domingo, 30 de junio de 2013

La Portada

Queridos lectores: Acaba de salir el número 15 de 30 días, mi periódico, tu periódico, el periódico de cuantos quieran leerlo. Te recuerdo que puedes ser uno de mis corresponsales. Para esto basta con que envíes tus crónicas a: mjsanchezoliva@gmail.com, poniendo en el asunto “30 días” y en el mensaje el lugar de procedencia. ¡Hola! ¿Cómo estás? Te presento los contenidos principales de este número. Por fin llegó el verano y con él las vacaciones. ¿Estás buscando un libro para leer ahora que tienes más tiempo libre y no sabes por cuál decidirte? En mi vitrina te dejo varios títulos, y si no te convence ninguno, ya sabes, consulta entradas anteriores. Seguro que alguno te gusta. ¿Crees que tu compañía de telefonía te regala las llamadas? Pues pasa, toma asiento, siéntate a mi mesa camilla y dime si cuando te vayas sigues creyendo lo mismo. Seguro que de niño te lavaste muchas veces las manos con el famoso jabón Heno de Pravia y hasta es posible que lo hagas todavía porque todavía existe, pero ¿conoces su historia? Pues ahora tienes la ocasión de hacerlo si rebuscas en mi cajón de sastre. En mi álbum de la lengua seguimos con las reformas de la RAE. Hoy veremos si debemos seguir acentuando palabras del tipo de guion. Hay que escribir bien. La noticia de mi butaca nos deja muy claro que con buena voluntad se superan muchas trabas. La carta de hoy va dirigida a una ciudad que está triste: Salamanca. Garipil, además de uno de sus relatos, nos da hoy una buena noticia, pero si quieres conocerla, lo siento, debes entrar en su salita. Gracias por tu visita y feliz verano. Un saludo. Nombramiento: María del Mar Nuevo es una de las primeras seguidoras de este blog. El pasado sábado 15 de junio de 2013 contraía matrimonio en Arroyomolinos (Cáceres). Desde aquí quiero desearle un feliz y largo futuro junto a Víctor, su afortunado esposo, y, como regalo de bodas, haciendo uso de mis atribuciones, la nombro Seguidora de Honor con todos los derechos que conlleva el nombramiento y sin ninguna obligación por su parte. En Salamanca (España), a 29 de junio de 2013. María Jesús. Seguidores de Honor: Mónica Nuevo Vialás. Nacionalidad: española. 23-IV-2012. Arturo Arias Terceiro. Nacionalidad: argentina. 12-VI-2012. María del Mar Nuevo Vialás. Nacionalidad: española. 29-VI-2013.

La Vitrina

Sarah Lark En el país de la nube blanca Reseña: Londres, 1852: dos chicas emprenden la travesía en barco hacia Nueva Zelanda. Para ellas significa el comienzo de una nueva vida como futuras esposas de unos hombres a quienes no conocen. Ambas deberán seguir su destino en una tierra comparada con el paraíso. Pero ¿hallarán el amor y la felicidad en el extremo opuesto del mundo? La canción de los maoríes Reseña: En "La canción de los maoríes", las primas Elaine y Kura, nietas de las protagonistas de "En el país de la nube blanca" (Gwyneira y Helen), se debatirán entre sus raíces inglesas y la llamada del pueblo maorí para forjar su propio destino y buscar la felicidad. Entretanto, vivirán las aventuras y desventuras que la vida les depare en una tierra comparada con el paraíso, a la que llegan a echar raíces misteriosos desconocidos que no siempre traen buenas intenciones y que están decididos a quedarse. El grito de la tierra Reseña: Nueva Zelanda, 1907. La infancia de Gloria termina abruptamente cuando es enviada junto con su prima Lilian a un colegio en Gran Bretaña. Si bien Lilian encaja en las costumbres que impone el viejo mundo, Gloria quiere volver a toda costa a la tierra que la vio nacer, para lo cual ideará un atrevido plan. Mercè Rodoreda La plaza del diamante Reseña: "La Plaza del Diamante", acaso la mejor novela catalana del siglo, fue publicada en 1966 y profusamente traducida y reeditada. La sencilla historia de una mujer se carga de una profunda significación al condensar la evocación de toda una forma de vida que agoniza. La acción no puede ser más sencilla a la par que conmovedora, aunque más exacto sería referirse a la trama de menudas peripecias que tejen un destino de mujer común y a la forma como se armoniza el rudimentarismo de los hechos con la descripción de un mundo perdido, de un modo de vivir, del palpitar de una gente, de un pedazo de ciudad entrañable. Raquel Heredia La agenda de los amigos muertos Reseña: “Supe que sobrevivir a un hijo es el peor de los castigos y que el tiempo, en lugar de atenuarlo, lo hace más insoportable” Raquel Heredia, reconocida periodista y escritora, escribió esta frase en su libro “La agenda de los amigos muertos”, una obra estremecedora, por real, dura y tierna al mismo tiempo. A la heroína hay muchas formas de llamarla: caballo, jaco, sugar, blanca, …todos los sinónimos llevan al mismo camino, la muerte en la mayoría de los casos. Heredia lo sabe bien. Ella sufrió el problema que conlleva tener a un familiar drogadicto. Su hermosa e inteligente hija Ada caía sin remedio en las redes de esta adicción. Heredia caminó con ella por el sendero peligroso, llegó a buscarle su dosis diaria, aceptó lo inaceptable, sufrió lo insufrible y vio morir a su hija, de belleza impactante, de sida, dejando dos hijos de los que ella se hizo cargo. Tendemos a asociar el mundo de la heroína con el mundo de los marginados, los pobres, la gente inculta, los desfavorecidos… La heroína es la droga de los que no tienen otra salida. Pero no es así. La heroína atacó y ataca a cualquier persona sea del nivel social que sea, y este es el claro ejemplo. Ada lo tenía todo. ¿Ada lo tenía todo? Raquel Heredia cuenta como Ada estuvo marcada siempre por laseparación de sus padres. Raquel no está en casa. Tiene que trabajar para sacar adelante a sus cuatro hijos. Ada no perdona a su padre. Su padre se ha marchado, para siempre, con la prima de su madre. Y sus hijos no le importan demasiado. ¡Qué tristeza de vida la que le transmitía! Y el único modo que conocía de hacerlos felices era trabajar como una mula para que tuvieran de todo, siempre cosas materiales, por supuesto: vestidos, veraneo, servicio doméstico, fiestecitas. “Pero no me tenían a mí, que es lo que todos me han reprochado después, y en ello han basado sus frustraciones”. Raquel se da cuenta tarde de que su hija es drogadicta, no lo quiere ver. Supongo que no podía imaginar, nunca, lo que le estaba pasando. “ …yo lo asocio con mi doloroso descubrimiento de la heroína -dice-, caballo, jaco, burro, blanca, al que llegué precedida por un intenso y desagradable olor a limón podrido, a descubrir cuando iba a tomar un café que no había cucharillas, a encontrar bolitas de algodón endurecido, a que me faltaban objetos personales, como joyas, ceniceros de plata, algún dinero, poco al principio: que cinturones y corbatas estaban en los sitios más insólitos, y también a un incesante ir y venir de nuevos amigos de mi hija, que llegaban, se encerraban en su cuarto y se iban sin despedirse. Pero yo paraba poco en casa y no le di importancia al principio, achacando las faltas a mi despiste. Es probable que si no hubiera estado inmersa en mi propia recomposición como persona y como mujer, en intentar salir del pozo en que me había metido el abandono de mi marido y el esfuerzo de cada día por tirar del carro tan pesado que me había tocado en suerte, hubiera reparado en el comportamiento de mi hija. De todas maneras estaba muy ocupada”. En una conversación que Raquel tiene con un amigo de su hija, de esos que aún no habían muerto, y por lo tanto no borró nunca de su agenda, se explica claramente como, en aquellos años, se caía en la heroína, muchas veces, por desconocimiento. “…nos llegaba a la mano por uno de los nuestros, ignorando que al poco de conocerla sería tan necesaria como hacer pis y que acto seguido ya no podríamos vivir sin ella, para lo que había que adentrarse en un mundo de mentiras, mezquindad, de delincuencia; de horror en una palabra”. Ada se desintoxicaba y volvía a caer. Era el destino que para ella estaba escrito y todas las luchas que Raquel relata para apartarla de ese mundo fueron inútiles. Y fueron muchas las luchas. “…tuvo así un motivo para volver a la puta heroína, a la que sin duda se enganchan los más débiles, los inseguros, los que no quieren conocerse a sí mismos ni superar los traumas infantiles, los incapaces de salvar el más leve escollo que la vida les pone por delante. Siempre piensan que son los más desgraciados, los que han sufrido más en la infancia; se quedan sin crecer por dentro y a veces, cuando piden ayuda o cuando la necesitan de verdad, ya es tarde”. Al final, Ada tiene sida. Le escribe estas palabras a su madre. “Hola madre, mi amiga, mi confesora, mi mejor enemiga; creo que sabrás o quizá te imaginas todo el dolor y toda la mierda… Además tengo sida, pero tú sí me tocarás porque te quiero. ADA” Javier Moro El imperio eres tú Reseña: Convertido en emperador de Brasil a los veintitrés años, Pedro I marcó con su huella la historia de dos continentes. Desmedido y contradictorio, las mujeres fueron su salvación y su perdición: su esposa, la virtuosa Leopoldina de Austria, lo llevó a la cumbre, su amante, la ardiente Domitila de Castro, lo arrastró a la decadencia. Cuando el inmenso Brasil se le hizo pequeño y el poder dejó de interesarle, puso su vida en juego por aquello que creía justo. Y alcanzó la gloria. Eduardo Mendoza El año del diluvio Reseña: Augusto Aixelà de Collbato es un cacique falangista y Constanza Briones, una monja llena de dudas y buenas intenciones. Fingiendo su participación en un proyecto piadoso de Constanza, Augusto se propone seducirla. En el destino final de esta relación tormentosa participará también la naturaleza, en forma de riada, y una desdichada y pintoresca partida de maquis. Riña de gatos Reseña: Un inglés llamado Anthony Whitelands llega a bordo de un tren al Madrid convulso de la primavera de 1936. Deberá autenticar un cuadro desconocido, perteneciente a un amigo de José Antonio Primo de Rivera, cuyo valor económico puede resultar determinante para favorecer un cambio político crucial en la historia de España. Ángeles Mastretta Mal de amores Reseña: Emilia Suari ama a dos hombres muy distintos: el revolucionario Daniel Cuenca, aventurero siempre ausente, y el doctor Antonio Zavalza, quien le ofrece un amor incondicional y sereno. ¿Quién manda en el corazón? Emilia aprenderá valiosas lecciones de vida. mientras trata de tomar las riendas de su destino. Ángeles Mastretta narra una historia profundamente humana, inscrita en el acontecer de un México que se debatía en una feroz guerra civil. Colette Davenat La favorita del inca Reseña: El 24 de septiembre de 1572, en Cuzco, ciudad del Perú, moría Tupac Amaru, el último Inca, decapitado por orden del virrey de España. Torturado y. despedazado, sus despojos podrían ilustrar la tragedia que vivía el imperio más colosal del Nuevo Mundo desde que fue conquistado por Pizarro cuarenta años antes. Carmen Laforet Nada Reseña: Nada es una novela escrita por Carmen Laforet en 1944, que ganó el Premio Nadal el 6 de enero de 1945; más tarde, en 1948, obtuvo el Premio Fastenrath de la Real Academia Española. La obra llamó la atención no solamente por la juventud de la escritora, que por aquel entonces tenía 23 años, sino también por la descripción que Laforet hizo de la sociedad de aquella época. Frente a quienes dijeron que la novela era autobiográfica, la autora misma escribió, en la introducción a la compilación titulada Novelas (Primera edición de 1957, Barcelona, Editorial Planeta) lo siguiente: "No es, como ninguna de mis novelas, autobiográfica, aunque el relato de una chica estudiante, como yo fui en Barcelona, e incluso la circunstancia de haberla colocado viviendo en una calle de esta ciudad donde yo misma he vivido, haya planteado esta cuestión más de una vez". Nada es una novela de carácter existencialista en la que Carmen Laforet refleja el estancamiento y la pobreza en la que se encontraba la España de la posguerra. La escritora supo transmitir con esta obra, escrita con un estilo literario que supuso una renovación en la prosa de la época, la lenta desaparición de la pequeña burguesía tras la Guerra Civil. Esta novela fue incluida en la lista de las 100 mejores novelas en español del siglo XX del periódico español «El Mundo».

