miércoles, 31 de julio de 2013

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Queridos lectores: Acaba de salir el número 16 de 30 días, mi periódico, tu periódico, el periódico de cuantos quieran leerlo. Te recuerdo que puedes ser uno de mis corresponsales. Para esto basta con que envíes tus crónicas a: mjsanchezoliva@gmail.com, poniendo en el asunto “30 días” y en el mensaje el lugar de procedencia. Contenido: Como ya dije en su día La Vitrina tiene las puertas abiertas para los autores amigos del blog que no publican y por lo tanto son desconocidos. Uno de esos autores es Manuel Santos Greve. En su primera visita nos dejó el cuento titulado Calixta. ¿Lo recuerdas? Otros lectores sí, y a petición de ellos, hoy nos visita con otro. Pero para conocerlo, ya sabes, pásate por La Vitrina. Ante las velas que nos alumbran, los jóvenes con carrera se preguntan si les ha valido la pena estudiar. La respuesta está en la mesa camilla. ¿Quieres conocerla? Seguramente que alguna vez has querido hacer una queja o una reclamación y no has sabido cómo. Si es así, vete al Cajón de Sastre. Encontrarás la suficiente información para tener al menos una ligera idea. En el Álbum de la Lengua seguimos con la reforma de la RAE. La noticia de quien hoy se sienta en La Butaca nos deja claro que no es la ocasión la que corrompe a las personas como suele creerse. La carta de este mes no podía tener otros destinatarios: los afectados por el accidente del tren en Santiago. Garipil más que leernos en su salita, reza por tan desgraciado accidente, que es lo único que puede hacer en estos casos. Seguidores de Honor: Mónica Nuevo Vialás. Nacionalidad: española. 23-IV-2012. Arturo Arias Terceiro. Nacionalidad: argentina. 12-VI-2012. María del Mar Nuevo Vialás. Nacionalidad: española. 29-VI-2013.

