domingo, 30 de marzo de 2014

Portada

 Queridos lectores: Acaba de salir el número 22 de 30 días, mi periódico, tu periódico, el periódico de cuantos quieran leerlo.

    Te recuerdo que puedes ser uno de mis corresponsales. Para esto basta con que envíes tus crónicas a: mjsanchezoliva@gmail.com, poniendo en el asunto “30 días” y en el mensaje el lugar de procedencia.

    Contenido

    La Vitrina: Hoy nos visita una gran dama: la de Elche, y para leer este mes, te dejo dos libros.
    Mesa camilla: Se avecinan las elecciones europeas y no pocos españoles nos preguntamos si debemos votar o no. ¿Estás de acuerdo con esta respuesta?
    Cajón de Sastre: Genial artículo sobre la tan traída y llevada picaresca española.
    El Álbum de la Lengua: Sobre el plural de algunas palabras que ofrecen dudas.
    La Butaca: Desde Cáceres nos llega la noticia de un homenaje a la ONCE y a sus vendedores.
    Carta a… Adolfo Suárez.
    Cosas de Garipil: El balón de más aire es el relato que hoy quiere leernos Garipil.

    Si has visitado cualquiera de las secciones, mil gracias; si las has visitado todas, un millón.

    Volveremos a encontrarnos a finales de abril.

    María Jesús. 

    Seguidores de Honor:
    Mónica Nuevo Vialás. Nacionalidad: española. 23-IV-2012.
    Arturo Arias Terceiro. Nacionalidad: argentina. 12-VI-2012.
    María del Mar Nuevo Vialás. Nacionalidad: española. 29-VI-2013. 

La Vitrina

Historia de la Dama de Elche
    La Dama de Elche es un busto íbero tallado en piedra caliza que se data entre los siglos V y IV a. C. Mide 56 cm de altura y tiene en su espalda una cavidad casi esférica de 18 cm de diámetro y 16 de profundidad, que posiblemente servía para introducir reliquias, objetos sagrados o cenizas como ofrendas al difunto. Otras muchas figuras ibéricas de carácter religioso, halladas en otros lugares, tienen también en su espalda un hueco y, como la Dama de Elche, sus hombros se muestran ligeramente curvados hacia adelante.
    La pieza se encontró cerca de Elche, donde existe un montículo que los árabes llamaron Alcudia ('montículo') y que en la antigüedad estaba casi rodeado por un río. Se sabe que fue un asentamiento íbero denominado Helike (en griego) y que los romanos llamaron Colonia Iulia Illici Augusta. Cuando llegaron los árabes, situaron la ciudad más abajo, en la parte llana, conservando el topónimo romano de Illici, que fue arabizado por el sonido en «Elche».
    Se exhibe en el Museo Arqueológico Nacional de España, en Madrid (España).
     La mujer representada viste una túnica, mantilla sostenida por una peineta (que puede parecer una tiara), que cae atravesada sobre el pecho. Esta mantilla era rojiza y en ella aún quedan restos de pintura gastados. Sobre la mantilla, un gran manto (albornoz) de tela gruesa y pesante la cubría. Era de color marrón con un ribete rojo. Los labios conservan también restos de su color rojo. Está hecha de caliza fina de color naranja, y la cara tiene el color original de la piedra.
    La dama lleva unas joyas características de los íberos: unas ruedas que cubren las orejas y que cuelgan de unas cadenitas sujetas a una tira de cuero que le ciñe la frente, collares y coronas con pequeñas cadenas y filigranas. Son reproducciones de joyas que tuvieron su origen en Jonia en el siglo VIII a. C. y que después pasaron a Etruria (Italia). En los últimos análisis se descubrió un pequeño fragmento de pan de oro en uno de los pliegues de la espalda. Esto induce a suponer que las joyas de la escultura estaban recubiertas de pan de oro.
      