Mesa camilla

Todas las operadoras de telefonía nos ofrecen tarifas planas para captar o mantener clientes y todos tan contentos. Gracias a su “generosidad” podemos llamar de balde al primo de Burgos que no llamábamos ni para felicitarle las pascuas por Navidad, darle la vara a cualquiera de nuestros contactos si estamos aburridos, charlar con la amiga que vamos a ver en cinco minutos y hasta cruzar un semáforo contándole el último chiste del político de turno al camarero del bar donde tomamos café cada mañana. Total, como llamar es gratis, porque en efecto, estas llamadas son gratis, no cuestan, pero ¿cómo es posible que con tanto “regalo” ninguna se arruine? Porque curiosamente, ahora, mientras que no pocas empresas se van al garete, las operadoras de telefonía, en lugar de arruinarse, prosperan. Tiene su explicación. A parte de los números de teléfono tradicionales existen otros que conocemos como números de tarificación especial, A grandes rasgos, son los siguientes: 900, son gratuitos. 901, paga la mitad el que llama y la otra mitad el que recibe la llamada. Y 902, paga toda la llamada el que la realiza. Estas líneas no son baratas precisamente y hay que reseñar que tampoco son individuales, es decir, son líneas asociadas a otras líneas tradicionales. Esto significa que si conociéramos el número equivalente y dispusiéramos de tarifa plana, podríamos marcarlo y nos saldría la línea novecientos correspondiente sin que la llamada tuviera coste alguno, salvo, por si a alguien se le ocurre probar y no le funciona, en los lugares donde se trabaje con sistemas informáticos y los equipos estén configurados para que los equivalentes no entren, que es lo que suele pasar, principalmente en los organismos oficiales. Las líneas 900 son las idóneas para solicitar información, gestionar documentos, acceder a servicios, pero desgraciadamente son pocas, la mayoría son 901, cuando no 902, y de un tiempo a esta parte, las entidades bancarias, los centros sanitarios, los organismos locales, autonómicos y nacionales, van sustituyendo las 900, que son gratuitas, por las 901 y 902, que son de pago. En pocas palabras: Podemos matar el tiempo de balde, desaburrirnos, cotillear, repetir el mismo chiste hasta que pierda la gracia, pero si necesitamos solicitar un documento en un organismo oficial, una cita médica, vez para renovar el carné, para pasar la revisión del coche, para hacer la declaración de hacienda, dar la lectura del contador de la luz a nuestra compañía y un sinfín de gestiones similares, tenemos que pagar. Es fácil deducir pues cómo las operadoras de telefonía nos cobran sus “regalitos” con creces y quién les autoriza a hacerlo con engaños de esta naturaleza, por no llamarlos abusos, que sería lo correcto. Por lo tanto, ni tarifas planas –las empresas deben cobrar su trabajo, y los clientes, a precios razonables, debemos pagar sus servicios-, ni líneas 901 y 902 –los organismos oficiales están obligados a facilitarnos los documentos que nos exigen sin tener que volver a pagarlos porque es evidente que ya los pagamos con nuestros impuestos-.

Cajón de Sastre

Es muy poco conocido que el jabón Heno de Pravia, pese a su asturianísimo nombre, es un producto inventado por un vasco que bien debería figurar en la lista de innovadores originarios de esta tierra. Su autor se llama Salvador Echeandia Gal, nació en Irún en 1867 y, con 31 años, puso en marcha en Madrid la empresa "Perfumería Gal". Su objetivo era fabricar, en una planta situada cerca de donde ahora está la sede del PSOE, en la calle Ferraz, jabones, polvos de arroz, elixires y petróleo Gal. La química la tenía dominada, ya que su hermano Eusebio la había estudiado en Berlín. Así que su secreto consistió en el marketing: iba a aquellos sitios donde había muchos hombres y soltaba octavillas de sus productos. Además, Echeandia viajaba continuamente para analizar costumbres y examinar escaparates en busca de nuevas ideas. Una de estas travesías le pilló en la localidad asturiana de Pravia. Allí quedó cautivado por un aroma muy especial que atribuyó al heno recién cortado, así que nada más llegar a Madrid, puso a su hermano Eusebio a investigar cómo convertirlo en un producto comercializable. Así, en 1905, nacía el Heno de Pravia, un jabón que un siglo después todavía se vende como tal, en forma de gel, colonia, champú o la clásica jaboneta. Y además, es un producto internacional, puesto que Echeandia desde el primer momento planteó su negocio como internacional, con la apertura de una delegación en París en 1903, otra en Londres 25 años después y otras tantas en varios países americanos. Por si fuera poco, la compañía contaba con envoltorios revolucionarios para su época. Y es que Perfumería Gal tenía un director artístico, que había sido elegido en un concurso de cartelería convocado por la empresa y cuya función era realizar anuncios (generalmente, en forma de carteles) y "embellecer" los productos con envases y etiquetas de diseño. Otro de sus logros en este campo fue una campaña de promoción de la limpieza bucal entre los escolares nada más y nada menos que en 1931. Su carácter innovador también se plasmó en la gestión de los recursos humanos. Desde el primer momento trató de que sus empleados se sintieran contentos en su trabajo, puesto que, según él, "así rendían más". Y para ello aplicó medidas revolucionarias para aquellos tiempos, como la jornada de ocho horas, vacaciones pagadas, bajas por enfermedad o jubilaciones con la mitad del sueldo. La fábrica de Madrid también tenía una guardería y un médico para empleados y familiares. Sus productos fueron un auténtico éxito. Hasta el punto de que en 1925 se convirtió en el proveedor oficial de la familia real. Y la fábrica creció, como lo prueban las fotos de aquellos años. Curiosamente, sus primeros empleados procedían de Irún. Y es que su relación con la ciudad que le vio nacer continuó de diversas maneras: pasaba allí sus vacaciones, donó un campo de fútbol al Real Unión (el Stadium Gal) y creó varias empresas, entre las que destaca Porcelanas del Bidasoa, que aún subsiste. Por cierto, Perfumería Gal es desde 2001 propiedad de la firma catalana Puig. Y por hacer honor a todo el mundo hay que añadir que Echenagusia contó con un socio financiero, el también irunés Lesmes Sáinz de Vicuña Arrascaeta. Su nieto, Juan Manuel Sáinz de Vicuña Soriano sería posteriormente el máximo responsable de Perfumerías Gal, aunque la cronología empresarial le conocerá más por otra de sus actividades: la fabricación en España de las primeras Coca-Colas. Sus descendientes son hoy accionistas de las principales embotelladoras de esta bebida, incluida la vasca.

El Álbum de la Lengua

La acentuación en palabras del tipo de guion ANTES La palabra guion se acentuaba obligatoriamente por entenderse que tenía dos sílabas ([gui-ón]: había, pues, en ella un hiato con la vocal abierta como tónica) y que era aguda acabada en -n. No se consideraba, por tanto, un monosílabo. Otras palabras con la misma configuración gráfica y prosódica son las siguientes, las cuales también se acentuaban: Los nombres truhan, ion, prion, Sion, Ruan y el adjetivo pion. Algunas formas verbales como lie, lio, pie (del verbo piar), pio, fie, fio, crie, crio, guie, guio, rio, frio, hui, huis, flui, fluis, frui, fruis. Algunas formas verbales con vocal cerrada + abierta + cerrada, propias del vosotros: guieis, guiais, lieis, liais, pieis, piais, fieis, fiais, crieis, criais, riais, friais. En la Ortografía de 1999 se decía por primera vez que estas palabras a efectos de acentuación eran monosílabas, por lo que no debían llevar tilde. No obstante, se añadía que era admisible la tilde, si quien las escribía percibía nítidamente el hiato en palabras como lié, huí, riáis, guión, truhán. Este mismo criterio es el que se sigue en el DPD. AHORA En la Ortografía de 2010 se elimina la doble opción en estas palabras y se mantiene que no deben llevar tilde por ser palabras monosílabas a efectos de acentuación gráfica; es decir, se consideran palabras con diptongo (guion, lie, rio, etc.) o con triptongo (lieis, crieis, riais, etc.). Además, se incluyen en esta regla las formas verbales correspondientes al voseo: fias, fia, crias, cria, guias, guia, lias, lia, etc. ADVERTENCIA: No deben confundirse estas palabras, que tienen como tónica la vocal abierta, con otras configuradas con las mismas letras pero con la vocal cerrada como tónica; estas necesitan llevar la tilde para marcar el hiato: guíe, guías, guía, guío, lías, lía, fíe, fío, píe, pío, río, frío, etc.

La Butaca

Esto no debería ser noticia: Javier es un buen estudiante, y los buenos estudiantes, llegado el momento, tienen más posibilidades de aprobar la selectividad que de suspender. Pero este curso, debido a la separación de sus padres y pese a los esfuerzos de ambos por evitarle problemas,ha tenido que enfrentarse a una serie de cambios que siempre afectan. Así y todo prometió a sus padres hacer todo lo posible para aprobar y he aquí la noticia que nos envía su madre, pero antes, enhorabuena, Javier, está claro que si se quiere, se puede. Buenas noches, María Jesús: Ya han salido las notas de selectividad y Javier ha aprobado, estamos muy contentos, ahora a decidirse por la carrera, ya te iré contando. Besos Desde Salamanca informó para 30 días Ana.

Carta a...

