey para cerrar la ceremonia. Miguel de Cervantes El Premio Cervantes es también un homenaje a nuestro escritor más universal que cuaja en los discursos que han de pronunciar los galardonados. La deuda literaria y personal con Miguel de Cervantes y el Quijote en una constante en todas las intervenciones a lo largo de estos años. “Si mal no recuerdo, antes de concluir el primer capítulo supe que yo, quería ser escritor”-- confesó el novelista argentino Adolfo Bioy Casares. Gonzalo Torrente Ballester le reconoció su “máximo maestro, el escritor de quien más aprendí”, ya que a su juicio “hizo algo que nadie hasta él había hecho, y mostró a sus seguidores, próximos y lejanos, afines o dispares, un camino que todos forzosamente tuvimos que seguir”. Más allá de la literatura, muchos de ellos coinciden en resaltar los valores éticos e ideológicos del insigne escritor alcalaíno, con especial hincapié en su sentido de la libertad. Octavio Paz lo definió en su discurso como “el escritor nuestro que encarna más completamente los distintos sentidos de la palabra liberal”. Para el uruguayo Juan Carlos Onetti “el Quijote es, entre otras cosas, un ejemplo supremo de libertad y de ansia de libertad” y para el poeta Luis Rosales “un libro tan insólitamente libre que en él no hay nada irrealizable. Es un libro que nos hace vivir. Basta leerlo para crecer. En cada una de sus páginas nos repite lo mismo. Si tienes puesto en hora el corazón, puedes cambiar el mundo”. Todavía resuena en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares el bellísimo discurso que pronunció María Zambrano, una indagación del sentido último y trascendental de la creación cervantina. “Don Quijote se pone en camino a la hora del alba. No podía ser de otra manera en ese personaje que padece, de manera ejemplar, el sueño de la libertad, ese sueño que, en cierta hora, tan incierta, se desata en el hombre”.

Mesa camilla

Los psicólogos, los educadores, los sociólogos, los trabajadores sociales y demás autoridades del ramo, elaboran informes, estudios y hasta libros para explicarnos las causas que llevan a robar a no pocas personas marginadas por distintas razones: víctimas del alcohol, de las drogas, del desarraigo familiar, de violencia doméstica, de enfermedades mentales… y otras miserias como ser extranjero sin recursos o español sin futuro, pero a ninguno se le ocurre alzar la voz o coger la pluma para explicarnos por qué roban los ricos, sin duda porque esta sociedad nuestra da por hecho que los ricos, o no roban, o tienen derecho a robar. Y para que puedan hacerlo con absoluta tranquilidad, no perdemos la ocasión de manifestarles nuestra confianza. Subimos a un autobús urbano, entramos en un bar o vamos por la calle tranquilamente, nos topamos con una persona mal vestida, que huele mal, y no porque el ministro Cañete –creo que se llama así esta lumbrera nacional que nos cuesta muchos miles de euros al mes y para mayor desgracia tendremos que seguir pagándoselos aunque tengamos la suerte de que deje de ser ministro algún día- le haya aconsejado no ducharse con agua caliente para ahorrar energía, sino porque vive en la calle y no dispone ni de agua fría, con cara de no coger la cuchara todos los días y automáticamente echamos la mano al bolso y nos alejamos por si las moscas; pero vamos a comprar un piso a unaconstructora famosa gracias a la propaganda, a formalizar la hipoteca a un banco y a suscribir una póliza de seguro y ni siquiera leemos la letra pequeña. ¿Para qué nos vamos a molestar? Nos atienden tan bien vestidos, huelen a ducha caliente, se tragan una botella de agua para eliminar grasas sin perder el lustre y tienen tan buen sueldo que hay que ser tonto para pensar que nos van a robar. Pues es evidente que muy listos no somos, basta ver la penosa situación de nuestro país, obra, nadie lo duda, de constructores, banqueros y grandes empresarios. Pero el caso más sangrante es el de los políticos, en no pocos casos ganan varios sueldos: el que les corresponde y se asignan a su antojo, que no es moco de pavo, el que perciben por un segundo cargo o porque ya son pensionistas y el que se ahorran. Generalmente se trasladan en coche oficial, les pagan el alojamiento, y aunque tengan vivienda propia, un alquiler. ¿Para qué quieren tanto dinero que hasta tienen que esconderlo? ¿Piensan que no van a morirse nunca y tendrán tiempo de gastarlo? ¿Quieren dejar ricas a sus futuras generaciones? ¿Piensan que si ellos se lo robaron a los demás otros se lo pueden robar a ellos y temen tener que ajustarse el cinturón… cuando lleguen a viejos? Esperemos que algún día los psicólogos, los educadores, los sociólogos, los trabajadores sociales y demás eminencias se atrevan a darnos las respuestas que, aunque no sirvan para quitarles las malas mañas, servirá, al menos, para mentalizarnos de que los ladrones también pueden tener buena pinta.