    Datos del descubrimiento

    Se descubrió el día 4 de agosto de 1897. Los obreros de la finca estaban realizando el desmonte de la ladera sureste de la loma de La Alcudia, con fines agrícolas. Según la leyenda local, Manuel Campello Esclápez, Manolico, un chico de 14 años (este dato discrepa con su certificado de nacimiento) y que ayudaba en las tareas, fue el descubridor. Usando el pico de Antonio Maciá, y aprovechando un descanso de los jornaleros, empezó a excavar.
     Los obreros agrícolas del doctor Campello de Elche se hallaban tomando su almuerzo, mientras el zagal Manolico seguía en el terraplén del montículo de La Alcudia. En un golpe de azadón se dio cuenta de que topaba con algo duro que no era tierra (se puede ver aun la marca del azadón). Llamó a los hombres y entre todos empezaron a escarbar la arena. Así fue como apareció el busto de la Dama de Elche. Desde ese momento fue bautizada por Manolico como Reina mora.
    Esta versión, sin embargo, difiere del informe oficial redactado por Pedro Ibarra Ruiz el 14 de agosto del mismo año. Según este informe fue Antonio Maciá quien dio con su pico en la Dama.

    Sobre lo que vino después

     Campello, dueño de la finca, estaba casado con Asunción Ibarra, hija de Aureliano Ibarra Manzoni, un humanista del siglo XIX que además se dedicaba a la arqueología como afición y que había ido encontrando una gran cantidad de objetos y vestigios íberos en sus propias tierras de labor y en más sitios del término municipal de Elche. Con ello había ido formando una valiosísima colección que dejó en herencia a su hija Asunción, junto con el encargo de que a su muerte, esta hiciera los trámites necesarios para que la colección se ofreciera en venta a la Real Academia de la Historia para que finalmente fuese ubicada en el Museo Arqueológico Nacional. Se decía en el testamento que la colección debía venderse en su totalidad.
    Cuando murió don Aureliano, su hija se dispuso a cumplir con el testamento y comunicó el legado a los responsables en Madrid. Se reunió la Academia en sesión plenaria el 18 de marzo de 1891 bajo la presidencia de don Antonio Cánovas del Castillo. Se propuso estudiar el asunto y se nombró una comisión el día 17 de mayo. Los comisionados fueron don Juan de Dios de la Rada y don Juan de Vilanova, que pronto irían a Elche a hacer el oportuno trato. Estuvieron conformes con adquirir el lote que sería abonado en tres plazos. Pero ocurrió que uno de los plazos venció en fechas próximas al descubrimiento de la Dama y a partir de ese momento hubo un contencioso, pues su dueña doña Asunción no estaba de acuerdo con incluirla con las demás piezas y la Academia no estaba de acuerdo en seguir pagando.
    Por su parte, don Pedro Ibarra Ruiz (hermano del fallecido don Aureliano y archivero municipal de Elche), en su entusiasmo por el nuevo descubrimiento, había hecho una foto cuyas copias hizo llegar al académico don José Ramón Meliá, al director del Museo Arqueológico Nacional don Juan de Dios de la Rada y al ilustre arqueólogo alemán Emil Hübner. Todas las partes querían hacer la adquisición.
    En Elche todo el mundo conocía el hallazgo y era motivo de conversación. Los amigos de la familia iban a visitarla a la casa pero las demás personas no podían hacer lo mismo, por lo que en un acto de generosidad, la Dama (la Reina mora, como era conocida) fue expuesta en el balcón para que fuera contemplada por todos los vecinos de la localidad.
     Llegó el mes de agosto en que se celebraba durante los días 14 y 15 el Misterio de Elche. Don Pedro Ibarra había invitado a su casa para ver esta fiesta al arqueólogo francés Pierre Paris. Cuando el arqueólogo vio el busto íbero supo que se trataba de una verdadera joya e informó a los responsables del Museo del Louvre en París, quienes contestaron enseguida ofreciendo una importante suma de dinero: 4.000 francos de la época. Pese a la oposición de doña Asunción, el busto ibérico fue vendido y el 30 de agosto de 1897 la diosa íbera salía bien empaquetada rumbo a la capital francesa. 
      Durante 40 años la Dama de Elche fue expuesta en el Louvre. Tras el comienzo de la Segunda Guerra Mundial en 1939 y como medida de precaución, fue trasladada al castillo de Montauban, cerca de Toulouse, en el sur de Francia, lugar más seguro que la capital parisina.
    En 1941 se consiguió recuperarla mediante un intercambio de obras con el Gobierno de Vichy del mariscal Pétain, un acuerdo tremendamente desequilibrado (a favor de España), que incluyó también la Inmaculada Concepción de los Venerables o Inmaculada de Soult (por el mariscal francés que la robó) de Murillo, una de las esfinges gemelas de El Salobral que eran, al igual que la Dama, propiedad del Museo del Louvre y varias piezas del Tesoro de Guarrazar, que pertenecían al Museo de Cluny), además de los restos de las esculturas ibéricas de Osuna. A cambio se entregó a Francia un retrato de Mariana de Austria de Velázquez, del que el Prado poseía otra versión casi idéntica (se transfirió la versión considerada de inferior calidad, que para algunos es incluso simplemente una copia de taller), y una obra de El Greco del Museo del Greco de Toledo, en concreto uno de los retratos de Antonio de Covarrubias de los dos que contaba el museo. Por ello, en realidad es propiedad del Museo del Prado, en el que permaneció durante 30 años, desde que regresó a España hasta que en 1971 fue trasladada al Museo Arqueológico Nacional, en el que se halla en condición de depósito.
     Entre tanto, en 1965 la Dama de Elche volvió a tierras ilicitanas con motivo del séptimo centenario del Misterio de Elche.
    La Ministra de Cultura de España, Carmen Calvo, hizo pública el día 19 de enero de 2006 la decisión de ceder temporalmente la Dama a su ciudad de origen. Desde este momento se inició un proceso que culminó el 18 de mayo de 2006, en que la Dama de Elche presidió la inauguración del Museo Arqueológico y de Historia de Elche (en el Palacio de Altamira) y la exposición «De Ilici a Elx, 2500 años de historia» que tuvo lugar en distintas sedes de la ciudad.