Querida Salamanca: El pasado mes tuviste que decir adiós a El Adelanto: moría a los 130 años de edad. Este mes has tenido que enterrar a la Unión Deportiva Salamanca: a los 90 años ha muerto también. Todo indica que el próximo mes tendrás que despedirte de la sede de la salmantina Fundación Germán Sánchez Ruipérez: te la quitan después de muchos años, se la llevan a Madrid, se va como se te van los jóvenes en busca de trabajo, como se te van los menos jóvenes al paro, a la jubilación anticipada, a firmar un contrato laboral de cuatro días al mes, como se te fueron en los últimos años otros periódicos, cines, teatros, museos, importantes servicios, trenes y las pocas fábricas que tenías: sin que a tus autoridades les preocupe otra cosa que no sea prepararte para el turismo. ¿Para el turismo? Sí, claro, ellas llaman turistas a las personas que vienen de Madrid o hacen una parada de camino a Portugal y en unas horas pasean tu Rúa Mayor, fotografían tus catedrales, buscan la rana de la universidad, comen, toman un café en tu plaza y, o regresan a la capital de España, o siguen camino al país vecino. ¿Qué pinta un turista más de veinticuatro horas en Salamanca? Nada, absolutamente nada, como no sea ir de compras a su centro estrella: el Corte Inglés, al que tan entusiasmadas las tienen que no dudan en robarle los actos a tu Plaza Mayor para dárselos a su nueva plaza de la Concordia. Pero no importa, ellas siguen pendientes de sus turistas, y por ellos te hacen calles peatonales, te quitan zonas de aparcamiento, te echan fuera los centros oficiales, persiguen de mil formas a los pequeños comercios para que tengan que cerrar y para justificarse permiten que los bares instalen terrazas en pleno invierno, porque eso les da dinero, mucho dinero, y pié para alabar tu belleza, tu cultura, tu sabiduría, convencidas de que alabándote a ti se alaban ellas mismas. ¡Pobrecillas diría yo si no fuera porque sus políticas hacen pobres a los ciudadanos y porque ni compasión merecen quienes se preocupan más por los de fuera que por los de casa! ¿Sabes una cosa? Tus autoridades me recuerdan con frecuencia a una amiga que tuve hace años en otra ciudad. La amiga en cuestión estaba muy orgullosa de su casa y no era para menos. Se trataba de un piso normal y corriente pero tan bien amueblado que parecía un pequeño palacio. Comprarse un vestido, ir a la peluquería, salir una noche a cenar, eran cosas que le daba igual, para ella el dinero no tenía más finalidad que la de cambiar el papel de las paredes, la tapicería del sofá, los florones del techo o la moqueta de la entrada. Hasta aquí todo normal, cada cual se gasta su dinero en lo que quiere, y lo que a unos les gusta, no tiene por qué gustar a los demás, el problema era que se dejaba las manos sacando brillo a los muebles, a los cristales, a los azulejos, a todo lo visible con una finalidad: que se lo vieran las vecinas, las amigas, los parientes. Tal era su obsesión que de vez en cuando lo ponía en venta a sabiendas de que no pensaba venderlo, su intención era mostrárselo a cuantos se interesaran por él, que nunca faltaban, naturalmente. Y mientras que los de fuera disfrutaban unos minutos viendo aquel palacio, para los suyos era un tormento llegar a casa: para darse una ducha sin que les echara una bronca, tenían que esperar a que se fuera a la compra y dejar el baño impecable, por nada del mundo les permitía entrar con los zapatos puestos, usar el servicio cuando esperaba visita, era totalmente imposible. Una de aquellas tardes su marido tuvo que irse a mear al bar, , y tan a gusto, tan libre y tan feliz debió sentirse el hombre que no volvió, , como dejaron de volver las vecinas, las amigas, los parientes y los que leían el anuncio, hasta que acabó quedándose sola en su palacio, como te quedarás tú si no dejan de quitarte cosas, sola entre tus piedras doradas, entre tus monumentos, condenada a vivir de tus glorias pasadas, que es una forma de empezar a morir. ¡Qué lástima! María Jesús.