Cajón de Sastre

Al rescate de un arte olvidado por Sergio Sinay. El gran pianista y compositor ruso Igor Stravinsky (1882-1971), autor de La consagración de la primavera y a quien se consideró el gran renovador del ballet, dijo alguna vez: "Escuchar es un esfuerzo, oír no tiene ningún mérito. También oyen los patos". Existe, en efecto, una diferencia entre oír y escuchar. El sentido del oído nos permite captar los sonidos. Escuchar es la acción de discriminarlos, decodificarlos, distinguir una onda sonora de otra, captar lo que una palabra significa, registrar las inflexiones de una voz, la melodía en la música, el susurro del viento, el rugido del mar. Escuchar es lo que nos permite advertir la alegría o la aflicción con que alguien habla, su ira o su esperanza. Todas las especies, las animales y la humana, están capacitadas para cumplir con la función fisiológica de oír. Esto es independiente de la voluntad. Podemos entornar los párpados para no ver, pero las orejas carecen de párpados, de manera que oímos siempre. Oímos el bullicio de la calle, los sonidos de la Naturaleza, oímos gritos de odio y de dolor, oímos, como una música de fondo constante, las voces que parlotean en los televisores aunque nadie vea las pantallas. Nos embutimos nuestros auriculares y partimos hacia el mundo, intoxicándonos de esos ruidos que martillean sin piedad en el interior de nuestra cabeza, mientras, simultáneamente, no escuchamos a quienes nos rodean y acaso nos piden auxilio, nos ofrecen amor, nos cuentan un pensamiento revelador. Sostenía el gran pensador alemán Erich Fromm (autor de El arte de amar y El miedo a la libertad) que escuchar se convierte en arte cuando podemos hacerlo sin miedo, con simpatía y amor. Esta actitud define a lo que podemos llamar escucha receptiva. Es un modo de escucha en el que nos abrimos a la palabra del otro, nos abrimos a los silencios (que también están cargados de sentido y necesitan ser escuchados). Recibimos aquellas palabras sin juicio, dejándolas resonar en nosotros, permitiéndoles estimular nuestras sensaciones y emociones, atendemos a aquello que nos evocan. En la escucha receptiva la palabra del otro es siempre nueva (aunque diga cosas que ya hemos oído) y así es recibida y celebrada. La escucha receptiva tiende un puente entre las personas y es esencial para la comunicación verdadera y profunda. Requiere tiempo y presencia. No "prestamos la oreja". Invertimos nuestro corazón. El sacerdote holandés Henri J. M. Nouwen (1933-1996), docente, teólogo y autor de bellísimas obras como El regreso del hijo pródigo y La voz interior del amor, definía al acto de escuchar como "algo más que dejar hablar al otro mientras esperamos para responderle" (esto sería la escucha activa). Consideraba que, en verdad, se trataba de "prestar plena atención a los otros y darles la bienvenida en nuestro propio ser. La belleza de esto es que "los escuchados empiezan a sentirse aceptados". Escuchar, decía, "es una forma de hospitalidad espiritual". Es difícil encontrar una mejor definición de este arte olvidado. Cuando creemos que los otros son prescindibles, que sólo merecen ser tenidos en cuenta de acuerdo con la utilidad que tengan para nosotros, dejamos de escucharlos aunque, aparentemente, conversemos con ellos. Cuando ponemos más el acento en la conexión virtual (vía chat, mail, celular, mensaje de texto, etc.) que en la comunicación real (que es siempre artesanal y se construye con tiempo, presencia, mirada, contacto físico, temperatura emocional), también dejamos de escuchar. Y cuando dejamos de escuchar al otro, cesamos también de escuchar nuestras voces internas. Es que la escucha tiene doble vía y, cuando está abierta, capta tanto al otro como a nuestras propias necesidades, ritmos, voces y silencios interiores. Quien no escucha, no se escucha. Sólo se rodea de estruendo, de ruido, de bullicio. Y todo esto suele ser una vía de escape para no asumir las grandes y permanentes preguntas que nos hace la vida acerca de qué haremos con ella. Zenón de Elea, filósofo griego anterior a Sócrates, advertía que se nos habían dado dos orejas y una boca, para que escucháramos el doble de lo que hablamos. Se trata de no desperdiciarlas llenándolas de contaminación sonora e incomunicación.