    Para leer este mes, os dejo dos libros.
     La biblia de barro, de Julia Navarro. Reseña: Una arqueóloga iraquí nieta de un poderoso hombre con un oscuro pasado, cuatro hombres con sed de venganza, traficantes de arte sin escrúpulos, un hombre en la sombra que mueve muchos hilos –el mentor-, dos asesinos a sueldo y un cura que escuchó una confesión que jamás debió oír… Estos son algunos de los protagonistas de un rompecabezas inquietante que no se resuelve hasta la última página.
     y la Línea negra, de Jean Christopher Grange. Reseña: Un asesino en serie encarcelado, morboso y abominable ejecutor, desafía a un periodista a reconstruir una cadena de asesinatos sin aclarar. Y es que nadie sabe que en alguna parte del sudeste asiático, entre el trópico de Cancer y la línea del Ecuador, existe otra línea. Una línea negra jalonada de cuerpos, sangre y terror.
     Que cada cual elija el que quiera, aunque por mi parte, leería los dos.

Mesa camilla

Se acercan las elecciones europeas y los españoles, como miembros comunitarios, estamos llamados a las urnas, pero ¿vale la pena pasar por ellas?, ¿a quién votamos?, ¿nos servirá de algo?
     Formar parte de la Unión Europea tiene más ventajas que inconvenientes. El cambio de España con su entrada en la misma es algo innegable, pero nuestros gobernantes, los de un partido y los de otro, gestionaron tan mal los fondos económicos, y tantos desmanes les permitieron las autoridades europeas, que hoy, para los ciudadanos responsables, es difícil decidir el voto por no decir imposible.
    Las ayudas económicas que llegaban de Bruselas debieron utilizarse en construir un país moderno, próspero, estable y con posibilidades para todos, pero los responsables de administrarlas, más interesados en ganar elecciones que en el futuro de los españoles, invirtieron los dineros en subvencionar siembras de girasoles, en organizar eventos con la falsa etiqueta de culturales, en destruir millones y millones de puestos de trabajo, en acabar con importantes servicios públicos, en construir edificios innecesarios, en obras interminables, en festejos municipales, por citar algunos ejemplos, y hoy, cuando el grifo de Bruselas se cerró por fin nos vemos sin dinero, con un campo que no produce, con ganaderías que no son rentables, con pequeñas y medianas empresas en la ruina, con aeropuertos sin aviones, con ancianos que mueren antes de conseguir una plaza en una residencia pública, con colegios en los que sobran niños y faltan profesores, con millones y millones de parados, con trabajadores que no cobran a final de mes, con autónomos que no pueden hacer frente a sus cotizaciones, y para colmo de males, endeudados.
    A lo largo de estos años no han faltado voces que se alzaban respetuosas para alertarnos del peligro. Era evidente que la mala gestión estaba favoreciendo a los de siempre: políticos, banqueros, constructores, y la factura, como de costumbre, nos la pasarían a los ciudadanos. Pero nuestros gobernantes seguían a lo suyo. Lo importante era ganar elecciones, y una vez ganadas, que se quejaran, desde el poder no se oía nada en cuatro años. Y los de Europa, miraban para otro lado, se conformaban con que nos prohibieran fumar, acabaran con las corridas de toros, nos enseñaran a comer hamburguesas , a ir al gimnasio, a desayunar mucho, a cenar poco y temprano, a no salir de noche, a comprar en sus grandes superficies y a sentirnos europeos por necesitar un número más en los zapatos y vestirnos todos con la misma talla.