La Vitrina

La Farmacia Esta historia empieza como otros miles de historias. Roberto y María se habían casado y eran felices, o al menos, eso pensaban ellos. Roberto era farmacéutico y hacía sólo unos años que había comprado la farmacia. Allí se fueron los ahorros suyos y de sus padres. Y una amplia hipoteca que lo tendría sujeto al mostrador durante años. Pero había valido la pena. La farmacia funcionaba bien. Estaba cerca del mercado de la Prosperidad y de la boca del metro. Los clientes no faltaban. La Seguridad Social daba mucho trabajo y poco beneficio, pero los dos escaparates estaba muy a la vista del público y allí se mostraban las dietas adelgazantes, las cremas de belleza, los eliminadores de años y arrugas, dentífricos de sabor refrescante que harían brillar el esmalte como estrellas y un largo etcétera de productos que sí aportaban beneficios. El contrato de la farmacia incluía una vivienda en la planta superior. Sólo eran 70 metros. Lo suficiente para una vivienda. María prometió terminar la carrera de farmacia después de la boda, pero entre la preparación de la boda y el viaje posterior, más ciertas agradables obligaciones del recién contraído matrimonio hicieron que ese curso se pasara en blanco. El examen de conciencia que todos hacemos a final del verano trajo nuevas promesas. Desde Octubre iría a clase, Se matricularía de las cinco asignaturas que le faltaban de cuarto curso, con la decidida intención de aprobar… al menos tres. Hay que reconocer que esa meta era ambiciosa. A pesar de tener la vivienda prácticamente en la misma farmacia, y todos los centros de compra, el mercado y supermercados, a un paso de casa, el horario de la farmacia es de lo más esclavo. Y tenían que estar ambos. Cuando uno sólo atendía al público, la simple ausencia durante unos segundos de la vista del público presente, para ir a la trastienda a la buscada del producto solicitado, era detectada al hacer el cierre. Las cremas, alimentos infantiles, cepillos de dientes, de todo, desaparecían de los expositores en cuanto se dejaba de vigilar. Pero los fines de semana se recuperaban. Desde el medio día del sábado hasta la noche del domingo el tiempo era de ellos. Pasados los primeros meses de ímpetu, Roberto y María comenzaron a recuperar a sus amistades. Amigo de Roberto, y ahora de ambos era Josechu. También farmacéutico, y ahora dedicado a la actividad de representante de laboratorios. Capaz de vender y revender su propia alma, había conseguido, en competencia con otros candidatos, y merecidamente, hacerse con la representación de Novartis y Pfizer. Sobre todo, las ventas de Viagra, le proporcionaban unos beneficios saneadísimos. - Si hay gripe vendemos, y si se encuentran bien, también. Así se festejaban Roberto y Josechu, con María entre ambos, el sábado 14 de Mayo en la Marisquería El Bogavante. Como la marisquería estaba de moda, los tres se apiñaban en una mini-mesa, compartían tres mini-taburetes, y eran la envidia de los que, de pié, esperaban mesa haciendo cola de tres en fondo frente a la barra. María, era mujer. Y como tal, por intuición, formación o experiencia universitaria, sabía distinguir perfectamente lo que era un roce de estar apretados, de lo que era un roce de estar pidiendo guerra. Y Josechu venía pidiendo guerra desde que entró la primavera. Y le halagaba. No eludió el acercamiento de su pierna, La dejó allí, quieta por fuera. Pero por dentro la sentía hervir. - * - Los exámenes de Junio la obligaron a faltar de la farmacia. Exámenes de las asignaturas, exámenes de prácticas. Y otras ausencias que no se correspondían con más exámenes que a los que voluntariamente se sometían Josechu y María. María quería a Roberto, y para Josechu no había amigo como Roberto, pero la naturaleza humana es como es y allí estaban ambos, con pasiones y remordimientos, y vuelta a empezar. Con las ausencias de María los hurtos en la farmacia, sin ser graves, sí eran fastidiosos. Las denuncias a la policía y las reclamaciones al seguro se llevaban horas de papeleo y trámites. Roberto, aconsejado por la compañía de seguros decidió instalar una cámara de video desde la que se pudiera controlar la farmacia. No era una inversión excesivamente cara. 300 euros, y se conectaría a la misma ADSL de la farmacia. Fue ha comprarla y se la llevó a casa. Estuvo leyendo las instrucciones, y la montó sobre la repisa del aparador. Después, desde el PC anduvo haciendo ensayos y pruebas durante un buen rato, y enseñándole a María como desde el teclado del PC se accedía a la dirección hppt://www/farma334tv.com y allí estaba, dos metros más allá, su propio salón con la tele puesta. - Pondremos esta cámara abajo en la farmacia, en la esquina superior del techo. Desde allí se verá casi toda la farmacia. Se producirán dos efectos. La gente sabrá que hay una cámara observándolo y o no robarán o lo harán mucho menos. En la única esquina que queda sin visibilidad pondremos cosas sin valor. Y además, si roban, la información queda durante 48 horas en un disco duro que se puede consultar, y sirve como prueba para las denuncias. María estuvo probando y se entusiasmó con la idea. Finalmente apagaron todo el equipo y fueron a cenar. A la mañana siguiente Roberto se levantó, como siempre, a las ocho. Puso a calentar el desayuno, y mientras se fue a probar la cámara. Durante la noche le habían asaltado algunas dudas, sobre si se podía o no, y cómo, grabar imagen y sonido, o sólo el sonido. Vio que la cosa se complicaba y la cafetera empezó a avisar que ya estaba caliente. - Buenos días marido, ¿Cómo está ese café?, Qué bien huele. Ambos desayunaron casi en silencio, María quería hablar con Josechu, Debían terminar con aquello. Él también lo deseaba, pero cada vez que se reunían terminaban, como terminaban siempre. - ¿Vas hoy a la universidad? - Sólo a primera hora. Creo que podré estar de vuelta entre las 11 y las 12. Quiero ver si han salido las notas de prácticas de Bromatología. - ¡Qué bien!, hoy lunes siempre hay más agobio. Te dejo, Voy abriendo la farmacia. María se quedó sola, terminando despacio la tostada del desayuno. Tenía que hacerlo. Recogió las cosas del desayuno, se arregló para salir, y se fue al teléfono. - Hola ¿Josechu? - Hola María, ¿Como estás? - Fatal. Anoche Roberto estaba cariñoso. Lo quiero, pero hay cosas que no puedo hacer con él, y menos después de