El Álbum de la Lengua

Antes, la palabra solo, tanto en su función adjetiva (Estoy solo) como en la de sustantivo (un solo de guitarra), no llevaba nunca tilde, pero sí la llevaba por costumbre en su función adverbial hasta las reglas académicas de acentuación de 1952. En las normas ortográficas académicas de 1959 se suprimía la tilde del adverbio y se añadía que podía llevarla si con ello se evitaba una ambigüedad. Sin embargo, en el Esbozo de una nueva gramática de la lengua española (1973), pasó a ser opcional y únicamente obligatoria en casos de ambigüedad. En la Ortografía de 1999 se decía que el adverbio solo no debía llevar tilde nunca, excepto si quien escribía percibía riesgo de ambigüedad; en cuyo caso, la tilde era obligada. En el DPD se elimina la alusión a la percepción del que escribe y se dice de forma tajante que únicamente en casos de ambigüedad el adverbio solo lleva tilde. Ejemplos con ambigüedad: Resolví solo ('sin ayuda') dos problemas. / Resolví sólo ('solamente') dos problemas. José lee solo ('sin compañía') por las noches. / José lee sólo ('solamente') por las noches. En la Ortografía de 2010 se deja claro que, incluso en los casos de doble interpretación, se puede prescindir de la tilde. Según se indica en esta obra, los casos de ambigüedad se resuelven generalmente en el contexto. Y, en todo caso, estos casos de doble interpretación se pueden resolver con el uso de sinónimos, como solamente o únicamente, para el adverbio. Ejemplo: José lee solo por las noches./José lee solamente (o únicamente) por las noches. Conclusión Poner tilde en el adverbio solo no es error ortográfico, la RAE recomienda, no prohíbe, pero lo mejor es seguir la recomendación. Hay dos razones que justifican sobradamente esta decisión: por un lado, el adverbio solo, es una palabra llana que termina en vocal, y por el otro, en caso de ambigüedad, contamos con suficientes recursos para sustituirlo. Olvidemos la tilde pues, sobre todo porque en adelante podremos escribir el adverbio con ella si así lo decidimos, pero no será fácil que podamos leerlo del mismo modo, y no actualizarnos en la escritura es algo tan fuera de lugar como no actualizarnos en el vestir, naturalmente hablo, en ambos casos, de actualizaciones razonables, no ridículas.

La Butaca

Hace unos días, ya sentada en el autobús que cojo todos los días, llegó una señora para hablar con el conductor, un hombre joven y recién incorporado a la plantilla de conductores, quería darle las gracias por haberse interesado por ella y en dos minutos todos los viajeros supimos por qué. No es pasajera habitual de la línea, pero unos días antes tuvo que cogerlo, solicitó la parada y al bajar, fuera porque la cantidad de gente que iba de pies restaba visibilidad, fuera porque ella se demoró en bajar, fuera por lo que fuera, lo cierto es que el conductor cerró la puerta antes de que ella alcanzara la acera y le dio un golpe en el hombro, golpe que no impidió que la señora siguiera su camino sin ninguna dificultad. Así y todo, el conductor, que detuvo el autobús, bajó a auxiliarla y no reanudó su trabajo hasta que no se convenció de que no necesitaba nada, se había interesado por ella. Según la señora había sido más el susto que el golpe. Ni siquiera tuvo que ir al médico, todo se arregló con un masaje que le había dado su nieta, y añadió: “¡Qué mala es la gente! En seguida empezaron a decirme que denunciara, que podía sacar algo, pero a mí me gusta vivir de mi trabajo, no de hacerle la pascua a nadie, y menos a un trabajador como yo; además, me dedico a la venta ambulante y sé lo que es conducir coches, furgonetas, camiones, y sé que estos despistes son a veces inevitables y los podemos tener cualquiera”. En una sociedad donde lo normal es buscar trampas para engañar a los seguros, exagerar o fingir accidentes para sacar algo, denunciar por cualquier cosa que huela a indemnización económica y llamar tonto al que no lo hace, la actitud de esta SEÑORA con mayúscula, me parece una noticia tan estupenda que debe conocerse para que cunda el ejemplo.