      Ya no hace falta que nos alerten las voces del sentido común: la realidad se nos ha plantado delante y habla por sí sola. Pero nuestros gobernantes acaban en la cárcel y siguen siendo inocentes, acometen recortes para fabricar pobres y mejora la economía familiar a pasos agigantados, siguen enriqueciendo a sus ricos y se cuelgan las medallas de la honradez sin ningún rubor. Y los europeos, en lugar de salvarnos de sus atropellos, les prestan dinero para que compensen las pérdidas de los despilfarros sus banqueros y demás amigos con una sola condición: que lo devuelva el pueblo para que no levante cabeza.
      ¿Debemos pues los españoles acudir a las urnas el próximo 25 de mayo? Naturalmente que sí.  Formar parte de la Unión tiene más ventajas que inconvenientes, pero votar, solo se han ganado un voto nulo, tan nulo como ellos. A ver si dejándolos en ridículo se enteran de que no somos tan menores de edad y reaccionan de una vez por todas, pues de seguir  así acabaremos siendo un barrio de Alemania con todas las obligaciones y sin ningún derecho.

    María Jesús.

Cajón de Sastre

¡Cuanto pícaro, y que bien disimulan!

    Lázaro nació, según él, dentro del río Tormes, en un molino de agua que el padre regentaba antes de que le achacaran unas sangrías mal hechas en los costales de quienes iban a moler a la aceña; tanto como decir que se quedaba a hurtadillas con parte de la molienda. Fue preso, confeso, desterrado y muerto en una armada contra los moros. Su madre se mudó a Salamanca donde conoció a un cuidador de caballos que les proveía de pan, pedazos de carne y en invierno leños y le dio a Lázaro un hermano, un negrito muy bonito que huía de su propio padre asustado por el color de la piel. Cuántos debe haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mismos, pensó Lázaro. Con la edad perdemos la inocencia de vernos tal cual somos: ni nos asustamos de nosotros mismos ni sabemos del temor de Dios, si es que son cosas distintas. Resultó que el cuidador también hurtaba la mitad por medio de la cebada que para las bestias le daban y, cuando no tenía otra cosa, les birlaba las herraduras. El Lazarillo comprendía: no nos maravillemos de un clérigo ni de un fraile porque el uno hurta de los pobres y el otro de casa para sus devotas y para ayuda de otro tanto, cuando a un pobre esclavo el a mor le animaba a esto. Así que el amante fue azotado y pringado, derritiéndole tocino a fuego sobre las muescas de los latigazos. La novela picaresca nació de contar la verdad de aquella Castilla extrema con el desparpajo justo para merecer la sonrisa de la época y la admiración de las venideras. Siempre ha sido eficaz mostrar los defectos en un espejo deformado. Valle Inclán: los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente de formada. España esuna de formación grotesca de la civilización europea. Max Estrella lo declamaba en Luces de Bohemia usando como espejo el fondo de un vaso de vino escanciado en su cráneo estupendo. Era la España cóncava del Greco, Goya y Picasso, el temblor de la fiesta de los toros de Don Estrafalario y los pasos dolientes de la Santa Compaña. Hoy, sin cristal que deforme las imágenes bárbaras, nos asola una esperpéntica coincidencia de paro y corrupción.