haber estado contigo. Te quiero a ti, lo sabes, pero deberíamos dejarlo. Pero… ¡Dios mío!... ¡Espera! María acababa de ver encendido el piloto de actividad de la cámara que habían puesto en el salón. Eso sólo podía significar que Roberto estaba consultando la cámara, viéndola y oyéndola, desde la farmacia. Salió de la casa sin siquiera colgar el teléfono, miró hacia el interior de la farmacia desde el exterior. Y allí estaba su marido, pálido como un muerto, viendo en la pantalla del PC de la farmacia, el salón de su casa con el teléfono descolgado. Sin pensarlo un segundo paró un taxi y dio la dirección de casa de Josechu. - Josechu, ¡lo sabe! - ¿Qué? - Si, ha sido mi culpa. Antes de levantarme ha debido conectar la cámara de vigilancia que teníamos en pruebas y sin esperarlo ni buscarlo ha sorprendido mi conversación contigo. Vámonos de aquí ahora mismo. Lo primero que hará será buscarme, y al comprobar que he salido vendrá a esta casa. Ya sabes que Roberto es encantador, pero esta situación pondrá al descubierto su lado oscuro. Yo no quiero encontrarme con él. - Ni yo tampoco. -*- Josechu Arteta, Ernesto Bonilla y Roberto Gandía habían sido amigos desde niños. Roberto era el más tranquilo y ponía paz entre Josechu y Ernesto. Una vez Josechu, que era el más travieso exasperó a Ernesto de tal manera que llegaron a las manos con toda violencia. Roberto cogió por el cuello a los dos y los separó. Ambos tuvieron que llevar un collarín durante casi un mes. Las manos de Roberto eran así. En una ocasión salió en defensa de Ernesto, que siempre fue menudito, cuando el Hermano Martino (le llamaban el “Hermano Martillo”) le había dado un golpe en la cabeza con los nudillos y había caído al suelo llorando. Tendría entonces Roberto no más de catorce años. Sujetó las dos muñecas del fraile con su mano izquierda, y con la derecha le apretó el hombro. Le empujó hasta ponerlo de rodillas en el suelo y le dijo bajito al oído, - a Ernesto nunca se le olvidó la frase -: - Hermano, le ruego, por favor, y por Vd. mismo, que no repita, nunca más, eso de dar coscorrones. Y así fue. En la mili tuvo también un episodio, que terminó en juicio, del que fue absuelto. El Comandante Palazón era un chuleras, y se pasaba de bofetadas con los reclutas. Un día, sin mediar más provocación que una sonrisa, que no tenía nada que ver con él, le dio una bofetada a Roberto. Roberto la aguantó, y sin cambiar el gesto sonriente se volvió ofreciéndole la otra mejilla. Recibió una segunda bofetada, aun más fuerte que la anterior. La reacción fue tan fulminante que la tropa en pleno no sabía exactamente como ocurrió, pero todos coincidían en que había sido sólo una bofetada de respuesta con la mano abierta. El caso es que el Comandante Palazón, cayó al suelo con un pómulo hundido y la mandíbula rota en tres partes. Con la Farmacia recién abierta, aun estaba soltero, entraron a atacarle. Como eran dos, e iban armados con navajas, el juez no encontró la manera de achacar a Roberto la aplicación de “fuerza excesiva”. Pero la ambulancia se llevó dos delincuentes que tardaron cuatro meses en recomponer los huesos rotos. -*- Josechu y María por remordimientos, temor y prudencia, no querían verse cara a cara con Roberto. Por su actividad de representante nacional, Josechu tenía práctica en ponerse en marcha. Tardó tres escasos minutos en preparar un maletín con lo indispensable. Cerró la puerta, cogió a María del brazo y salieron a la calle. - ¿Y ahora que hacemos?, preguntó él. - Pues mira, tal como se han puesto las cosas, empeorar es casi imposible. Pero vamos a ser prácticos y honestos en lo que aun podemos. Voy a llegarme a Caja Madrid, y voy a hacer una transferencia de la mitad del dinerito que tenemos Roberto y yo a una cuenta tuya. Y desde cualquier cibercafé le mandamos un Fax diciéndole que lo sentimos, y mientras debes ir pensando lo que podemos hacer a continuación. El recuerdo de aquellos días aun lo viven María y Josechu como una película que pasase a cámara rápida ante ellos. Ambos se querían despedir de sus padres, pero Roberto iba tras ellos. Se habían alojado provisionalmente en el Hotel Los Girasoles, pero tuvieron que salir precipitadamente cuando avisaron a Josechu que, no se sabe por qué medios, Roberto se había enterado e iba hacia allá. Sobre un plano de España lanzaron una moneda. - Donde caiga la moneda nos vamos. Así él no podrá encontrar una razón lógica para buscarnos. Terminaron en el Hotel Los Llanos de Albacete. Se fueron en autobús. Y por fin respiraron tranquilos. Josechu llevaba, además del suyo, un carné de identidad, que le había prestado su amigo Ernesto Bonilla. - Si te pelas y dejas una barba de cuatro días, te parecerás bastante a mí en esa foto. Además nadie se fija en el DNI al detalle. No quiero que Roberto os encuentre. Por él. Si en la alteración del momento se le va la mano, puede tener problemas, (vosotros muchos más, pero os lo merecéis). Así que al hotel que vayas entregas mi carné. Me lo devuelves por correo. Después de estar en Albacete cinco días, Josechu, colgado durante horas al teléfono había logrado encontrar una primera solución. Su piso, un ático a diez minutos a pié de la plaza de España, con vistas sobre la Plaza de Oriente, se lo quedaba Ernesto. Siempre lo había deseado. Así que los problemas económicos a largo plazo quedaron resueltos. - Mira Josechu, esta situación se nos ha ido de las manos. Inicialmente me atrajiste, después me dí cuenta que además del morbo del adulterio, y el sexo a escondidas, estaba perdidamente enamorada de ti. Pero ¿Y tú? Tu salías con Matildita. Y he destrozado tu vida. Te he dejado sin trabajo y sin tu precioso piso. - Llevas razón. El resultado de esta situación es tal como has dicho. Pero no sabes lo feliz que me siento. El compartir mi vida contigo me atrae. Deseo hacerte feliz. Pero…, que pasa con Roberto. Es mi amigo, y pensar que le he hecho tanto daño me tiene angustiado. Por Matildita no te preocupes. Estaba ya en línea de salida, y ella lo sabía. - Roberto tiene como medio de vida su farmacia, además tiene que pagar la hipoteca. Sus padres lo quieren mucho y lo consolarán, y como la verdad, es que tiene un cuerpazo, no tardará en recomponer su vida. Y nosotros, ¿Dónde rehacemos la nuestra? Finalmente Josechu y María se asentaron en Buenos Aires. Josechu, que había nacido vendedor, encontró