Cosas de Garipil

¡Hola! ¡Pasa, pasa! Este mes te estaba esperando como agua de mayo. Siéntate ahí, en ese sillón de seda estampado de mariposas. He guardado los capitonés para el invierno. Y yo aquí, a tu lado, en este estampado de ababoles. Tengo que darte una buena noticia. ¿Recuerdas que mi autora obtuvo el pasado año un primer premio internacional en el Concurso Europeo de Redacción en Braille con el trabajo “Falsa noticia”? Pues este año, con el trabajo titulado “Causas gemelas” ha vuelto a ser seleccionada en la fase nacional. Esto no significa nada, hay que superar la fase internacional, pero es evidente que si no se supera la primera, la segunda, es imposible. Y dicho lo que no quiere que diga, seguimos con los relatos de “Letanías”. Segovia 1998 Primer Premio Las malas lenguas Ya eran las tres de aquella tarde de junio y el día estaba como sin empezar. En los pueblos cundía el tiempo: nunca había que correr para hacer algo, nunca quedaba nada por hacer. Los hombres se habían ido al campo: los hombres siempre estaban en el campo, en la taberna, en la cama... Los niños entraron en la escuela: los niños tenían que aprender los números y las letras, lo que no sabían sus abuelos, sus padres... Las mujeres, en ramos de vecinas, se sentaron en el jarrón de la calle: las mujeres siempre tenían algo que coser, que contar, que saber... Aquel día fue Andrea la primera flor de su ramo en salir de casa. "¡Sal, María, sal, que ya vienen las otras!", gritó a la puerta de ésta, mientras asentaba la silla. Una mano perezosa dividió en dos la cortina de palillos que protegía el zaguán de las moscas, del sol, de los ojos curiosos, de los oídos indiscretos, de las malas lenguas... de todo lo que por abundante estorba. María tenía pocas ganas de darle a la aguja, pero mucha ropa que coser. El tintineo de las hileras de palillos que formaban la cortina al volver a unirse dejó su cuerpo a la intemperie, un cuerpo encorvado, fofo, abrumado… una huella de la mujer fuerte y dispuesta que había sido hasta unas semanas antes. -¡Vamos, mujer, vamos! En casa no vas a a arreglar nada -le aseguró Andrea poniéndose en pie casi antes de haberse sentado-. ¡Aguarda un momento, aguarda! Yo misma te saco la silla y el canastillo. ¿Dónde están? María miró al cielo y el sol le arañó los ojos. Qué hermoso día de primavera para los que no tenían penas del invierno, para los que podían esperar un verano sin lágrimas. -¡Aquí! ¡Siéntate aquí, a la sombra! Hace un día de San Lorenzo, -aclaró Andrea cogiéndola por el brazo, después de pegarle la silla al tronco de la higuera. María obedeció con un suspiro. Hacía un día de San Lorenzo, de pleno mes de agosto: de mucho, mucho calor. Teresa y Gonzala llegaron juntas, con sus sillas y canastillos respectivos. Se instalaron a la derecha de Andrea, formando media o alrededor de María, como si quisieran protegerla, consolarla... La higuera proyectaba las sombras de sus ásperas hojas y de sus brevas a punto de madurar sobre sus cabezas inclinadas por el peso de los moños y la orden de las agujas que reclamaban sus ojos. Una gallina de plumas negras y crespas se paseó sin pudor entre ellas. -¡Oxe, oxe! ¡Larga de aquí! -le gritó Andrea con energía, al ver que pretendía hurgar en su azafate. Pero la gallina se limitó a dar media vuelta y a acurrucarse un instante. -Si no hubiera sido porque me urge remendar estos pantalones "del" mi hombre, hoy me había "recostao" un poco -comentó Teresa entre bostezos, vigilando a la gallina que no quitaba los ojos del azafate-, Anoche no me dejó pegar ojo el perro del herrero, se pasó la noche aullando: como si oliera a desgracia, a muerte... -Como si oliera no, como que olía -afirmó Gonzala con voz rotunda, arrancando unas enaguas del pico de la gallina-, Se está muriendo tío Andrés, el Sapo. Lo dijo el médico esta mañana en la consulta. Y si el médico lo dice... -¡Bah, tonterías! -protestó Andrea mirando de reojo a la gallina- Ese tunante tiene siete vidas como los gatos, y que yo me recuerde sólo se ha muerto cinco. De morirse alguien, seguro que se muere con toda la salud. Y no creo que los perros... -¡Imposible, es imposible! -interrumpió de repente María, como volviendo en sí de un prolongado mareo, mientras se enjugaba las lágrimas con el calcetín que había intentado zurcir- Mi Lino no ha sido, claro que no. Ni muerto de hambre sería capaz de quitar un cacho de pan a nadie. Que vayan a Huracancillos, que les pregunten a tía Lola y a tío Pepe, a todo el pueblo si quieren. Diez años sirviendo en esa casa y nunca nadie ha tenido que decir nada malo de él. Al contrario. Desde el primer día tuvo abiertas de par en par todas las puertas de la casa. Con tío Pepe iba al "mercao" a comprar, a vender, a llevar, a traer... y conocía las cuentas igual que él. Cuando iban a las ferias, si tía Lola necesitaba que le comprara algo "pa" ella, en lugar de darle los cuartos al tío Pepe, se los daba "al" mi Lino. El jornal que ganaba nos lo entregaba entero. Y si alguna vez se quedó con algo, nos rindió cuentas hasta del último céntimo, como si se las pidiéramos, como si se las exigiéramos... y bien sabe Dios que no, que nunca nos dio pie "pa" desconfiar de su mano. ¡No "pue" ser, no "pue" ser! Alguien lo quiere mal, le tiene envidia, está "empeñao" en manchar el claro espejo de su familia, de la mía. -Que no, mujer, que no. ¡Quítate esa manía de la cabeza! -le aconsejó Andrea mientras le ofrecía un pañuelo que extrajo de la manga- Aquí, en el pueblo, todos los mozos son ángeles, pero en cuanto se ven sueltos, en la ciudad, pierden la vergüenza y ¡zas!, raro es el que no se vuelve demonio. Pero no te amargues, mujer, no te hagas mala sangre. Él lo ha hecho ¿no?, pues que él lo pague. Ya verás como escarmienta... -Claro, María, no llores más, "la" Andrea tiene razón -corroboró Teresa santiguándose-, con un buen escarmiento "el" Lino se pondrá derecho a tiempo. Ya verás como en la cárcel lo hacen un hombre y aprende que no se sale de pobre con el dinero ajeno, prohibido, "robao. -Bueno... -dejó caer Gonzala mientras recogía del suelo el cartón de una caja de galletas para darse aire- no se sale de pobre si tienes la mala suerte de que te pillen, como a él. De lo contrario... ¡ja! ¿No me diréis que con cuatrocientas pesetas y haciendo un par de siegas al año "el" Lino no había vivido a cuerpo de rey el resto de su vida? María dejó de llorar tan de súbito como empezó. Apretó las mandíbulas. ¿En qué se fundaban aquellas pécoras para asegurar en sus narices que su hijo se había convertido en un ladrón de la noche a la mañana…? Intentó escupirles en la cara. Ellas sabían mejor que nadie que su Lino había sido siempre un bendito, que cuando lo quitaron de la escuela con ocho años, para ir a servir a casa de tío Pepe, se fue sin poner pegas, que tío Pepe decía a sus cuñados, cuando se reunían en la matanza, que cuando repartiera la herencia le daría la misma parte que a cada una de sus nueve hijas, que tía Lola le dijo llorando cuando lo despidió que si era por su bien que lo dejaba irse, pero que si no se encontraba a gusto, que si no se hallaba, para volver a su casa no tenía ni que avisar, que si el dueño de la fábrica de zapatillas fue a buscarlo para que se la vigilara por la noche, fue porque sus parientes del pueblo, sus amistades, todos, le aseguraron que ni dando la vuelta al mundo encontraría un muchacho más valiente y más honrado, que se quitaba el pan de la boca para dárselo a los demás, que era enemigo de peleas, de tabernas, de faldas... pero no consiguió ni una partícula de saliva, tenía la boca seca. La gallina de plumas negras y crespas la miraba nerviosa, como luchando por entender sus pensamientos, y al cabo, como para vengarla, estiró el pescuezo, irguió las patas, encrespó el pico, abrió las alas, se alborotó y ¡cataplum!, en un abrir y cerrar de ojos volcó y pateó los canastillos de sus amigas, de sus vecinas. -¡Mal rayo la parta! ¡Mátala, mátala! -ordenaba Andrea poniéndose en pie de un respingo. -¡Mátala tú que la tienes detrás! ¡Tú, tú! ¿A qué esperas? ¡Mátala tú! -ordenaba a su vez Teresa que se sorprendió elegida, tirando la silla al levantarse. Y entre voces y empellones empezaron a disputarse la hazaña de atrapar a una gallina que revoloteaba y cacareaba más para amedrentar que para huir. -Como acierte a alcanzarte con ésta, vas derecha a la olla -amenazaba Gonzala quitándose una zapatilla e intentando a la vez despegar sus grasas del asiento. María huyó del revuelo. -Cuidadme el canastillo, musitó con desgana, como si en el fondo le diera igual-. "voy a beber agua. Desapareció en silencio, tras las caracolas de la cortina, bebería agua, tendría saliva, escupiría en los rostros de aquellas deslenguadas, las arrastraría por el moño, haría del pueblo una hoguera... pero el perro del herrero olía a desgracia, a muerte, y Andrea decía que de morirse alguien, se moriría alguien que tuviera toda la salud, y ella sólo estaba enferma del pensamiento, de la dignidad, del amor, del alma. En el zaguán la detuvo un retrato con marco dorado que se pavoneaba insolente sobre el zócalo de azulejos en tonos marrones. Era un retrato familiar, hecho por uno de sus yernos en las últimas navidades, cuando a pesar de las estrecheces eran felices, vivían en paz. Se fijó en su marido, el padre de su Lino. Los seis meses que habían transcurrido habían dejado en su rostro las secuelas de veinte años. Intentó escapar, huir de allí, pero su voz, recitándole antiguas palabras, palabras muy recordadas en los últimos días, la retuvo, la acercó más, incluso. "Aunque el señor de las zapatillas nos lo pinte de color de rosa, yo creo que no debemos darle el muchacho. En casa de tío Pepe está como en la gloria, duerme en colchón de lana, come en su mismo plato, se sienta con ellos a la lumbre, su mujer ve por sus ojos, se divierte con sus hijas, le paga, le enseña, lo cuida... y en cualquier caso ya sabes que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer". Tenía razón, su marido tenía razón. Fue ella la que se puso cabezona. "Dáselo, hombre, dáselo, que las ocasiones las pintan calvas, y vale la pena. En la ciudad no tendrá que sudar tinta "pa" ganarse el pan, se lavará con jabón de olor, se pondrá zapatos a diario: se hará un señorito, y ya sabes que el que no se arriesga no cruza la mar", insistió y volvió a insistir hasta que lo convenció. Entró en la cocina y entre sollozo y sollozo bebió un vaso de agua. Ella tenía la culpa, la culpa la tenía ella. Ni siquiera su hijo se fue con gusto, se le notaba en los ojos aunque no lo decía. Y ahora... ¿qué hacía ella ahora para salvarlo? Nada, absolutamente nada. Había hablado con todos los ricos del pueblo sí, pero éstos le habían dicho que con dinero se compraba la libertad, pero no la honra, y que era mejor vivir restaurándola entre rejas que en la calle con la mancha en la frente; había hablado con el cura sí, pero éste le había dicho que las sotanas influían en Dios, no en los jueces, pero que rezaría por él en todas las misas para que se arrepintiera, para que se arrepintiera y se resignara. Rezaría... También ella rezaba, rosarios, novenas, jaculatorias... Todos los días, a todas las horas. Pero Dios estaba muy lejos de la tierra, tan lejos que no la oía. Salió al corral. Una soga enrollada en el suelo le ofreció ayuda. La barandilla de la escalera que conducía al sobrado se brindó a poner lo demás. ¿Y si en un instante se acercara hasta el cielo y se lo pidiera de rodillas?... Mientras María se acercaba al cielo para hablar con Dios, Avelino se desesperaba en una de las celdas de la cárcel de una de las ciudades cabeza de partido de la provincia. Pronto será el juicio, y me condenarán, y me llevarán a la cárcel de la capital, y dicen los presos que ésta es la gloria "compará" con aquélla, y soy inocente, soy inocente. Era inocente sí, pero sólo lo sabía él. El juez no veía su corazón: le deslumbraban las apariencias. Volvió a hacer memoria y no recordó nada nuevo, nada que le sirviera para deshacer aquel entuerto. Había entrado en la ciudad, pero la ciudad no había entrado en él. Se sentía en ella como un niño metido en ropas de adulto. Los días se le hacían meses. Por la mañana dormía en la cama que le habían alquilado unos parientes y por la tarde les echaba una mano en el bar que regentaban, pero le aterraban las pesadillas y le trastornaba el olor a vino; las noches, en la fábrica, se le hacían años, le asfixiaba el olor a zapatillas, le angustiaba la soledad, le abrumaba el silencio de los muros de hormigón, la palidez de las luces artificiales, el continuo ir y venir sin llevar ni traer nada... pero ni se lo dijo a nadie, ni pensó en regresar a Huracancillos, si sus padres lo habían decidido así, bien decidido estaba, aunque él no lo entendiera. Tres semanas llevaba en la ciudad cuando al llegar aquella noche a la fábrica le esperaban dos guardias civiles. -¿Dónde está el dinero? -¿Qué dinero? -El que robaste anoche aquí, en la fábrica. -¡¿Yo?! -¡Sí, tú! No te hagas de nuevas. Ayer, para probarte, dejó tu jefe en la caja cuatrocientas pesetas, y hoy, cuando vino, habían volado. Él mismo fue esta mañana al cuartel, a poner la denuncia. Le pidió al sargento que antes de darnos la orden de detenerte hiciera tiempo por si te arrepentías. Ya ves si el hombre es bueno. Pero han pasado las horas i... -¡Mentira, eso es mentira! Yo no he "robao" nada. ¿"Pa" qué quiero yo cuatrocientas pesetas? ¡Créanme, créanme! Se lo juro por Dios, por mis vivos, por mis muertos... -afirmó aturullado por el impacto, suplicó temblando de miedo ante sus respetables bigotes. -¡Bien, vamos! El juez dirá quién tiene razón, si el jefe o tú. Y se lo llevaron esposado, y vinieron los interrogatorios, las torturas... y él sólo podía decir: "Yo no he sido, yo no he sido". Pero el juez no veía su corazón: le deslumbraban las apariencias. En su ignorancia, para que lo dejaran en paz, confesó que el dinero estaba en el muladar que había detrás de la fábrica, en uno de los huecos de la muralla donde decían que los rojos escondían las armas cuando la guerra, pero hechos los registros pertinentes el dinero no apareció, y sólo logró echarse más tierra encima: si confesaba haberlo escondido, era porque lo había cogido, y aunque nadie lo vio gastarlo, aunque sus padres no lo habían recibido, aunque no lo tenía, lo había robado, la palabra de su jefe era más de fiar que la suya. De repente un garabato de luz empezó a disipar sus tinieblas. ¡Sí, claro que sí! Ahora me acuerdo. Aquella noche entró en la fábrica "el" Saturio, el "cuñao" de mi jefe. Me mandó a echar una carta urgente. ¿Y si en lo que yo fui al buzón…? -¡Centinela, centinela!, -gritó desesperado, dando puñetazos en la reja como un endemoniado. Acudió el centinela, lo condujo ante el juez, le tomó declaración. Me estoy acordando que aquella noche... La voz de sus principios, de su buena fe le ordenó: "¡Cierra el pico, canalla, cierra el pico! No es de hombres delatar a nadie". Pero otra voz más firme, más enérgica, le imploró: "¡Habla, hijo mío, habla! ¿No ves que por salvarse ellos están hundiéndote a ti?" Y habló sin excusarse, como hablan los inocentes. Veinticuatro horas después en el pueblo doblaban las campanas. La ha «matao» su hijo, su hijo la ha «matao», murmuraban todos sin sombra de culpa, sin atisbo de remordimiento, entre rezos y lágrimas incluso, mientras las palas de tierra caían perezosas sobre el cuerpo todavía caliente de María. A la misma hora, en aquella ciudad cabeza de partido, los dos guardias civiles sacaban a Avelino de la cárcel sin un gesto de pesar por su error, sin una palabra de perdón por sus palizas... como si tanto antes como a la sazón estuvieran cumpliendo con su deber. Saturio, lanzándole al pasar una rápida mirada de enemigo, entraba a ocupar su celda: él había cogido las cuatrocientas pesetas, acompañó a su jefe a ponerlas en la caja y éste le explicó la trampa, se había comprado con ellas una casa... pero nadie sospechó de él, ni siquiera su cuñado. El dueño de la fábrica de zapatillas dio tres zancadas para salir de allí antes que él: sin ofrecerse para llevarlo a su casa, sin pagarle el jornal de las tres semanas... y eso que cuando fue a buscarlo pedía un mozo valiente, valiente y honrado. Con los dos guardias civiles subió al tren. Desde niño había soñado con viajar en tren para correr más que en el potro, que en la yegua, que en el caballo, pero en aquel momento se le antojó que iba sobre el más canijo de todos los burros que conocía. Llegaron por fin a la estación. Se apearon. Ellos sin ninguna prisa, él con todas. Eran las dos de la madrugada. -¿Cuántos kilómetros hay de aquí a tu pueblo? -le preguntó uno de los guardias. -Catorce, catorce y algo. -Te dejamos aquí, en la sala de espera, y por la mañana coges el coche de línea -dijo el otro ofreciéndole un duro-. ¡Ten, ten para el billete! -¡No, señor, no! Yo no quiero dinero que no es mío. Si me dan permiso, me voy yo solo ahora mismo, andando. -Son tres leguas, ¿verdad? -quiso saber el primero de los civiles. -Más o menos. -¿No te cansarás? -No, señor, no. Son las piernas las que tengo ligeras, no las manos. -Pero hay lobos en las sierra, y los lobos aúllan por la noche. ¿No te asustarás al oírlos? -inquirió el otro en tono de alarma, como para asegurarse de que no les buscaría ningún problema. -No, señor, no. Yo sólo me asusto de los hombres, de los hombres que sin aullar muerden. Los guardias civiles se metieron en la cantina, a gastar el duro en vino mientras llegaba el tren de regreso. Avelino, sin más luz que la que quería prestarle la luna, sin más compañía que la de las voces salvajes que estremecían los campos, volaba carretera adelante. De vez en cuando, sin pararse apenas, miraba hacia atrás por si le seguían los guardias, por si algún civil le acechaba tras las zarzas, por si le estaban tendiendo otra trampa. Al entrar en el pueblo se apoyó sobre la tapia del cementerio para secarse el sudor de la frente y alisarse los cabellos. Olía a tierra recién movida, a lágrimas recién caídas, a flores recién cortadas, pero de los suyos ninguno podía haber muerto, aunque tristes, todos estaban sanos. Ya tranquilo y compuesto se encaminó hasta su casa. El llamador lucía un lazo negro, pero no lo vio. Tenía tantas ganas de entrar... Sus hermanas, vestidas de luto, le abrieron la puerta. -¡Ya han "pillao" al ladrón, ya lo han "pillao"! ¡Soy inocente, libre! ¿Y madre, dónde está mi madre? -Se ahorcó ayer, la enterramos hoy. Dice la gente que tú la mataste. Avelino se aseó con agua caliente y cenó y desayunó en una sola comida y rodeado de los suyos. En cuanto amaneció se fue al juzgado y esperó a que llegara el juez. -Vengo a denunciar a los asesinos de mi madre. -¿Asesinos? ¿Quiénes son los asesinos de tu madre? -El cura del pueblo, los ricos, las vecinas... -hizo una pausa, como para hacer el recuento- el dueño de la fábrica de zapatillas, su "cuñao", el juez de... entre todos la mataron, entre todos menos yo. -A lo mejor tienes razón, a lo mejor... pero ella sola se puso la soga al cuello, ella sola se ahorcó. Las vecinas la vieron entrar en casa sin compañía, tu padre la encontró colgada, hasta los ricos del pueblo corrieron a descolgarla, el cura le dio la extremaunción, el médico firmó la defunción y la Guardia Civil, cumpliendo mis órdenes, levantó el cadáver. Lo siento, lo siento... no hay razón para acusar a nadie. No había razones para acusar a nadie, todos eran inocentes. Solamente él era culpable, él solamente, porque no recordó a tiempo, porque en su ingenuidad no pensó que alguien pudiera traicionar al hermano de su mujer, porque se acoquinó en lugar de reaccionar. Ante sus ojos surgió el rollo de soga y la barandilla de la escalera. Se haría justicia él mismo, él mismo se haría justicia, iría tras su madre para pedirle perdón. Pero al entrar en casa le detuvo la voz de tío Pepe. -Llegué tarde al entierro. Se le clavó una astilla al caballo y tuve que esperar en los Molinos a que se le pasara la cojera. Pero ahora me alegro. Por ella ya no podía hacer nada; por ti, mucho. ¡Vámonos a Huracancillos, vámonos! Está impaciente tía Lola. Y corrió a ensillar el caballo. Tío Pepe no era un amo para él, era un padre; tía Lola veía en él un hijo, el hijo varón que nunca tuvo; para sus hijas no era un criado, era un hermano. Y entre todos le ayudarían a reconciliarse con el género humano. Autora: María Jesús Sánchez Oliva. Gracias por tu visita y hasta el próximo mes. Para contactar conmigo: garipil94@telefonica.net Espero tus comentarios.