    Fue por entonces cuando la madre de Lázaro aceptó confiarlo a un ciego, metáfora de quien, sin aparentarlo, conoce las emboscadas de la vida: siendo ciego me alumbró y adiestró en la carrera de vivir. La carrera de vivir o morir, deprisa, viendo sin ver. Como cuando el ciego le ofrece a su pupilo compartir un racimo de uvas. Para que el reparto fuera equitativo cada uno debía picar una uva de cada vez, pero sucedió de otro modo: Lázaro, engañado me has. Juraré yo a Dios que has tú comido las uvas tres a tres. Lázaro no comprende la sagacidad hasta que el ciego le explica: ¿Sabes en qué veo que las comiste tres a tres? En que comía yo dos a dos y callabas.

    La gramática de la corrupción. El juego de espejos que multiplica el engaño, hoy por ti, mañana por mí, corruptores y corrompidos de la mano. En unas páginas, el molinero sangraba las sacas con la molienda, el cuidador de bestias las desherraba, el clérigo hurtaba a los pobres y todos callaban. Una dinámica extractiva capaz de arruinar un país, económica y moralmente. La justicia, irracional como un aguacero, alcanzaba según a quiénes: Don Quijote liberó a los galeotes porque, escuchándolos, encontraba más justo que anduvieran libres que no encadenados. Le parecía que la justicia era venganza cuando se impartía en frío –siempre– mientras que la compasión mueve a la libertad y al perdón. Otro pícaro, Guzmán de Alfarache, giraba en un mundo donde la corrupción perpetuaba la pobreza y ésta la corrupción: a los pobretos como nosotros, la lechona nos pare gozques, y más en causas criminales, donde la calle de la justicia es ancha y larga. Puede con mucha facilidad ir el juez por donde quisiere, ya por la una o por la otra acera o echar por medio; puede francamente alargar el brazo y dar la mano, y aún de manera que se les quede lo que le pusiéredes en ella. Pongamos que no son jueces quienes extienden la mano y tiran por la calle de en medio. Una colección de sobrevivientes con el ingenio y la honra mal repartidos.

    Quinientos años no son nada. ¿Nos imaginamos qué harían las frases punzantes de Fernando de Rojas, Cervantes, Mateo Alemán, Quevedo, con los personajes que hoy pueblan las páginas de los periódicos? En su lugar, izamos redes llenas de palabras vacías. Lo singular de esta España del siglo XXI, si es que hay algo singular en la Europa estrellada del sur, no es tanto la corrupción como su granularidad expansiva, la tolerancia social y, demasiadas veces, la impunidad de los corruptos. Claro que esa tolerancia cambia a veces súbitamente y se ven con las vergüenzas al aire, como el rey desnudo del cuento, quienes hacían lo que todos y no pasaba nada: trasegar facturas y solares, usar de la posición pública para fines privados, tomar prestado para no devolverlo a menos que un milagro, pero por qué no un milagro, y defraudar o eludir impuestos mediante artificios fiscales que únicamente sirven a los poderosos. Mientras tanto, no quedan medios suficientes para juzgados, escuelas, hospitales, desempleo, pensiones y los intereses de la deuda. ¿Cuántos de esos cambios de tolerancia social hemos conocido en los últimos años para que nada cambie en el fondo? Sólo unos poquísimos han pagado y no hay políticos condenados –penal, civil o socialmente– por malgastar el dinero de todos hasta casi la ruina colectiva. ¿Por qué fingimos no contar las uvas que desaparecen ante nuestros ojos?