a la semana de llegar una inmobiliaria que compraba y vendía pisos y terrenos. María trasladó su matrícula a Argentina y se dispuso a terminar su carrera. -*- Febrero. Se iniciaba la primavera en Argentina. Josechu y María estrenaron casa. Vino desde Madrid, Ernesto. Les trajo noticias de la Villa y Corte. Lo de siempre, el alcalde repite, y siguen pensando en que les concederán las siguientes olimpiadas. - ¿Que sabes de Roberto?, ¿Cómo se encuentra?, preguntaron los dos. - Bueno… os contaré. De entrada mal. Adelgazó y no quería saber nada de nadie. Yo no me atreví a decirle lo de la compra del piso. Temía que me preguntara que donde estabais. Tuvo que tomar un ayudante. Tomó a un chico, estudiante de farmacia de cuarto curso. Estuve varias veces a verle, con la excusa de comprarle aspirinas y cosas así. Intenté entonces sacar el tema y abrió la palma de la mano ante mi cara y me dijo, ¡Para!, Deja ese tema. El empleado le salió rana. Lo sorprendió intentando robarle. El chico no sabía que Roberto había perfeccionado lo de la cámara. Ahora tiene una muy bonita, a la vista, que no funciona, y la cámara de verdad esta oculta y es de alta resolución. El chico había puesto un trapo por encima de la cámara de muestra. Pero…, no hay mal que por bien no venga, a continuación a contratado a Rami, se llama Ramira, ya tiene la carrera terminada, y es del mismo pueblo que sus padres, y es muy agraciada. Roberto empieza a ser otro, ¿Queréis verla? - ¿Es que tienes una foto de ella? - Nooo, es que la cámara la podemos consultar desde aquí. Algunas veces Roberto me pide que le vigile la farmacia, y me ha dado la dirección y la clave de acceso. A Josechu y María se les abrieron los ojos de ilusión. Fueron al ordenador y Ernesto después de pocos segundos entró en la dirección hppt://www/farma334tv.com. Luego entró una clave, en la pantalla apareció: ****** Se quedaron mudos. Allí estaba Roberto, detrás del mostrador, atendiendo a una señora con el pelo blanco. Se movía un poco a saltos. Ernesto manípuló algo en el PC y se empezó a oír el sonido de la calle y unas palabras. Era el tono de voz de Roberto. - ¿Pero qué os pasa? – Estáis los dos con los ojos brillantes, ¡Qué brillantes! ¡Estáis llorando! Ni María, ni Josechu podían negarlo. Ver al amigo y al marido “en vivo y en directo” les había pillado de sorpresa. No pudieron evitar que la emoción les hiciera brotar las lágrimas. Cuando Ernesto se volvió a Madrid, ya se llevaba firmados los papeles del divorcio de María. -*- Dos años después Josechu y María, con la perspectiva de mellizos, se casaron. Y durante esos años, Josechu y María vivieron casi a diario, a través de la cámara de la farmacia la evolución de la vida de Roberto. - Creo que a Roberto le gusta Rami. Esta mañana he estado dos horas observándolos y, cuando no había clientes, él le ha cogido la mano. Con la diferencia horaria entre Buenos Aires y Madrid, prácticamente sólo podían ver la actividad de tarde, pero pronto Josechu ideó el procedimiento de grabar desde las dos de la madrugada, para tener también la información de las mañanas en la farmacia de La Prosperidad. - ¡María, María, ven, mira! – llamó Josechu. ¡Se están besando! Vivieron los días en que los clientes entraban a darles la enhorabuena por el noviazgo, la enhorabuena por la boda, y la enhorabuena por el embarazo de ella. Josechu y María estaban de nuevo con los ojos brillantes cuando en la pantalla por primera vez se vio la cunita con una niña dentro. - ¿Esa niña quién es? -Preguntó uno de los mellizos Dos minutos después estaban llamando a Ernesto. - ¡La hemos visto, la hemos visto! ¿Cómo se llama? - Vaya, -contestó Ernesto – Seguís igual. Aún no han decidido como se va a llamar. Parece que quieren hacer el bautizo y la fiesta a final de mes. ¡Cómo voy a echaros de menos! Ernesto, al corriente de lo que pasaba a ambos lados del Atlántico, que era el más sensible de los tres amigos, llevaba aquel asunto con un particular disgusto. Decidió hacer algo. La situación llevaba así casi 10 años. Mayo. Empezaba el mal tiempo en Argentina. De nuevo ante la pantalla, Josechu y María miraban entrar y salir gente de la farmacia. - Me gustaría volver por Madrid. – dijo María. Mis padres están ya muy mayores para venir. Les encantaría ver como están los nietos ahora, que están de dulce. Y tu madre, ni te digo. - ¿Y Roberto? ¿Qué hacemos? No me atrevo a ponerme ante él. No me importaría que me diese ese par de Ostias que nos merecimos. Pero solo con pensar en su cara me vengo abajo. - Sonó en teléfono. – Es Ernesto, - dijo María - ¿Hola, qué hay? - Pues hay novedades. Quieren hacer una fiesta para amigos antes del bautizo en la propia farmacia, ¿Seguís viendo vuestro programa favorito? - Claro, raro es el día que no estamos un rato mirando. - Pues mañana por la tarde a las siete, (de aquí) no os lo perdáis. Reconoceréis a muchas caras. La intriga estaba servida. Después del medio día Josechu y María estaban sentados delante de la pantalla de la televisión (hacía tiempo que pasaron la señal del PC a la pantalla grande). Era la fiesta de San Isidro. La farmacia estaba cerrada. De momento no se veía a nadie. - Parece que ya se oyen ruidos. Están abriendo la puerta. Sonó el teléfono. - ¿Diga? - Hola, soy Ernesto. ¿Estáis viendo la farmacia? - Sí, aún no hemos visto nada, parece que se oyen ruidos, pero nada más. - Pues estar atentos que empieza el programa. Un Abrazo. Os quiero. Adiós. Y empezó el programa más maravilloso que Josechu y María pudieran haber soñado nunca. Apareció la madre de Josechu, los padres de María, los padres de Roberto y otros señores que no conocían de nada. Debían ser los padres de Ramira. Delante de ellos se colocaron Roberto y Rami. Mirando la pantalla, sin dejar de sonreír. Sacaron de debajo del mostrador una pancarta y la pusieron delante de la cuna. “María, Josechu: Sin vosotros, esto no hubiera sido posible”. “Os queremos aquí para el bautizo” ¡Se llamará María! Josechu y María vendieron los derechos del laboratorio “Gominolas Españolas” – sólo de venta en farmacias – y el piso de la calle Corrientes. Ya antes de llegar a Madrid se veían por la calles los anuncios de “Gominolas Argentinas”, con dos niños iguales, de ojos negros, ofreciéndoselas, en competencia, a una niña preciosa niña de ojos azules, los mismos que los de Rami. Manuel Santos Greve.