sábado, 1 de junio de 2013

Portada

Queridos lectores: Acaba de salir el número 14 de 30 días, mi periódico, tu periódico, el periódico de cuantos quieran leerlo. Te recuerdo que puedes ser uno de mis corresponsales. Para esto basta con que envíes tus crónicas a: mjsanchezoliva@gmail.com, poniendo en el asunto “30 días” y en el mensaje el lugar de procedencia. Agradecimientos Roberto Musso, desde Argentina, se ha agregado también a 30 días, el mes pasado lo hizo al Mercadillo de Palabras Catetas. Sin embargo, Manoli, desde España, se ha agregado el mismo día a los dos. Tanto al uno como a la otra, mil gracias desde aquí, es un honor teneros como seguidores. Seguidores de Honor: Mónica Nuevo Vialás. Nacionalidad: española. 23-IV-2012. Arturo Arias Terceiro. Nacionalidad: argentina. 12-VI-2012.

La Vitrina

El pasado miércoles 22 de mayo de 2013, a los 130 años de vida y tras una penosa enfermedad de origen económico, fallecía, en la ciudad de Salamanca, uno de los periódicos locales más antiguos de España: EL ADELANTO. DESCANSE EN PAZ Sus lectores, sus trabajadores, la libertad de expresión y los salmantinos piden unos minutos para decirle adiós con un cuento sin título y un paseo por su historia a modo de homenaje. CUENTO Érase una vez una niña que le gustaba mucho leer. Además de los libros de la escuela, leía cuentos, leía tebeos, leía, incluso, cualquier papel que encontrara en la calle. No es que fuera una niña indiscreta, es que le encantaba descubrir que las letras hablaban sin voz, enseñaban cosas, aclaraban dudas, y cuanto más letras leía, más letras quería leer; sus mensajes no se acababan nunca. Una tarde, al salir de la escuela, se encontró con un duende travieso, aceptó su invitación a jugar y en un descuido empezó a robarle luz. Al principio no le dio importancia: sus ojos tenían tanta luz que no podría quitársela toda, pero poco a poco empezaron a llegar los hijos del duende a clase y uno le reducía el tamaño de las letras de su libro de lengua, otro le cambiaba de sitio los renglones del cuaderno de dictado, otro le convertía en círculos los cuadrados del cuaderno de matemáticas, otro le quitaba el color a sus pinturas para que no pudiera colorear sus dibujos y entre todos consiguieron borrarle hasta las letras blancas de tiza que sobre el negro encerado se paseaban inútilmente ante su pupitre, y aunque luchaba por defenderse de sus travesuras, tuvo que reconocer que las letras se le habían vuelto invisibles, pero era tal su deseo de leerlas que no dejó de buscarlas. Un día cayó en la cuenta de que a su casa llegaba todas las mañanas un periódico. Nunca se le había ocurrido echarle un vistazo: eran lecturas de mayores. Pero como no podía renunciar a su búsqueda se fijó en su portada y ¡sorpresa! En la cabecera, sobre una etiqueta rectangular, diez letras mayúsculas, altas, gruesas, muy bien plantadas, se unían y se separaban debidamente para decir dos palabras: EL ADELANTO. Y a partir de aquel día, cada mañana, su primer trabajo era coger el periódico y leer: EL ADELANTO, dos palabras que no le revelaban nada nuevo, que le recordaban simplemente el nombre del periódico, pero dos palabras que conseguían devolverle la satisfacción de haber leído unas letras. Y así un día, y otro día, hasta que también aquellas diez letras empezaron a menguar de tamaño, a hacerse más delgadas y a perder su color hasta confundirse con el de la etiqueta que les servía de soporte. Pasó el tiempo y aquella niña gracias a otros medios pudo volver a ser lo que siempre quiso ser: una gran lectora, pero siempre permanecieron en su memoria aquellas dos palabras que fueron las últimas que leyó con sus propios ojos. Por esto, ante su muerte, es de justicia deshojarle este recuerdo a modo de flor con un deseo: que el perfume de sus letras no se marchite nunca. HISTORIA El Adelanto fue fundado en 1883 y anunció su cierre el 22 de Mayo de 2013. Su fundador fue Francisco Núñez-Izquierdo, nacido en Valladolid y establecido desde niño en Peñaranda de Bracamonte. Adquirió en Salamanca un local situado en el antiguo convento de Santa Rita, donde instaló un taller de artes gráficas en el que comenzó a editarse en 1883 El Adelanto, primero como semanario. En 1970 Enrique de Sena Marcos, hasta entonces redactor jefe de La Gaceta, pasó a dirigir "El Adelanto". Este periodista marcó una larga etapa del periódico hasta 1985, ya bien entrada la Transición, aunque posteriormente continuó con sus colaboraciones regulares. Las últimas fueron recopiladas después de su muerte en el libro "Mi último año", editado en 1999 con prólogo de Enrique Arias Vega, entonces director del diario. En el periodo de dirección de Enrique de Sena el diario representó una tendencia más o menos disimulada hacia el aperturismo y posteriormente, tras la muerte de Franco, abiertamente favorable a la izquierda. Hay que recordar que El Adelanto era el único competidor de La Gaceta, diario éste integrado en la Prensa del Movimiento. En 1997 este diario se incorporó al Grupo Zeta. En 2001 los datos disponibles sobre su difusión eran: 6.000 ejemplares certificados por la OJD, y 30.000 lectores, según el Estudio General de Medios. En abril de 2005 el Grupo Zeta vendió el diario a la Sociedad Universal Europa de Publicaciones, integrada por los empresarios Antonio de Castro y Francisco Magarzo (Grupo Paco Mateo). En el año 2006, se afilió a este grupo el periódico "La Voz de Benavente y comarca". Con motivo de la celebración de su 125 Aniversario (1883-2008) edita la obra de cuatro tomos "125 Aniversario de El Adelanto", coordinada por el escritor Joan Gonper (ISBN: 978-84-612-7058-3). Tras el inicio de una huelga indefinida de su plantilla, por impago de nóminas de hasta 10 meses, el 22 de Mayo de 2013 la empresa editora anunció el inicio de los trámites para un expediente de regulación de empleo de extinción. DIRECTORES Isidoro García Barrado Luis Caballero Noguerol Gabriel Hernández González (1961-1970) Enrique de Sena Marcos (1970-1985) Antonio Checa Godoy (1988-1989) Carlos del Pueyo (1989-1997) Enrique Arias Vega (1997-1999) Julián Rodríguez (1999-2000) Nunchi Prieto (2000-2005) Félix Ángel Carreras Álvarez (2005-junio de 2012). Nota: Los datos de su historia han sido extraídos de Internet.

Mesa camilla

El cierre de el diario salmantino “El Adelanto” pone sobre nuestra mesa camilla la problemática de no pocos diarios españoles. En Salamanca, de tres diarios locales, queda uno, y no faltan lugares en los que no queda ninguno. Las causas que desencadenan estos cierres son siempre económicas como es normal, si no hay dinero, no se pueden sostener, pero ¿por qué falta el dinero? Actualmente se culpa de todos los desequilibrios económicos a la crisis y a los medios digitales, y algo tendrán que ver, ¿pero todo? Mucho me temo que no, que hay algo más detrás de todo esto, que algo no se está gestionando bien, ¿pero qué? Los diarios españoles, como todos los medios de comunicación, se pasaron los cuarenta años de la dictadura llorando por la libertad de expresión, esperándola impacientes, y a veces, hay que reconocerlo, hasta les buscaron las vueltas a Franco para poder ejercerla. Con la democracia, la mayoría de los españoles, pensó que la radio, la televisión y los periódicos, serían lo que debían ser: la voz del pueblo, la tribuna de la palabra, el canal de la información contrastada, de la denuncia respetuosa, de la opinión independiente, pero quien más y quien menos no tardó en descubrir que, salvo honrosas excepciones, más que al servicio de los ciudadanos, se pusieron al servicio del gobierno de turno. Hace no mucho tiempo, en una emisora de radio de cuyo nombre no quiero acordarme, un periodista cuyo nombre sí quiero olvidar, enfadado por no sé qué reproche que había recibido por alguien de uno de los partidos principales, dijo textualmente: “Nosotros que les hemos ayudado a ganar elecciones, que las han ganado por nosotros…” Y la pregunta surgió espontánea: ¿Quién es un periodista o varios para ayudar a un partido a ganar unas elecciones? Claro que como ciudadanos, como personas, como individuos, todos pueden tener su ideología, su opinión y votar al partido que les venga en gana, pero como periodistas deben tener en cuenta que están al servicio de la sociedad y no es muy ético que aprovechen el medio de turno para sentar cátedra, a golpe de insultos y mucho menos para enfrentar sin reparos a los distintos colectivos de ciudadanos. ¿O es que acaso no son periodistas? Puede que algo tenga que ver esto. Es frecuente ver en los distintos medios a personas que han llegado por ser afines al partido de turno y los favores hay que pagarlos. Y lo mismo sucede con los cargos directivos, donde bastaría con uno, hay siete, y en la mayoría de los casos porque tienen el carné de un determinado partido. Resumiendo, el verdadero problema de los medios de comunicación en general y de los diarios en particular, es que se han politizado, y los políticos, ya se sabe, lo bueno lo hacen mal, mal, mal, pero lo malo lo saben hacer bien, muy bien. Este problema no afecta solo a los medios de comunicación, es el mismo de no pocas entidades bancarias, instituciones y empresas importantes que no se verían como se ven si los políticos, en lugar de dedicarse a politizarlas, se dedicaran a trabajar, que dicho sea para recordárselo, es para lo que les pagamos, no para que nos hagan la pascua.