Carta a...

H L H: ¡Hola! No importa tu nombre, ni el nombre de tu ciudad, ni los apellidos de tu familia; solo importa tu historia, mejor dicho, el final de tu historia. ¿Recuerdas? Eras muy joven cuando las malas compañías y otras circunstancias te llevaron al infierno de las drogas. Todo empezó en broma y acabó en serio, todo empezó bien y acabó mal; no podía ser de otro modo pero se te apagaron todas las luces y fuiste incapaz de dar media vuelta y regresar a tu normalidad. Ya en el infierno conociste el significado de palabras que hasta entonces solo conocías de verlas en los periódicos: hospital, policía, cárcel… La factura más cara la pagó quien menos culpa tenía: tu familia. Solo ellos saben lo que cuesta hacer frente a estas situaciones y luchar contra ellas sin darse por vencidos. Cuando ya solo les quedaba la esperanza por perder consiguieron que ingresaras en uno de los centros de Proyecto Hombre. Allí conociste el significado de palabras que hasta entonces no conocías ni de verlas en los periódicos: psicólogo, terapia, programa… y tras varios años muy duros, muy complicados, muy difíciles, porque salir del infierno de la droga no es tan fácil como entrar, el pasado mes de marzo, en uno de los salones del centro, celebraste tu alta definitiva. Fue el día más importante de tu vida, el de tu segundo nacimiento, según tus palabras, atrás quedaban cuarenta y cinco años que ya habías enterrado, querías empezar de cero y dedicar cada día de los siguientes cuarenta y cinco a tu trabajo, a tu esposa, a tu hija, a tu familia, a la familia de tu mujer… a todos los que te han ayudado y sobre todo a disfrutar de ser persona. Felicidades por ello y que cunda tu ejemplo. María Jesús.

Cosas de Garipil

¡Hola! ¡Qué alegría me das! Por fin, aunque intercalados, llegan esos días soleados que preceden al mes de mayo y pensé que no ibas a renunciar a dar un paseo por venir a verme. Celebro haberme equivocado. Si no hubieras venido, habría tenido que pedirle a mi autora permiso para recibirte en un parque, pero la verdad, mi vida transcurre en la calle y estos minutos de retiro al mes me saben a primavera. De todos modos, no te preocupes, abrimos el ventanal de par en par, y en lugar de salir tú a buscar el sol, que entre el sol a buscarte a ti. ¿De acuerdo? Pues para empezar, una noticia: El pasado viernes 26, con motivo del Día del Libro, celebrado el martes 23, la biblioteca municipal de la Casa de las Conchas, organizó un acto de lecturas en distintos formatos y en distintas lenguas. Mi autora fue invitada a leer en braille ¿y sabes qué lectura eligió? Mi niño, el poema que te presenté el mes anterior. Me hizo mucha ilusión. Y para terminar, un regalo. Para hacerle los honores al Día del Libro te regalo el segundo publicado por mi autora: Letanías. Es una colección de relatos, en su mayoría premiados. Te los iré leyendo uno a uno y mes a mes. He aquí el primero: 1990: Barcelona. Concurso Periodístico "Relieves Braille". Segundo Premio. "Entre la ley y la trampa". (Incluido en el libro) de relatos “Letanías”. Entre la ley y la trampa Viva en paz, señor juez, que en nombre de Dios y del Rey ya cumplió con la ley, pero no pretenda impedirme hilvanar estas líneas que, ni su poder, ni su sabiduría, ni sus leyes, servirán de soga para amarrar mis pensamientos, obstinados en volar al ayer, en posarse en el hoy, en remontar el mañana: en gritarme indignados que ustedes conjugan hábilmente las leyes y las trampas para hundir a los pobres y salvar a los ricos. ¿Acaso sabe SU Señoría quién es este tal Moisés González que ha decidido domiciliar en una cárcel como al más vulgar de los ladrones o al más temible de los ciudadanos? Pues simplemente soy un extraño, un ser anónimo, agreste, de mala cabeza para las trampas, de buen corazón para