Mesa camilla

¿Vale la pena hacer una carrera? La mayoría de los jóvenes españoles ha hecho una carrera y la mayoría se arrepiente de haberla hecho. Es frecuente oírles a nuestro alrededor expresiones como estas: ¿Vale la pena hacer una carrera para no ejercerla? ¿Compensan tantos años de estudio para ganar tan poco? ¿Para qué sirve estar preparado si luego hay que salir fuera a buscar trabajo? Lo ideal es hacer una carrera que nos guste, ejercerla dónde, cómo y cuándo queramos, y por supuesto, ganando un sueldo que nos permita vivir bien desde el primer mes, pero la realidad, al margen de la crisis y de quien gobierne, salvo excepciones por eso de que no hay regla sin excepción, es, fue y seguirá siendo otra historia. Generalmente, con carrera y sin carrera, trabajamos en lo que surge, a veces en lo que nunca se nos habría ocurrido pensar, tenemos que hacer que nos guste nuestro trabajo, o resignarnos a hacerlo sin que nos guste. De hecho la palabra “trabajo” tiene más connotaciones de sacrificio que de placer. Pero se trabaje en lo que se trabaje, aunque por las razones que fueran no se trabajara nunca incluso, hacer una carrera, tener estudios superiores, estar bien preparado, nunca es negativo. Durante la dictadura, por no irnos más lejos, en España, solo hacían carrera los hijos de los ricos. Raras veces llegaban a médicos, abogados o farmacéuticos los hijos de un albañil, de un campesino o del operario de una fábrica. Los licenciados solían ser lo que eran sus padres y vivían muy bien desde el primer momento. Así fue como en la clase baja echó raíces la creencia de que tener una carrera equivalía a trabajar poco y ganar mucho. Gran error. Aquellos trabajadores con carrera vivían muy bien desde el primer momento, pero no porque empezaran cobrando grandes sueldos, sino porque procedían de familias acomodadas. Pero la sociedad lo tenía muy asumido: una carrera era la solución a los problemas económicos, el pasaporte para entrar en el club de los ricos. Con la democracia, afortunadamente, el acceso a la universidad dejó de ser un privilegio de las clases altas, y por primera vez en la historia de España empezó a ser un derecho al alcance de las clases bajas. La mayoría de estos jóvenes hizo su carrera con una finalidad: vivir de ella y vivir bien. Era la idea que habían recibido de sus mayores y consciente o inconscientemente con ese propósito se esforzaron. Pero luego vino la realidad y son los menos los que vieron realizado su sueño, los más, por muy diversas razones, desarrollan trabajos que nada tienen que ver con lo que estudiaron, se matriculan para formarse en otra profesión, o esperan confiados a que suene la flauta, y ante este panorama, el que más y el que menos, todos lamentan haber hecho una carrera. ¡Qué lástima! Estudiar es algo que no solo debemos hacer para trabajar, debemos hacerlo, en primer lugar, para formarnos, para aprender a pensar, para que nadie nos inculque ideas equivocadas, para que nadie manipule nuestra opinión, nuestra voluntad, nuestro pensamiento, y para que nadie nos confunda con sus argumentos. ¿Por qué un chico universitario tiene que avergonzarse de ser barrendero? ¿Por qué damos por hecho que con la camarera de un hotel no podemos hablar de las rimas de Bécquer? Seguramente por esa equivocada creencia que nos han inculcado durante tantos, tantos años, y que hoy, además de tener frustrados a tantos padres y a tantos hijos, nos impide progresar como individuos y como sociedad.