Cajón de Sastre

Seguro que alguna vez te has preguntado cómo salir de un listado de morosos. Para que al menos tengas una ligera idea, te invito a leer este artículo. Para salir de una lista de morosos a veces no basta con querer pagar la deuda, sino que es preciso seguir un proceso farragoso que hay que formalizar del modo correcto. Autor: JOSÉ IGNACIO RECIO Fecha de publicación: 20 de octubre de 2012 Una factura no pagada en los plazos de vencimiento o el robo de una tarjeta de crédito cuyos gastos se adeudan al titular son algunos de los casos por lo que se puede acabar incluido en una lista de morosos. Es muy fácil entrar, pero a veces salir cuesta un poco más. En el siguiente reportaje se explica cómo hacerlo, aunque se advierte de que a veces no basta con querer pagar la deuda, sino que es preciso seguir un proceso farragoso que hay que formalizar de manera correcta para poder verse libre de las consecuencias que se derivan de la inclusión en una de estas listas. Consecuencias de permanecer en una lista de morosos Permanecer en una lista de morosos conlleva innumerables problemas. La denegación de un crédito personal o una hipoteca, la imposibilidad de acceder a ciertos productos y servicios financieros o el "cierre del grifo" para contratar cualquier fuente de financiación pueden ser algunos de los más inmediatos. Los principales ficheros de morosos consultados por los bancos son el RAI, ASNEF o Experian, pero hay otros en donde se puede estar si se tiene una deuda vencida o impagada con alguna empresa, por muy pequeña que sea. Muchas veces son producto de un impago realizado a voluntad, pero en otros casos se deben a un olvido o al hecho de formalizar de forma errónea el proceso de baja de algún producto financiero (seguro, cuenta corriente...) o de los principales recibos domésticos (luz, agua, telefonía, gas...). En ocasiones, como ya se ha dicho, las deudas se deben a un olvido o a formalizar de forma errónea el proceso de baja de algún producto o servicio. La deuda puede ser de poco importe, incluso inferior a 100 euros, pero esto ya es suficiente como para entorpecer la relación con los bancos y otras entidades financieras. De ahí la importancia de arreglar la situación con respecto a los impagos y de salir cuanto antes de estas listas. Para que se produzca esta desagradable situación se deben reunir varios condicionantes: Que haya una deuda real impagada por el usuario. Que se le haya requerido el pago infructuosamente. Que no haya pruebas documentales que anulen los dos anteriores puntos. De cumplirse todos estos requisitos, los usuarios tienen todas las papeletas para entrar a formar parte del poco recomendable club de clientes morosos o malos pagadores. Proceso para abandonar estas listas La fórmula más sencilla para dejar de formar parte de una lista de morosos es muy fácil. Consiste en cumplir con la deuda y pagar lo que se debe. De esta forma se evita, además, el recargo de abonos, penalizaciones, comisiones, etc. Lo más importante es dirigirse a la entidad que gestiona el listado de morosos, con el fin de solicitar la cancelación y que se encargue de mandarla al acreedor. Debe mandarse una copia del Documento Nacional de Identidad y la documentación acreditativa sobre la inexistencia de la deuda, para lo cual es obligatorio enviar los justificantes de los pagos, a ser posible por burofax. Esta parte del proceso pocas veces se formaliza del modo correcto. Es necesaria la ayuda de un gestor administrativo que se encargue de la cancelación o modificación de los nuevos datos aportados para que el procedimiento se desarrolle de manera correcta. En cualquier caso, hay que tener en cuenta que no se pueden ceder datos personales sobre la solvencia de un individuo durante más de seis años. También se puede solicitar la cancelación por no haber recibido el aviso de que sería inscrito en ese registro. En este caso, debe manifestarse expresamente en el escrito para evitar ser incluido en estas listas. Si el usuario desconoce la dirección del responsable del fichero de morosos, se puede solicitar en la agencia Española de Protección de Datos, que los dará sin problema. El titular del fichero deberá responder sobre la eliminación de la persona de sus archivos en los diez días siguientes. Si los afectados no reciben una contestación en ese plazo -o sea insatisfactoria-, pueden reclamarlo ante la Agencia Española de Protección de Datos, siempre con la documentación acreditativa de haber solicitado la cancelación de los mismos. ¿Cómo actúan los bancos ante un impago? Cuando se produce una situación de morosidad con el banco, en primer lugar se emplea una estrategia informativa para constatar que pueda ser debido a un descuido u olvido. Para ello, se ponen en contacto con el cliente -por teléfono o por correo- para informarle de su deuda y tratar de subsanar el problema cuanto antes. De continuar con la situación de impago, lanzan mensajes más agresivos, en los que se informa de los intereses y comisiones que implica estar en la citada situación, así como un plazo para solventar la falta de pago que deberán cumplir con rigor. El siguiente paso puede ser la notificación a través de una empresa externa de servicios jurídicos, con la advertencia a los morosos de las consecuencias de incumplir los pagos en los plazos dados. Incluso en algunos casos se incide en la posibilidad de renegociar la deuda con el banco bajo otros parámetros diferentes a los acordados en inicio. Es entre los tres y seis meses cuando las ejecuciones de las acciones por parte de las entidades financieras llegan a su límite. Dejan a un lado su estrategia informativa y se decantan por recurrir a procesos judiciales. Lo habitual es que se plasme a través de la interposición de una demanda contra el cliente deudor.

El Álbum de la Lengua

La acentuación de los pronombres demostrativos ANTES Los demostrativos (este, esta, estos, estas, ese, esa, esos, esas, aquel, aquella, aquellos, aquellas) pueden ser adjetivos (o determinantes) o pronombres (cuando no acompañan a sustantivo alguno). Para distinguir unos de otros, lo tradicional era poner tilde en los demostrativos cuando eran pronombres y no ponerla cuando eran adjetivos. No obstante, en las normas ortográficas de 1959 y en la Ortografía de 1999 se señalaba que esta tilde era opcional y únicamente era obligatoria para los casos de ambigüedad. En el DPD, en coherencia con lo dicho para la palabra solo, se dice que los demostrativos nunca se acentúan, y únicamente es obligatoria la tilde en los pronombres masculinos y femeninos en casos de ambigüedad. Ejemplos con ambigüedad: Esta mañana (no esta tarde) me recibirá en el despacho./Ésta (no otra persona) mañana me recibirá en el despacho. Nos contaron esos cuentos (no otros cuentos) maravillosos./Nos contaron ésos (no otras personas) cuentos maravillosos. ¿Compraron aquellos teléfonos (no otros teléfonos)?/¿Compraron aquéllos (no otras personas) teléfonos? Veo a esa profesora de matemáticas (a esa profesora y no a otra)./ Veo a ésa (a esa persona) profesora de matemáticas. AHORA Para evitar equívocos, en la Ortografía de 2010 se aplica a los pronombres demostrativos la misma norma que la del adverbio solo; es decir, se indica que se puede prescindir de la tilde, incluso en los casos de doble interpretación. Resumiendo: No es incorrecto poner la tilde en los casos referidos anteriormente, pero si la RAE aconseja no ponerlas, lo mejor es seguir el consejo, es la mejor forma de dejar claro que estamos informados.

La Butaca

La ONCE, aunque parezca lo contrario gracias a las importantes sumas de dinero que invierte en propaganda para disfrazar sus errores de aciertos, lleva años trabajando para acabar con los vendedores de su cupón, es decir, con los ciegos, con los que la hicieron, con los que salvo las excepciones que nunca faltan, tienen más que demostrado que son buenos trabajadores. Para conseguirlo no ha escatimado medios a cual más impropios de una Institución que tiene como finalidad luchar por la integración de un importante colectivo. Uno de los más visibles es el de hacerles la competencia a través de estancos, gasolineras, bares y demás establecimientos, que no por estar autorizada, deja de ser vergonzoso. Hace unos días, en un estanco de los más conocidos de la ciudad, entró uno de los inspectores, en nombre del director de turno iba a ofrecerle los cupones y demás productos para venderlos, a cambio, claro, de las establecidas comisiones, y asegurándole que era un negocio redondo. El estanquero se negó rotundamente y le dejó claro que ni pagándole el doble. Según sus palabras no estaba dispuesto a hacerle la competencia al vendedor que tiene su quiosco al lado y con el que por esta razón tiene amistad desde hace años. “El cupón de la ONCE -dijo-, es de los ciegos, no de los estanqueros”. Desde aquí quiero darle un aplauso. Es verdad que su actitud no cambiará las cosas, la fuerza la tiene la mayoría, aunque no siempre sea la que sabe lo que hace, pero no es menos cierto que si hubiera muchos estanqueros como él muchos desatinos se habrían evitado. Desde Cáceres informó para 30 días Florita.

Carta a...