    Es curioso que la corrupción en abstracto se perciba como uno de los grandes problemas de nuestra sociedad y, en cambio, toleremos las corrupciones concretas del ciego y el lazarillo que comen en el plato de al lado. Hay cientos de imputados que siguen en sus responsabilidades públicas aferrados al clavo ardiendo de la presunción de inocencia, que está para otros menesteres, y la sociedad los soporta –si son de los suyos–, los critica –si son contrarios– o los ignora. La solución no puede estar en endurecer el Código penal de un país con una tasa de población reclusa –tantos galeotes encadenados– que dobla la media europea; o en adiestrar jueces y fiscales anticorrupción, que el Caballero de la Triste Figura nos ampare. La solución empieza dentro de cada uno, interiorizando las reglas de juego del Estado de Derecho y cumpliendo voluntariamente los deberes que imponen las leyes y el común sentido de la responsabilidad sin esperar a la coacción de una sentencia. Y continúa exigiendo otro tanto de nuestros mandatarios y de unas instituciones sometidas a recortes inteligentes y no indiscriminados. Para todos: más transparencia y mejor educación. No hay lugar para debates acerca de religiones y ciudadanías, catalán y castellano, galgos o podencos, cuando falta tanto para ofrecer una formación en ciencias, humanidades, competencias profesionales y valores cívicos que nos acerque a los mejores. Y también mayor equilibrio en la cada vez más hiriente distribución de los recursos. El hambre en el vientre de los hijos ahuyenta el miedo de los padres, decía Steinbeck en Las uvas de la ira tras el crash de 1929, otra novela lúcida donde reconocer el impacto moral del falso paraíso prometido a los desahuciados. Porque sin un mínimo de igualdad la dignidad enferma, la corrupción se reproduce y no hay libertades que valgan.

    Antonio Hernández-Gil, miembro de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.

El Álbum de la Lengua

El plural en palabras terminadas en -y: ¿ponis, ponies o ponys?
    ANTES
    No había un criterio fijado, pues en castellano no es normal esta terminación.
     AHORA
    Se han adaptado recientemente al castellano varias palabras con esta terminación, la mayoría de ellas procedentes del inglés.
    La norma que rige para ellas en la formación del plural es la siguiente: la y se convierte en i latina en el singular y se le añade la -s del plural. Ejemplos:
• penalty > penalti, penaltis • punky > punid, punkis
• panty>panti,pantis • pony>poni,ponis
• hippy>jipi,jipis • whisky>güisgui,güisguis (o wiski,wiskis)
• derby>derbi,derbis • curry>curri,curris
Son, pues, incorrectos los plurales del tipo *penalties y *penaltys, *ponies y *ponys, *derbies y *derbys, etc.
    De igual forma, las palabras extranjeras que se han adaptado al castellano hacen el plural en -s, convirtiendo la y en i. Ejemplos:
• jersey>jerseis (no *jerseyes ni *jerseys)
• gay > gays (no *gayes ni *gays)
 
    El plural de algunos italianismos: ¿los espaguetis o los espagueti?
    ANTES
    No había norma fijada para los sustantivos acabados en -/' procedentes de plurales italianos.
     AHORA
    Los sustantivos plurales en italiano con la desinencia -i adaptados al castellano como singulares hacen el plural en -s. Ejemplos:
• espagueti, espaguetis        • confeti, confetis • paparazi, paparazis • grafiti, grafitis
    Son, pues, incorrectos los plurales del tipo * ¡os espagueti, *¡os confeti, etc.
    El plural de algunas palabras acabadas en consonante: ¿los test o los tests?
    ANTES
    No había criterio explícito para la formación del plural de los sustantivos y adjetivos castellanos, extranjeros y latinos castellanizados acabados en consonantes distintas a -l, -n, -r, -d, -z, y en -s y -x en las palabras agudas. Los sustantivos latinos permanecían invariables y los extranjerismos formaban el plural con -es. Ejemplos:
• club, clubes • film, filmes • frac, fraques • clip, clipes
    Por su parte, eran normales los plurales del tipo:
• tic, tics • zigzag, zigzags • mamut, mamuts
• tictacjictacs • clic,clics • cenit,cenits(ozenit,zenits)
    AHORA
    La norma es que todos los sustantivos y adjetivos que acaben en cualquier consonante distinta a -l, -n, -r, -d, -z, o en -s y -x en las palabras agudas incluidas las palabras latinas, hacen el plural es -s. Ejemplos:
• airbag, airbags        • ninot, ninots • robot, robots • crac, cracs
• chip, chips • web, webs • chat, chats • déficit, déficits
• cómic, cómics • módem, módems       • récord, récords • cuórum, cuórums
    Los sustantivos y adjetivos acabados en -s o -x que sean palabras llanas o esdrújulas permanecen invariables en plural. Ejemplos:
• la.lasdosis • el.losclímax • el.losfórceps • el.losictus
• la, lassíntesis • el, los tórax • el, los estatus • el, los campus
• la, las tesis • el, los bíceps • el, los corpus • el, los lapsus
Constituyen excepciones:
□ El sustantivo sándwich, cuyo plural es sándwiches (no *sándwichs).
□ Los sustantivos que acaban en grupo consonántico, si en estos hay una s o una z. Ejemplo:
• el/los test (no *tests) • el/los kibutz (no *kibutzs)
□ Los sustantivos club, videoclub, cineclub, aeroclub pueden hacer el plural con -s o con -es: clubs/clubes, videoclubs/videoclubes, cineclubs/cineclubes, aeroclubs/aeroclubes.
□ El sustantivo ítem presenta dos plurales: ítems (la forma preferida) e ítemes.
□ El plural del sustantivo latino álbum es álbumes, y el del sustantivo imam es imames (también imán, imanes).
□ Permanecen invariables los compuestos sintácticos latinos. Ejemplos:
• el/los alter ego • el/los status guo
• el/los curriculum vitae • el/los modus operandi