las leyes, que por vez primera en mi vida tengo la necesidad de dibujar mis sentimientos en unas hojas de papel para que todos me conozcan aunque sólo cuente su veredicto. Todavía usaba pantalón corto cuando mi padre intentó asegurarme un futuro más halagüeño que el suyo. Hoy vuelvo a oír su voz llena de entusiasmo: "Sabes leer y escribir y los números los entiendes al dedillo. Con esa cabeza y con esas manos bien puedes aspirar a un oficio mejor que el mío. ¿No ves que el campo es lo más esclavo y lo menos rentable que existe”? Con dinero prestado me compró una mula y un carro y en él me instaló una tienda ambulante. Con la fuerza que da la ilusión de medrar empezaba la jornada el lunes al despuntar el alba y satisfecho por el deber cumplido la concluía el sábado cuando el sol ya había prestado su luz a la luna. Por el día recorría aldeas y pueblos llamando de puerta en puerta con un "medias, ligas, velos, lanas, mandiles, moqueros, hebillas, botas, bragueros, hilos, botones, sombreros, agujas de ganchillo, de punto, de coser, de zurcir, de bordar..." para ahorrarme los veinte reales que pedía el alguacil por echarme un bando convocando en la plaza a los vecinos, a los clientes. Aquí, a "la" Luisa, le vendía y le cobraba una gorra para su padre y otra para su suegro; allí, a "la" Juana, le trocaba mudas para toda la familia por un cantarillo de aceite; acullá, a "la" Rosa, le dejaba las sábanas para los ajuares de sus hijas, que me pagaba cada semana como buenamente podía... y a más de una María le fié las mantillas del niño que ni cobré por las buenas ni tuve valor para cobrar por las malas. Por la noche dormía a la intemperie, y si los bostezos del crepúsculo humedecían mi piel, y si el relente de las madrugadas hacía castañetear mis dientes, era la mula quien me prestaba calor, y a ella me abrazaba para sacarme el miedo del cuerpo cuando aullaban los lobos, cuando silbaban los cierzos, cuando se peleaban los relámpagos y los truenos: cuando todos los habitantes del campo alzaban sus respectivas voces para impregnar el aire de misterio, y sólo cuando a alguna gripe le daba por visitarme con sus fiebres, era capaz de darle al cuerpo el lujo de una posada. Claro, señor juez, que aquello no era un ir y venir por un camino sin piedras, sin cuestas, sin zarzas, pero yo era feliz porque me sentía libre como los pájaros y nadie ataba mis alas, era alegre como una campana y al son de las ruedas del carro cantaba sin ofender para que mi voz me acompañara, podía trabajar sin zancadillas, en paz, y si alguien con mala pinta me abordaba, no era para llevarse mi jornal a punta de navaja, sino para compartir como hermanos el pan y el vino. ¿Ve, señor juez, como por hambre se pide y no se roba? Por el hecho de ser persona nacemos con el pan ganado y nunca Moisés privó de este derecho a ningún semejante. Por fin pude ayudar a mi padre a saldar las deudas que contrajo y vi llenarse la tienda hasta ser una de las mejores abastecidas que circulaba por aquellos parajes. ¡Qué importante me sentía al cortar los frutos del árbol del trabajo! Dos días de descanso me fijé al año: el uno por Navidad, el otro, por el Patrón del pueblo. La víspera de un San Antonio conocí en la verbena a "la" Inés, y en la, Misa Mayor del San Antonio siguiente, para no echar a perder un tercer día, con ella me casé. Se deslizaba la vida desgajando sobre nosotros racimos de problemas, pero jamás nos devoró la cólera, eran culpa de las circunstancias, no de los hombres. ¿Entiende ahora, señor juez, por qué, más que mi situación, me mata el hecho de que sea obra de un hombre como yo, pero con derechos por tener más? Por entonces no nos arañaba la espina de impotencia que hoy nos humilla. Yo seguí haciendo caminos y restando horas al sueño; ella, en el pueblo, conducía