Cajón de Sastre

Cómo hacer una queja o una reclamación. Un escrito de reclamación debe contener tanto la exposición del problema como lo que se solicita en concepto de compensación Autor: Por LIDIA BARRIOFecha de publicación: 5 de noviembre de 2012 A la hora de presentar una queja o reclamación, el primer paso es hacerlo de modo verbal, en persona o por vía telefónica. Pero son numerosas las ocasiones en que el consumidor no es atendido como esperaba, la respuesta no termina de llegar o la que se recibe no es satisfactoria. Es el momento de presentar la queja o reclamación por escrito, a través de una hoja de reclamaciones o de una carta que se enviará por carta certificada, telegrama o burofax certificado con acuse de recibo, según convenga al caso. A lo largo del presente reportaje se indica cómo hacer una queja, así como los elementos básicos que toda reclamación debe incluir. Reclamar con precisión Para formalizar una reclamación Se debe redactar un escrito o carta en la que se exponga con precisión y orden el problema o motivo de la reclamación y queja. Pero no basta con señalar los hechos, hay que incluir lo que se solicita. Este es, de hecho, uno de los errores habituales cuando se escribe una reclamación: se hace una pormenorizada exposición del problema sin llegar a exponer lo que se solicita en concreto en compensación. Esta puede ser el cumplimiento del contrato o de los derechos como consumidor, la devolución de una cantidad determinada de dinero, la rectificación de un comportamiento, la corrección de una factura, la baja con efecto en una fecha, la reparación gratuita en un tiempo determinado y razonable, la resolución de la compra con devolución del precio pagado... En la reclamación deben constar las medidas que se adoptarán en caso de que no se atienda la solicitud en plazo. Una reclamación planteada en pocos párrafos, sin enredos, será más sencilla de gestionar que un escrito de tres o cuatro páginas en el que se detalla de manera exhaustiva el contenido de las conversaciones previas con el servicio de Atención al Cliente o con el vendedor. Casi siempre es más práctico, y puede bastar, escribir una frase en la que se manifieste el malestar padecido. En caso de que de la información verbal, anterior y posterior a la contratación, se haya derivado un daño moral acreditable o una contratación inducida engañosamente u otros perjuicios, sí habrá que concederle mayor relevancia. ¿Cómo desarrollar una reclamación? Los elementos básicos de una queja formal o de reclamación son la identificación de las partes, los hechos u objeto de reclamación, la solicitud y la fecha y firma. Puede desarrollarse así: Identificación del reclamante: debe constar nombre, apellidos, número de DNI, dirección y código postal. Identificación de la persona o empresa a quien se dirige: hay que escribir el nombre y apellidos o denominación de la empresa, el departamento o persona y su cargo si se conoce, la dirección y el código postal. Identificación del producto o servicio objeto de reclamación: número de póliza de seguro, número de cuenta -en casos de reclamación por comisiones a un banco-, número de factura que se desea rectificar, referencia del contrato, números de incidencias, etc. Relación de hechos: hay que explicar con brevedad el problema y alegar los derechos y los compromisos que se consideran incumplidos. Relación de documentos que acompañan al escrito. Tras los hechos, o al final del escrito, se debe añadir: "Acompaño copias de contrato/factura/billetes..." o de cualquier otro documento. Solicitud. Conviene siempre indicar qué se pide: rectificación de factura o de un comportamiento, reparación gratuita, una indemnización, etc. Plazo en el que se espera respuesta: según los casos, puede bastar la expresión "a la mayor brevedad posible" o "en 15 o 20 días". Actuaciones en caso contrario: hay que identificar las medidas que se adoptarán en caso de que la solicitud no sea atendida en plazo. Estas pueden ser acudir: a los tribunales de justicia, a otras instancias (Servicios de Consumo, Servicio de Reclamaciones del Banco de España, de la Dirección General de Seguros, etc.) o a las vías o cauces que se consideren más procedentes para la defensa de los derechos o intereses. Despedida formal, fecha y firma. Un ejemplo de queja o reclamación Un consumidor compra unos muebles para el salón de su casa, una vez en casa comprueba que puertas y cajones del armario no cierran bien. Tras varias llamadas al vendedor, siguen sin pasar por su domicilio para solucionar el problema. Así sería la reclamación: D. DNI nº: C/ , nº piso escalera CP Municipio Nombre de establecimiento vendedor C/ CP Municipio Asunto: contrato, albarán... Localidad y fecha Muy Sr./a Mío/a: El pasado día 9 de julio recibí en mi domicilio un armario, modelo XX, que adquirí en su establecimiento por precio de X euros junto con otros muebles. Nada más marchar el montador, comprobé que las puertas y cajones del armario del salón no cerraban bien, por lo que entendiendo que se trata de un defecto del producto o de montaje. Me puse en contacto con usted instándole a la subsanación de estos defectos. Acompaño copia del contrato y de la factura. No obstante, y dado el tiempo transcurrido sin que hasta la fecha se haya puesto en contacto conmigo para resolver este problema, le solicito que a la mayor brevedad proceda a la reparación gratuita de estos defectos, tal y como corresponde en virtud de la garantía y del contrato. En otro caso, continuaré con mi reclamación por las vías que considere más adecuadas a la defensa de mis derechos. Quedo a la espera de sus noticias. Reciba un cordial saludo. Atentamente, Firma.

El Álbum de la Lengua

La tilde en la conjunción o entre cifras ANTES La norma académica recomendaba la tilde en la conjunción átona o entre cifras, con el fin de que no se confundiera con el cero: 60 ó 70. AHORA Por primera vez, en la Ortografía de 2010 se prescribe la supresión de esa tilde, ya que no es normal tildar un elemento átono, y la posibilidad de confusión con el cero es hoy prácticamente inexistente. Por tanto, la conjunción o, en condición de palabra monosílaba átona, se escribe siempre sin tilde, aunque aparezca entre cifras: 60 o 70.

La Butaca

Me ha tocado la lotería estando de vacaciones fuera de España. No ha sido para hacerme rico, pero sí un importante pellizco. Pero esta no es la noticia –al fin y al cabo en poco va a cambiar mi vida-, la noticia es que no tenía el décimo en mi poder, ni había elegido el número, ni lo había pagado; fue la persona responsable de la administración la que lo hizo por mí. Es verdad que soy cliente habitual y que al no saber con certeza las semanas que iba a permanecer fuera se ofreció a hacerlo y se negó a cobrar por adelantado, pero no es menos cierto que el décimo lo tenía ella, que si hubiera querido, yo ni me habría enterado, y sin embargo se apresuró en localizarme para darme la noticia con más alegría que si le hubiera tocado a ella y se tomó la molestia de que el décimo estuviera a buen recaudo, antes, incluso, de mi regreso. El premio pues no ha sido el dinero, el premio ha sido constatar que hay personas de esta categoría. Desde aquí quiero darle las gracias y felicitarla. Está claro que no es la tentación la que nos hace perder la honradez, como suele creerse, es la ausencia de ésta la que nos hace caer en la tentación. Desde Hamburgo (Alemania) informó para 30 días V S P.

Carta a...