    ADVERTENCIA
a) Los plurales corpora, curricula, memoranda, referenda, media (por 'medios'), quanta son latinos, no castellanos; por tanto, si se usan en la escritura es recomendable hacerlo con resalte tipográfico.
b) En el DPD se propone la castellanización de las palabras catering, crack y slip como cáterin, crac y eslip, respectivamente; sin embargo, en la NGLE aparecen como extranjerismos crudos.

La Butaca

Cáceres inaugura el bulevar dedicado a la ONCE y una escultura urbana en homenaje al vendedor 

    Entre la Ronda del Carmen y la Plaza de Colón de la ciudad extremeña de Cáceres, se eleva, desde su pedestal de granito, la nueva estatua dedicada a los agentes vendedores de los productos de juego de la ONCE, realizada en resina y polvo de bronce. Está situada en una zona ajardinada del bulevar que -por acuerdo del Consistorio- ha sido además bautizado con el nombre de la Organización, en reconocimiento a su veterana labor y que se adoptó en 2013 con motivo de la conmemoración del 75 aniversario de su creación y el 25 de su Fundación.

    El acto inaugural de la escultura (obra de José Antonio Calderón) se celebró el 17 de marzo, con participación de la alcaldesa de Cáceres, Elena Nevado, para quien se trata de "un monumento muy merecido por tantos trabajadores que han tenido en esta actividad una salida profesional". Nevado enmarcó estas iniciativas en el cumplimiento del "compromiso adquirido con la ONCE, que ha recibido otros galardones como el Premio Príncipe de Asturias -recordó- y en cuyo honor nuestro Ayuntamiento ha decidido erigir, ahora, este monumento en reconocimiento a la labor de integración laboral de la ONCE".

    Desde Cáceres informó para 30 días Margarita.

Carta a...

Querido presidente, porque para los españoles de a pie será usted siempre presidente, el presidente de la democracia, el presidente de la transición, el presidente que ganó dos elecciones sin insultar a nadie, el presidente educado, prudente, sereno, el presidente que pudo prometer, prometió y cumplió su promesa, el único presidente que, antes de renunciar a sus principios  para seguir en el poder, decidió dimitir y con toda la humildad del mundo dimitió. 
    Estas, presidente, no son palabras escritas para un difunto, como suele suceder. Puedo asegurarle que nunca a pie de calle oí hablar de su gestión con indignación, hacer chistes jocosos de su persona ni censurar actitudes de su familia. Al contrario. Siempre se hablaba de usted con respeto, con cariño, incluso, lamentando muy de veras la muerte de su esposa, de su hija, su enfermedad. Y en estos días, por si quedaba alguna duda, lo que más han expresado los ciudadanos es la indignación al ver desfilar ante su cadáver compungidos a los que le complicaron las cosas, a los que le negaron su apoyo, a los que le obligaron a dimitir. Y una cosa tenían muy clara: que, en lugar de ensalzar su gestión a destiempo, deberían aprender y seguir su ejemplo.
    Por todo esto, en nombre de la gran mayoría de españoles y en mi propio nombre, gracias presidente, gracias, sobre todo, por darnos la oportunidad de poder darle las gracias a un presidente.