un hogar invadido pronto por tres rapaces que daban alegrías y pedían sacrificios. Un sábado, al abrirme la puerta, vi a mi esposa enlutada. -Ha muerto el abuelo y estos hijos reclaman un padre en casa. Me dolían los ojos de contar estrellas y en el alma me abrasaba la soledad del paisaje. -Es hora de instalarme en la ciudad. Entre todos diseñamos un mapa de proyectos. Con nuestros ahorros se compraría un piso modesto; lo que el abuelo dejó a fuerza de escatimárselo al cuerpo serviría para comprar un local añadiendo el préstamo de algún banco; los hijos estudiarían. Lo que de nosotros dependió salió muy bien, pero los bancos nos cerraron las ventanillas: el valor de la casa del pueblo era inferior al del crédito solicitado, y el sistema era dar sólo a quien tenía más de lo que pedía. Se optó por un alquiler y aparqué el sueño entre las cosas pendientes pues con mi amor al trabajo bien seguro estaba de no tener que renunciar a él. Aquella mañana, cuando abrí las puertas de mi tienda, me sentí el ser más realizado de la Tierra, el vistoso escaparate, los estantes repletos, clientes entrando y saliendo y sin comprar al fiado. El futuro de los míos se encendía de promesas y tanto las fatigas pasadas como las venideras valían la pena. Una mañana entró el amigo Samuel con un periódico en las manos y una sonrisa de oreja a oreja. -¡Enhorabuena, Moisés, enhorabuena, que en este país ya somos libres! -¿Libres? ¡Yo he sido siempre libre! -¡Ja, ja, ja, ja! Tú sólo entiendes de trabajar a lo burro. Esto quiere decir, entre otras cosas muy importantes, que todos los ciudadanos, todos, tendremos los mismos deberes y los mismos derechos. -¿Derechos? ¿A qué? -A todo, hombre, a todo. ¿Por qué pones esa cara de incrédulo? A trabajar sin ser explotado, a tener una vivienda digna, a que estudien los hijos de los pobres con los hijos de los ricos... ¡Habrá justicia por fin! -¿Y crees que yo conseguiré un crédito con la misma facilidad que ese de la esquina que es dueño de una cadena de supermercados? -¡Naturalmente! -¡Pues de ser así, bienvenido sea el cambio, que cuanto más corro, más tarde llego! "La" Inés, que según las vecinas había salido del pueblo pero el pueblo no había salido de ella, no se hizo ilusiones. -Baja de las nubes que de nada sirven las herramientas nuevas si los maestros no cambian las mañas viejas. Vi cambiar las tornas, pero "la" Inés fue más lista que "el" Samuel. Crecieron los deberes: tenía que declarar mis ingresos todos los días, tenía que dar el nombre y los apellidos de mis proveedores, tenía que liquidar los pedidos por adelantado… Menguaron los derechos: "la" Inés no podía ni fregarme el suelo sin darla de alta, no podía poner las rebajas cuando lo veía conveniente, no podía despachar a nadie fuera del horario establecido... Se desorbitaron los impuestos: pagaba por abrir, pagaba por cerrar… pagaba por cada palmo de suelo aunque las baldosas no le olieran los pies a ningún cliente. A menudo, un municipal, visitaba mi tienda para comunicar normas: ora que pusiera perchas con doble fila de ganchos en los probadores; ora que cambiara el color de las letras del fluorescente; ora que le rebajara un par de dedos al mostrador; ora que le dividiera en dos la hoja de la puerta... y todas concluían con una coletilla que advertía que los gastos corrían por cuenta del propietario del negocio y que de no acometerse en tal plazo sería sancionado con una multa de tanto. Cumplí siempre a cambio sólo de ver mermar mis ahorros y mi sueño. En dos años pasaron por mi tienda veintiocho veces los ladrones. ¡Ah, perdón! He olvidado el nombre que ustedes les dan ahora para hermosear su condición. La primera se llevaron los cuartos del cajón, pero como el dinero no tiene señal y como la palabra de un ciudadano honrado no es garantía de