Como cada 24 de julio Santiago de Compostela se disponía a celebrar sus fiestas en honor del apóstol Santiago, su patrón, el patrón de Galicia, el patrón de España, pero de Madrid, con destino a Ferrol y 218 pasajeros a bordo, había salido el tren Alvia, y tres kilómetros antes de llegar a la ciudad, justo a la hora en que debían empezar las fiestas, se salió de la vía por exceso de velocidad y fue tal la tragedia que se cambió las galas de fiesta por las de luto y de luto sigue. ¿Por qué ha sucedido esto y en tan señalada fecha? No lo sé. Quizá sea la fuerza del destino; quizá, el destino de la fuerza. ¿Quién lo sabe? De cualquier forma no es el momento de buscar respuestas, de analizar los hechos, de comentar conductas, de sacar conclusiones para que no vuelva a ocurrir, solo es momento de llorar por los 79 muertos, de desear que las decenas de heridos se recuperen pronto y bien, de consolar a las familias con una palabra acertada, con un gesto prudente, respetuoso, sereno, y silencio, mucho silencio, ese silencio que cuando las palabras se quedan sin voz por el dolor llega para expresar nuestro sentimiento. María Jesús.

Cosas de Garipil

Hola. Entiendes que hoy te reciba de luto ¿verdad?, sin flores en el jarrón, sin música que te haga entrar a mi salita, sin un café que nos invite a charlar. El accidente de ferrocarril en Galicia me ha alterado todos los códigos. Me cuesta pensar, me cuesta hablar, me cuesta sonreír… me cuesta funcionar. Ya sabes que soy un semáforo convencido de que las máquinas podemos ayudar al hombre, hacerle la vida más fácil, más cómoda, más agradable, pero de ningún modo podemos sustituirlo, porque si él se equivoca, ¿cómo no nos vamos a equivocar nosotras? Pero no me preguntes quién se ha equivocado en esta ocasión: las máquinas no juzgamos a los hombres, nos ponemos a su servicio simplemente y somos tan fieles, tan responsables, tan generosas con ellos que cuando les causamos daño sufrimos las mismas consecuencias. Estoy seguro de que el tren Alvia que descarriló a las puertas de Santiago el pasado miércoles 24 murió con sus muertos, sufre las heridas que sus heridos y llora las lágrimas de los familiares de las víctimas, de los gallegos, de los españoles… tan seguro de que ante su dolor por esta tragedia, el tuyo y el mío, solo se me ocurre invitarte a leer una carta de mi autora a modo de oración. La escribió hace muchos años, a un tren precisamente, impactada por el anuncio oficial de su desaparición. Fue el primer trabajo que presentó a un certamen literario. Hasta entonces solo escribía para ella, y cuando los papeles se salían del cajón, para el cubo de la basura. Gracias al premio que consiguió se animó a participar en otros certámenes y a publicarme a mí, entre otros libros que vinieron después. ¿Te apetece pues mi invitación? Puede que no sea la mejor forma de rezar, pero sí es la que más me consuela. 1988. Barcelona. Concurso Periodístico “Relieves Braille”. Tercer Premio. Carta a un tren Querido Tren: De entre la niebla de una larga espera emerge la ilusión de que hasta ti va a llegar esta torpe misiva. He pensado que podría localizar tu cadáver entre las reliquias de un museo pero se alzó la voz de quien fue testigo de mil reacciones humanas: “No lo intentes. El brillo del valor se apaga a menudo entre las sombras de la sencillez”. ¡Necia idea que fue capaz de hacerme soñar con que alguien pudiera tener un pensamiento tan justo! Pero me resisto a creer que no quede de ti más que un amasijo de hierros fundidos. Estoy segura de que si los hombres te han negado los merecidos muros de un museo, las hadas te habrán premiado con la tibia paz de un cielo; tú eras un tren con alma, y las almas, cuando han servido, no pueden morir. Sé que encontraré una paloma que remontando el horizonte de la nada pueda entregarte este manojo de pensamientos que son simplemente un ruego. ¿Te acuerdas de nosotros, viejo tren? Tus amigos no te olvidamos. Desde que tú te fuiste no hemos visto más trenes. Amaneció un nevado día de San Silvestre, pero corrí a un quiosco para comprar la prensa como cada mañana. Ojeando las páginas de un periódico local me topé con una noticia que prendió mi atención. “El tren correo… procedente de… con destino a… que durante equis años ha pasado por… hará hoy su último recorrido. Desde mañana entrará en servicio una extensa red de autocares. Por carretera quedarán comunicados los mismos destinos pero con mejor confor y más rapidez. En el breve espacio de equis años va a ser rehabilitada la red de ferrocarril, y de nuevo, un tren más actual, realizará el mismo trayecto”. Las letras menudas parecían esconderse con timidez en el envés de la vistosa imagen de un tren pintado. Era un gran tren y muy lujoso. Con un par de alas abiertas alardeaba de la enorme velocidad que era capaz de alcanzar. Muy atrás dejaba otro tren tan entrado en años como tú. Con las ventanillas de par en par exhibía sus salas: de lectura, de televisión, de té… y otras lindezas como jóvenes azafatas que con una sonrisa y claveles daban la bienvenida a los pasajeros. ¿Quién habría sido capaz de protestar ante tan magnífica promesa? La noticia venía enmarcada por enormes anuncios de cotillones tentadores de fin de año pero cerré el periódico ajena a tales ofertas porque un sentimiento de gratitud me había comprometido a pasar la noche