¡Hola! El primer sábado de mayo, en un mercadillo presencié algo que me obliga a dedicaros estas líneas, pues, si bien es verdad que ocurría en un pueblo portugués, no es menos cierto que podría ocurrir en cualquier pueblo español. ¿Qué más da? Era uno de esos días que vosotros llamáis buenos, es decir, que luce el sol, que no hace frío, que no llueve, y el buen clima hace que los mercadillos se llenen de gente que, poco o mucho, siempre acaba comprando algo. Todo transcurría con normalidad. De repente, los vendedores, empezaron a llamarse por teléfono unos a otros y pasando olímpicamente de los compradores que tenían delante, empezaron a desmontar tenderetes como locos, a esconder móviles, a recoger género sin ningún miramiento, a tirar artículos y ayudarse los unos a los otros mientras todos nos preguntábamos de qué o de quién se protegían. La respuesta no se hizo esperar. En un abrir y cerrar de ojos el mercadillo se convirtió en la sede de la policía, porque aquello no era una dotación policial, era la policía al completo, y en un santiamén interrogaron a algunos vendedores, les pidieron papeles, revisaron sus móviles, inspeccionaron los tenderetes y requisaron prendas de vestir sobre todo. Algunas mujeres se resistieron a entregar su mercancía y se encararon con los agente, solo las mujeres, los hombres no, y eso que son el seso débil. Los niños, al ver el nerviosismo de sus madres, se pusieron a llorar, los hijos de las vendedoras ambulantes suelen hacer la misma jornada laboral que sus madres incluso siendo bebés, y no es que sean malas madres, ni muchísimo menos, es que las madres que se ganan la vida de rastro en rastro tienen los mismos derechos que las madres ministras, diputadas o senadoras, pero aunque parte de su trabajo va destinado a pagarles por ello, estas no se preocupan de que puedan ejercerlo. No pretendo censurar la actuación de aquellos agentes, entiendo que estaban cumpliendo con su deber, y les guste o no les guste, su obligación es hacer bien su trabajo. Tampoco pretendo defender a los vendedores que salieron perjudicados, supongo que las prendas requisadas eran falsificadas cuando no robadas, y esto, lo haga quien lo haga, es un delito. Pero ¿por qué no está la policía autorizada a hacer lo mismo con los políticos que roban y nos estafan de mil formas y maneras? Buscando una respuesta más o menos acertada vino a mi memoria una joya de nuestra literatura: El Buscón, de Quevedo. Pablos, natural de Segovia y apodado el Buscón, era un pícaro que acabó cambiando de lugar para cambiar de vida y no lo consiguió como es natural: las conductas de los humanos no dependen de los lugares, dependen de las circunstancias, y las del Buscón no fueron muy propicias para entenderse con el género humano. Para empezar era hijo de un barbero que acabó en la horca y de una mujer dada a la brujería que acabó en la hoguera. Tenía un hermano menor. El pequeño murió a los siete años de una paliza que le propinaron en la cárcel por robar a los clientes de su padre. ¿Qué otra cosa podría hacer la criatura? Ante el trágico final de su hermano, el Buscón pregunta a su padre: —Padre, ¿por qué le han hecho esto si los clérigos, nobles y caballeros también roban y no les hacen nada? —Hijo –respondió el padre-, porque no quieren competencia. Sobra buscar más respuestas. Es evidente que de los mercadillos nadie sale rico, tan evidente como que de la política nadie sale pobre, pero de momento la policía no tendrá que molestarse en requisarles los bienes que no hayan sido adquiridos con su sueldo: siguen odiando a la competencia, es decir, quitándosela del medio al precio que sea. ¡Qué lástima!, ¿verdad?, ¡qué lástima!