la verdad, ni se les buscó por falta de pruebas, y tuve que consolarme con ponerle rejas a la puerta, a la puerta que me obligaron a cambiar por razones de seguridad; la segunda, arramblaron con la ropa de los percheros, pero no dejaron huellas, ni siquiera en las colillas que bailaban por doquier, no había pruebas, y tuve que limitarme a meter el escaparate entre rejas; la tercera, me desvalijaron el almacén, pero la matrícula del furgón utilizado decía que no era de ellos, que llevaba denunciado por robo varios días, que tampoco había pruebas, y tuve que conformarme con poner una alarma. La cuarta vez los pilló la policía con las manos en la masa. Eran tres. Fuimos a juicio. ¿Recuerda su sentencia? A mí no se me va de la cabeza. A los dos menores los dejó en libertad sin cargos, al otro, al jefe, lo condenó a indemnizarme con mil quinientas pesetas. Pero ojo, nada de pagármelas entonces, que me las pagara después, cuando fuera solvente, y sólo si yo se las reclamaba judicialmente. Y aquella misma noche volvieron a saquearme, y a la semana siguiente, y a la otra... y tuve que dejar de denunciar, ellos no tenían límite para robarme, yo, para denunciarlos, sí. Debía de ser para que no se les desmadraran las estadísticas oficiales. Me fue imposible costear más sistemas de seguridad. La compañía de seguros se pronunciaba tarde y mal. Eso sí, era puntual para cobrar la póliza, y si no se cumplía sin demora, quedaba nula su responsabilidad. "Haz uso de tus derechos y pide protección policial", dijo "el" Samuel. Pero yo no era un ciudadano importante, un ciudadano de dinero, y ni el pan de los míos ni mi propia vida tenían valor para recibir este servicio. Una tarde se coló un ladrón entre los clientes y a punta de cuchillo exigió la caja. Me resistí. Después de bordarme el cuerpo a cuchilladas huyó con el mejor abrigo que había en la tienda. Las carteras de los clientes le hicieron frente. Cuando fue localizado por la policía ya había puesto el abrigo a salvo. Tres horas después usted lo puso en libertad y el juicio sigue pendiente. "La" Inés decía que pensara en curarme, que me olvidara de ver hacer justicia a la Justicia, y andaba en lo cierto, el delincuente era hijo del banquero que denegaba mi crédito una y otra vez y de una de las concejalas del partido que me sangraba a impuestos con amenazas de multa. Salí del hospital y para rehabilitar mis piernas daba mil paseos por el parque principal. Una mañana sorprendí a mi agresor intentando vender el abrigo y otros objetos hurtados y no pude aguantar más, alcé la muleta que me servía de apoyo a modo de espada y rescaté por las bravas lo que me negó por favor. Me faltó valor para huir y dejarlo con unas costillas rotas. Llamé pidiendo una ambulancia y confesé mi delito. Fui trasladado a la cárcel y seis meses después usted me juzgó. Mi piso fue embargado y vendido en pública subasta para indemnizar a la víctima y mi familia volvió a la destartalada casa del pueblo sin más equipaje que el abrigo, pues la policía demostró que era el mío. Hoy, por ser jueves, dejaron que "la" Inés viniera a verme y quiso encenderme una esperanza. "Es un día tan hermoso de primavera que todo en la Tierra va a cambiar". Pero yo oía antiguas palabras: "¿De qué sirve cambiar las leyes si no cambian los hombres?…" Bello día sí, pero para los pájaros, para las amapolas, para los ricos: para los hombres que tienen derechos, para los que pueden ver el sol sin el dolor de sentirse ultrajados por otros hombres. Yo, señor juez, siento crecer el invierno y entre sus sombras busco los principios que su implacable veredicto me ha extraviado por este laberinto de la ley y de la trampa. María Jesús Sánchez Oliva. Gracias por tu visita y hasta el próximo mes. Para contactar conmigo: Garipil94@oliva04.e.telefonica.net