contigo. El manto negro que desplegó la noche no venció la luz de los racimos de bombillas de colores que vestían de fiesta la ciudad. Caminé entre un río de gente pero ¡qué decepción!, todos corrían bulliciosos y con dirección opuesta a la mía. Entré en la estación y por primera vez toda la estancia fue mía. -¡Querido tren! ¿Nadie viene a decirte adiós? Tu silbido, desde lejos, se lamentó. -Cada noche de San Silvestre he albergado en esa sala de espera a seres sin hogar y silbé contento para que en sus solitarios corazones bailara la danza de la esperanza; hoy, para morir, me dejan solo. Se abrió una ventanilla y con unas monedas en la mano solicité un billete como quien cumple con un ritual. -¡Querido tren! ¿Cómo sigues siendo tan barato? Tu silbido, aproximándose, me explicó: -Vine para servir a todos y me fue preciso ser asequible a todos los bolsillos. Hoy me ordenan marcharme porque piensan que todos son ricos. Esperé en el andén. El reloj de la estación marcaba la misma hora que la que estaba impresa en mi billete pero te demorabas. -¡Querido tren! ¿Tampoco hoy vas a ser puntual? Tu silbido, entrando en la estación, comentó: -Se han empeñado en ponerme topes al tiempo con ese alocado invento que llaman reloj. Olvidan que nací para ser leal y cortés. Esto lleva más tiempo de lo que ellos establecen. He burlado normas para no poner vidas en peligro y visitar todas las estaciones. Hoy, desprestigiado, me retiran en el desván. ¡Ay!, querido tren. Con crónica pereza y reciente tristeza al fin llegaste a la cita. Tus puertas fueron brazos extendidos pero sólo yo me dejé abrazar. De tu paisaje se esfumaron los más entrañables matices. Ni maletas a empujones, ni cestas con frutas; ni besos en el andén, ni adioses desde el tren; ni saludos ni un “¿adónde va?” o “¿de dónde viene”? Sólo una voz opaca que anunció: “El tren correo… procedente de… con destino a… que está situado en el andén tal… vía cual… efectuará su salida dentro de cinco minutos“. Sitiada por un círculo de silencio y sorprendida del pueril motivo que me ponía en viaje pensé apearme, pero tu silbido, mezclado con el chirriar de unas lágrimas, me pidió: -¡Ven! Tengo que descargar recuerdos de mis vagones para subir ligero la última cuesta. Sonó la campanilla y se estremeció la hilera de vagones. Bajo mis pies crujieron tus huesos. Mecida por el traqueteo oí la cantinela cansada de tu locomotora: -Cambié el ritmo del mundo. En los mercados se vendieron burros y carros. Fue un éxito el traslado a lomos de mis vagones. Fui paraguas para la lluvia, sombrero para el sol, manta para el frío. Para quienes venían conmigo, regalaba las bellezas del paisaje, y para quienes me veían pasar, compañía con mi traquetear. Sin agobios llevé mis alforjas repletas de cestos de gallinas, sacos de trigo, pellejos de aceite, telas, lanas y cartas con noticias de todos los colores. Reí con unos estudiantes y lloré con otros, sala de fiestas fui para brindar por algún fin de carrera mercado fui para comprar y vender ganado; el trato se firmaba con un apretón de manos y conmigo de notario. Latí a golpe de amor enlazando dos pensamientos y de desamor desuniendo dos sentimientos, sentí el alivio de quien regresaba curado y la agonía de quien tenía prisa por morir en casa, recité rosarios con curas viejos y jugué con niños traviesos, en amenas tertulias hice compartir el pan y el vino del viaje, DORMÍ con una pareja de guardias mientras un pícaro sin pasaje se ocultaba del revisor entre los pliegues de mis vagones, de anécdotas soy un archivo: de cuarteles, de fiestas, de fábricas… pero no tengo tiempo para relatarlas. Mi gran pena fue la de aquella época de guerra y a pesar de que han pasado muchos años moriré sin entender nada de lo que vi. Sólo sé que cargué con sangre, miseria, miedo, hambre… Me contaron que se mataban por ideas opuestas y no acabó la tragedia hasta que no traje a unos cantando y llevé a otros llorando pero me chocó que todos viajaban destrozados. Ni un día falté a mi trabajo aunque todos mis hierros temblaban de pánico y me sangraban las heridas que me propinaban las balas de unos y las de otros. Y mi gran alegría fue la de una joven que con mi ayuda dio el primer paso a lo que fue una hermosa revolución. Nadie sabe qué fatigas pasamos hasta aquel día que me dijo: “Mañana no me esperes que mi ilusión ya es realidad”. Pero ¿qué me hace decir la embriaguez de emociones? ¡Silencio! Esta cadena de vida ha de ser cerrada con el eslabón de la discreción. ¡Adiós! Tus ruedas desgastadas siguieron la voz. “El tren procedente de…” Sin oír la frase, con la emoción por equipaje, me apeé. -¿No te anima dar paso al progreso como el invierno se lo da al verano? Te vi entrar en el túnel del tiempo cargado de sentimientos mientras silbabas como un eco: “¡Ay!, si viniera un tren como viene el verano… Nació el año nuevo pero sin autocares. Pasaron muchos San Silvestres pero sin traernos el tren. Ya no hay mercados para comprar un burro y un carro. ¿Cómo regresaré? Instalada en el andén del tiempo confío en que oigas mi mensaje. -Vuelve, querido tren, para comunicarnos que, más útil eres tú con tus achaques, que un magnífico tren estampado en las páginas de un periódico local. María Jesús Sánchez Oliva. Gracias por tu visita y hasta el próximo mes. Para contactar conmigo: garipil94@oliva04.e.telefonica.net