Cosas de Garipil

¡Hola! ¿Qué tal pasaste el mes de mayo? Por mi parte “enfadado” con estos días de bajas temperaturas y de lluvias que les han deslucido su día a no pocas novias y a muchos niños que hacían su primera comunión, pero como hablar del tiempo es perderlo en balde, paso a leerte la segunda historia de “Letanías”. La Robona Tras la última clienta salió Ángel de la carnicería con un cartel en la mano. Era un simple pliego de papel reciclado donde aprovechando las pausas entre clienta y clienta había rotulado un haz de letras grandes y negras. -¡Sal, Chaga, sal a ver si te gusta! -le gritó a su esposa desde la acera, mientras cerraba la escalera que había utilizado. Chaga, en zapatillas y con las manos enguantadas, salió a la calle. "Se necesita empleada de hogar. Sueldo y horario a convenir. Trato familiar", leyó atropelladamente en el cartel que ya pendía de la marquesina que protegía la fachada del establecimiento. -Muy bien, te ha quedado muy bien -comentó entrando de nuevo en el local-, sobre todo eso de “trato familiar". Pero Ángel no la oyó, se afanaba en afilar cuchillos, en limpiar machetes, en hacer arqueo... y convencida de las prisas de su marido, se entregó a meter el sobrante en la cámara frigorífica. Lo que eran las cosas -pensó para sí mientras trajinaba-, ella que había servido desde que salió de la escuela con doce años hasta que se casó con veintiséis, ahora, cuando mediaba los cincuenta, buscaba sirvienta. Claro que todo era distinto, muy distinto. Entre las criadas de antaño y las empleadas de hogar de hogaño había un abismo; además, ella no aspiraba a una de aquellas muchachas que por un sueldo miserable tenían que rodar por donde se le antojaba a la impertinente señora de turno. Ni mucho menos. Ella sólo quería una persona que le ayudara, que le echara una mano, pues, tres hijos varones, el padre y un negocio tan esclavo, daban tantos quehaceres que la casa andaba siempre manga por hombro. De acuerdo que hasta entonces había tirado adelante, pero ya se habían desempeñado, estaba cansada y tampoco era plan que alguno de los hijos dejara de estudiar para ayudar al padre. ¡No, eso sí que no! Pero… ¿cuánto le pagarían? Al oír los pasos de su marido, que se acercaba apagando luces, cerró la cámara y se lo preguntó en voz alta: -Digo, Ángel, que si va alguna chica, si me gusta, ¿cuánto le ofrezco de sueldo? -¡Déjame ahora de chicas! -respondió él sin pararse, agitando impaciente las llaves- ¡Ponte los zapatos y vamos, que juega el Barça! Pasó la noche como siempre: muy deprisa. Chaga ultimaba la comida para salir zumbando a la carnicería cuando sonó el timbre de la puerta. Antes de abrir ojeó por la mirilla. ¡Qué extraño!, pensó. Era doña Jacoba. ¡Sí, sí!, doña Jacoba, la misma que viste y calza. ¿Qué querría de ella? La había visto solamente una vez, hacía años, muchos años, pero ni su cara se le había despistado de la memoria ni sus mañas del alma. El recuerdo de aquel encuentro serpenteó por sus pensamientos para volverlo a vivir en un instante. Moría el mes de noviembre. Era una tarde muy fría, tan fría que las lágrimas se le helaban en los párpados. A ratos andando, a ratos corriendo, logró llegar a la villa. Tenía que encontrar una casa para servir, su madre no podía enterarse del despido. Necesitaba tanto aquel jornal que a buen seguro la mataba viva. Al subir la cuesta del Anís vio un cartel que mecido por el aire se columpiaba en el balcón de madera de uno de los pisos de la segunda planta de un regio edificio. "Se busca criada fija", leyó en él. Y con las manos sobre las rodillas para ayudar a sus piernas consiguió subir la angosta escalera de caracol. Al oír el timbre y después de escudriñar por la mirilla, doña Jacoba le abrió la puerta. -¡Pasa, maja, pasa! -exclamó acariciándose los pendientes, como para que se percatara de que eran de oro, y después de mirarla de arriba abajo, le ofreció un diván en tonos verdes. Al sentarse sintió que la sangre, lamiéndole los pies por dentro, le repetía con fuerza: "¡Gracias!, ¡gracias!, ¡gracias!...”, y sintió sueño, mucho sueño, pero el hambre y la incertidumbre le impidieron cerrar los ojos. Doña Jacoba amortiguó el rumor de unas voces juveniles entornando la puerta que comunicaba el vestíbulo con el resto de la casa, y sin tomar asiento, con las manos abiertas sobre el vientre para que viera mejor sus anillos, inició el interrogatorio: -Vienes por lo del anuncio, ¿verdad? Por la pinta... -Sí, señora, sí. Soy criada. -¿Cómo te llamas? -Santiaga, Santiaga Pérez, pero me llaman Chaga. -¿Cuántos años tienes? -Dieciséis. -¿Tienes novio? -No... ¡No, señora! -¿De dónde eres? -De Ayala. -¿Has servido alguna vez, o es la primera? Una ráfaga de duda la hizo titubear. Si decía que no, la rechazaría por falta de experiencia; si decía que sí, quedaría eliminada por malos informes. De repente, a través de la claraboya del recuerdo, oyó la voz de su madre: "La verdad ablanda los corazones; la mentira los endurece". Y ella estaba ya condenada a necesitar amas de corazón de nata. -Cuatro años, señora, he servido cuatro años. -¿Dónde? -En la dehesa de Trápala. Los amos me querían mucho. El trabajo no me escuece, guiso igual "pa" ocho que "pa" ochenta, y sólo salgo a misa los domingos y un día al mes "pa" llevarle el sueldo a mi madre. Le juro que... Y unas lágrimas implorando misericordia empezaron a brillar en sus ojos. -No jures, mujer, no jures. Ahora mismo pido informes y te quedas. ¡Anda, ven! Pasa a la salita, a ver qué opinan los chicos. Son tan delicados... -Sí... señora, sí -asintió temblando como una mimbre sacudida por el cierzo, y cual oveja perdida, la siguió. -Es la nueva criada -anunció a los chicos doña Jacoba sin dejar de retocarse el moño-. ¿Qué os parece? -¿Sabes jugar al parchís?, -le preguntó de sopetón el mayor de los tres. -¡Sí, sí, claro que sí! -respondió ella perpleja- En el pueblo siempre juego con mis hermanos. -¡Pues a jugar, que ya somos cuatro! -exclamaron los tres al unísono. Y mientras doña Jacoba, dando un portazo, se dirigía al teléfono que estaba colgado en la pared del pasillo, ella, entreabriendo la puerta con disimulo, se sentó ante la mesa camilla. -¿Qué color eliges? -le preguntó el mediano. -El verde, prefiero el verde. -¿Por qué? -Porque es el color de la esperanza y yo es lo único que tengo. -Pues para mí el azul, que como es palabra aguda, me ayudará a ser agudo. Ella sonrió con desgana. -Para mí el amarillo, que como rima con listillo, os ganaré sin esfuercillo, -añadió el menor con ánimo de hacerse el gracioso. -Pues para mí el rojo, que si no me permite ganaros, me permitirá volveros locos, -remató el mayor con evidente deseo de ser más ingenioso. ¡Buf, qué críos más repipis!, pensó ella, pero ensayando su mejor sonrisa, se sometió a lanzar el dado sobre el tablero, para ver a quién le tocaba salir en primer lugar, y como presagio de mala suerte, le tocó tirar la última. -¡Cinco!, -gritó el mayor, y sacó una ficha roja. -¡Cinco!, -gritó el mediano, y sacó una ficha azul. -¡Cinco!, -gritó el menor, y sacó una ficha amarilla. -Tres, -musitó ella, y pasó turno. -¡Cuatro!, -gritó de nuevo el mayor, y ante la expectante mirada de sus hermanos avanzó la ficha casilla a casilla sin que ella lograra enterarse de nada. "¡Sí, sí, eso me ha parecido!", exclamaba bajito doña Jacoba, y se distrajo adivinando las palabras de la señora de Trápala, su ama hasta entonces: "Es limpia como un jaspe, trabajadora como una mula, mansa como una malva; pero... todas tienen un pero, no es de fiar". -¡Vamos, te toca!, -le gritó el menor propinándole un golpe en el hombro. Abrió los ojos sobresaltada. Tanto la ficha azul como la amarilla tenían ya compañera. Tiró el dado a voleo, sin interés por ganar. ¿Qué más le daba?... Su vida dependía del jornal, no del juego. El dado rodó a su aire por el tablero. -¡Dos!, -gritaron los chicos al detenerse- y sigues pasando turno. Seguía pasando turno, como seguía pasando por su cabeza el pero que le ponía su ex ama. "Me ha robado media piña de plátanos. ¡Así, como se lo cuento! Media piña de plátanos. ¡Ya ve usted! Con el precio que tiene esta fruta... Por eso la he despedido". El mayor sacó otra ficha roja, el mediano avanzó una casilla con la primera de las azules, el menor, arrastrando una de las amarillas con la yema del índice derecho, contó: "Una, dos, tres..." Ella agitó el cubilete y sin mirar lanzó el dado sobre el tablero. Los chicos gritaron: -¡Seis! "¡Bien, señora, bien!" aseguraba doña Jacoba. "Lo entiendo, lo entiendo, Esa fruta es para los amos, no para las criadas". Y con los nervios de punta volvió a tirar. -¡Seis!, -gritaron los tres hermanos. "¡Mil gracias, señora, mil gracias por la información!", recitaba doña Jacoba empalagosamente, alzando la voz con alarmante coquetería. Y ella, a punto de explotar en un ataque de llanto, tiró de nuevo el dado. -¡A casa!, -gritaron los tres alborozados, y se puso en pie de un respingo. A casa… a casa… tendría que irse a casa, y pasar la noche a la intemperie. Se lo decía el gesto de doña Jacoba que apareció como un fantasma en el dintel de la puerta. -¡Un momento, mami, un momento! -profirió el mayor- Espera a que acabemos la partida y luego le das las instrucciones. -No tengo que darle instrucciones -apostilló muy altiva doña Jacoba-. Esta criada no puede servir en una casa tan seria, tan de bien como la nuestra. ¿Por qué?, quiso preguntar ella, pero se tragó la pregunta. No podía dar pie para oír en presencia de unos niños la insolencia de "tiene las uñas largas". -Lo siento… lo siento... -mascullaba entre sonrisas doña Jacoba, conduciéndola pasillo adelante, sin quitarle los ojos de las manos, como temerosa de que en un descuido arramblara con alguno de los cuadros de cacería que vestían las paredes, con alguno de los candelabros de bronce que se erguían en la consola del vestíbulo, con la alfombra de piel de vaca que protegía el suelo de madera... Ya ante la puerta de salida hizo ademán de volverse hacia ella y decirle: No recele de mí, señora, no recele que yo soy tan pobre como honrada. Es cierto que le cogí a mi ama media piña de plátanos de la despensa, pero yo no sabía que aquello era robar. Los vi tan grandes y tan amarillos todavía que pensé en mis hermanos. Ellos conocían las peras, las manzanas, las ciruelas… las frutas que dan los árboles de por aquí, pero ésta no la habían visto ni en dibujos. Y como iba al pueblo, me dije: "Pa” que se los coman los cerdos, (el ama se los echaba en cuanto les veía dos motas marrones en la piel), que los conozcan ellos”. Iba tan contenta de poder darles esa sorpresa que créame que si alguien me hubiera salido al camino, antes le habría dado el alma que el capacho donde los llevaba. En cuanto llegué me rodearon como los polluelos a la gallina. "Os traigo algo rico, -les decía yo con misterio, dando largas “pa” hacérselo desear-, muy rico". Cuando quité el paño que los tapaba los ojos se les salían de las cuencas. Yo tampoco los había comido nunca y bien que me apetecían, pero le juro por mi difunto padre, que "pa" que ellos tocaran a uno cada uno, me quedé con las ganas y ni siquiera los probé. Y ya ve si estaba tranquila que, aunque ellos lo tronicaron por todo el pueblo, ni les reñí, ni les mandé callar. Sólo supe que había hecho mal cuando regresé y el ama me regañó, pero de veras que estoy arrepentida, muy arrepentida, tan arrepentida que le pedí perdón de rodillas y me confesé antes de venir. El cura me dio la absolución y me impuso de penitencia un Padrenuestro y tres Avemarías. Dijo que era un pecado de poca monta porque yo creía que los ricos no tenían que mirar la peseta tanto como los pobres. Y si él lo dijo... ¡Perdóneme, señora, perdóneme!, que ni lo mío volveré a tocar sin permiso de los demás. ¿Es usted capaz de permitir que desde mañana mis hermanos coman sin pan? Pero se mordió los labios. Las amas nunca se pisaban entre sí, nunca se quitaban la razón unas a otras, y criada era por entonces sinónimo de mentirosa, de robona... -¡Niños, -exclamó doña Jacoba invitándola a esperar con un gesto- traedle ese abrigo que está en el saco de la basura! Los tres llegaron corriendo, arrastrando el abrigo, era de color guinda madura, muy madura, demasiado madura. -¡Ten, póntelo! -le espetó doña Jacoba con aires de santurrona- Se lo dejó aquí la última criada y se me ocurre que algo de frío puede quitarte esta noche. Estuvo a punto de rechazarlo, pero en la calle hacía frío, mucho frío, tanto que se le heló el orgullo y lo aceptó. -Gracias, señora, gra... Descendió sin prisa la escalera. Los peldaños de madera crujían bajo sus pies como si lloraran con ella. Ya en la calle se alzó el cuello del abrigo y cruzó los brazos para meter las manos en los puños, relucían de tanto uso, los ojales buscaban en balde los botones, las solapas olían a puesto, a viejo... Y al bajar la cuesta del Anís volvió los ojos hacia el balcón y sorprendió a la madre revelándole a los hijos como a hurtadillas: "Robona, robona... es una robona". La tijera del segundo timbrazo cortó de repente el amargo recuerdo de Chaga, y su resentimiento, sin pararse a reflexionar, descorrió el cerrojo ávido de venganza. -¡Pase, señora, pase!, -y le ofreció para sentarse el adamascado sofá del salón. -Gracias, hija, gracias, -musitó la recién llegada con evidente alegría por pillar un asiento. Y más con el ánimo de ofender que con la seguridad de aceptar, se sentó frente a ella e inició el interrogatorio: -Viene usted por lo del anuncio, ¿verdad? -Sí, hija, sí. Lo he visto al salir de misa y... -¿De dónde es usted? -De Segovia, hija, soy de un importante pueblo de Segovia, pero desde que me casé vivo aquí, en la villa. -¿Cómo se llama? -Jacoba, hija, Jacoba Fernández de Sopetrán. -¿Cuántos años tiene? -Ochenta, hija, ochenta muy cumplidos. -Y es usted casada, ¿verdad? -No, hija, ya no. Soy viuda desde hace quince años. -Pero no llore, mujer, no llore que el tiempo encoge las penas y estira la conformidad, y la víspera del entierro de su marido no fue ayer precisamente; además, seguro que le dejó algún apoyo, algún hijo. -Hijos no, cruces, me dejó tres cruces. ¿Qué te parece, hija, qué te parece? -Que exagera usted. Los hijos nunca son cruces. Pero vamos al grano. ¿Ha servido alguna vez? -¡Jamás, nunca jamás! -exclamó con bríos, sin rastro de lágrimas ya en los ojos- Pero me sobra experiencia: fui ama hasta que murió mi marido, el conocido señor Sopetrán. -¿y qué se llevó al otro mundo su marido, el dinero o las criadas? -Ambas cosas, hija, ambas cosas, pues tras el "din" se va siempre el "don". Y por eso a estas alturas tengo que trabajar para poder vivir. -¡Pues un momento, señora, un momento! Voy a pedir informes suyos a una sobrina del señor Sopetrán, una de mis mejores clientas, que por experiencia... ya sabe usted, las amas deben saber de qué pata cojean las criadas que meten en casa. Doña Jacoba se sujetó la cabeza con las manos como para descabezar un sueño urgente y Chaga descolgó el teléfono de mármol que yacía sobre una mesita de cristal. -¡Hola, Pepita! ¿Podrías darme referencias de tu tía Jacoba Fernández de Sopetrán? Ha venido por lo del anuncio. ¿Recuerdas? Y ya sabes... Pepita hizo una pausa. En el fondo le molestaba airear los trapos sucios de los suyos, pero en aquella ocasión se trataba de una tía postiza con la que no tenía relación y optó por ser más clara que el agua. -Ella no tenía donde caerse muerta -explicó sin pizca de pudor-, la rica era su suegra, mi abuela. Tenía un bloque de pisos en la cuesta del Anís. En cuanto llegó a nuera, la muy lagarta, conquistó a su marido, mi tío, para que le comprara todo el edificio a su madre. "¿De dónde vas a sacar el dinero?", le preguntaron los hermanos, entre ellos mi padre. "Del arca de mi suegro", les respondió él por consejo de ella. Pero la abuela firmó la escritura y la factura pasó a la cartera del maestro Armero. Cuando la mujer se enfadaba y amenazaba con denunciarlos, la muy pájara de ella la escondía y le juraba meterla en el manicomio, por loca, y la pobre callaba. Las criadas decían que la mató a disgustos. Por eso no le paraban en casa. Al morir, ni mi padre ni mis tíos heredaron nada: en las cuentas de la vieja no había ni un real, y la escritura de compra-venta era legal. A todos les olió mal el asunto, y desde entonces ni nos miramos a los ojos ni nos cruzamos la palabra, como si no nos conociéramos, como si no fuéramos nada. Ya en el lecho de muerte su marido la llamó y le pidió papel y pluma, y ella, creyendo que era para testar en su favor, le llevó hasta sobre. Pero le salió el tiro por la culata, mi tío contó la verdad de la historia, toda la verdad, y cuando fue al notario casi le da un síncope. El hombre abrió el sobre y leyó la carta sin miramientos, tal cual, y sin pelos en la lengua, sin andarse por las ramas, le anunció lo que pasó: que los jueces la pusieron de patitas en la calle, con lo puesto, como quien dice, y el edificio pasó a sus herederos legítimos. Sus hijos son unos balas perdidas, tan perdidas como la del tiro aquel que la traicionó. Y desde entonces, si quiere vivir, tiene que trabajar, que servir. Al principio creo que se restaba cinco o seis años para no darles pena a las posibles amas; ahora creo que se los suma para darles lástima. ¿Quieres saber algo más? -No, no... no… con estos detalles me arreglo. Doña Jacoba se puso en pie en cuanto Chaga colgó el auricular. -Lo siento, señora, lo siento -dijo ésta con un tono de voz que rezumaba una extraña mezcla de ternura y de ironía-. En esta casa no permitimos que los viejos nos sirvan; somos nosotros quienes les servimos a ellos. Pero... ¡un momento, por favor, espere un momento! Doña Jacoba se detuvo ante la puerta. Habría ido a ponerse los zapatos para acompañarla hasta el portal, hasta la calle quizá. Se lo agradecería en el alma. Le daba tanto pánico el ascensor... Pero regresó en zapatillas y con un abrigo en las manos, era de color guinda madura, muy madura, demasiado madura, los puños y el cuello le relucían por el uso, olía a tiempo, a impaciencia... -¡Tenga, lléveselo! -le espetó sin más- Hoy hace bueno, muy bueno, pero el hombre del tiempo dice que mañana volverán los hielos. Y para tirarlo a la basura... Doña Jacoba estuvo a punto de rechazarlo, un abrigo de dos criadas no era digno de quien había sido ama, pero necesitaba con urgencia algo que le sirviera de manta por la noche, y olvidando su rango, lo aceptó. -Gracias, hija, gra... Con el abrigo doblado sobre el brazo derecho bajó la escalera de mármol despacio, apoyando los dos pies en cada peldaño, limpiando con la mano izquierda la barandilla, doblada cual alcayata por el haz de los años que llevaba a la espalda. Por fin alcanzó la calle fatigada, trémula. Y al descender por la acera opuesta volvió los ojos hacia el balcón del piso donde había estado y sorprendió a la robona soplándole a las hortensias desnudas: "Robona, robona... es una robona". Y decidió solicitar la ayuda social de los servicios municipales. Autora: María Jesús Sánchez Oliva. Gracias por tu visita y hasta el próximo mes. Para contactar conmigo: garipil94@oliva04.e.telefonica.net