      DESCANSE EN PAZ

    María Jesús.

Cosas de Garipil

 ¡Hola! ¿Cómo estás? Yo encantado de recibirte en mi salita, en este espacio donde cada mes te leo algo de lo que escribe mi autora. En esta ocasión te dejo con otro de los relatos de “Letanías”. ¿Empezamos?
   
      El balón de más aire

    Al cabo de tres meses de jubilado, Melquiades, alias don Balón, hombre bien conservado, arrogante como pocos, manco de la mano derecha, exconserje de un banco donde entró de botones, ascendió a ordenanza y llegó a conserje; según él por cumplidor, según los empleados por pelota, según el director por compromiso... ya había perdido la esperanza de ser homenajeado como mandan los cánones. Que pasaran del tema los ordenanzas, lo entendía en parte. "Para mí no os molestéis en organizarme nada", les había dicho la víspera, cuando éstos se lo propusieron sin otro deseo que el de quedar bien y gastar poco. "Esas cosas me saben a pan prestado. Si vosotros me rendís honores, yo os tengo que despedir con amores. Y lo más desengañado es que cada cual se quede con lo suyo. Pero si lo dice el mandamás... ya sabéis: las órdenes, son órdenes". Y los muy astutos se habían enojado con él, Le tenían tanta envidia por haber sido siempre su ojito derecho que a buen seguro habrían pasado todos por el despacho con el cuento. Que hicieran lo mismo los demás empleados, también podía aceptarlo. "Perdonad que no celebre la despedida", les había dicho el último día. "Quien da uno, tiene que recibir dos. Y yo no quiero poneros en el compromiso de tener que multiplicar por mí. Pero si el mandamás dice de hacerme algo, estoy a vuestra disposición, esas... son ya cosas de fuerza mayor". Y los muy puñeteros se habrían vengado de él, le tenían tanta manía porque sus pies y su mano habían sido sólo para él que, a buen seguro, todos le habrían puesto pegas, disculpas, pretextos, para que a fuerza de darle largas al asunto, acabara por consumirse en el rescoldo del olvido. Pero el silencio de don Mariano, su querido director, le traía de cabeza. "Ya sabe que, aunque me vaya, puede contar conmigo", le había dicho entre servicial y compungido cuando fue a decirle adiós. "Y el día de... tendré mucho gusto en tomar una copa con usted". Pero don Mariano parecía no haberse enterado de que se refería al día del homenaje.
    --¡Baja del burro, hombre de Dios! -le decía su esposa cuando le veía rumiar el asunto- Tu don Mariano del alma hace contigo lo que yo con los limones: los lavo, los seco, los enfrío... porque me vienen de perlas en la cocina y, cuando ya los he exprimido, ¡hale, al cubo de la basura!
    Y Melquiades enrojecía de ira.
    --¡Imposible, mujer, eso es imposible! Si don Mariano da órdenes para que se les organice el homenaje a todos los empleados, si es el único que no ha faltado jamás a ninguno, si es el primero en apuntarse a la cena y en dar para el regalo, ¿por qué no va a hacerlo conmigo? Precisamente conmigo, conmigo que he sido siempre el bailarín que bailaba al son de su flauta. "¡Vete al estanco, Melquiades, y tráeme tabaco para la pipa!", decía todas las mañanas, y Melquiades salía como una bala aunque la cola del público llegara a la calle. Conmigo que he sido su sol y su sombra, su mejor, su único mayordomo. Yo era quien le limpiaba el polvo del sillón todos los días para que no se le manchara el traje, quien le ventilaba el despacho cada media hora para que respirara bien, quien le ataba los cordones de los zapatos para que no se los pisara, quien le
enchufaba la estufa para que no se le enfriaran los pies, quien le retocaba el nudo de la corbata al entrar en las reuniones para que fuera el mejor compuesto, quien le colgaba el sombrero, quien le descolgaba el abrigo, quien le llevaba la prensa, quien le ponía al tanto de las idas y venidas del personal, quien le encendía la luz, quien le abría el retrete, el despacho, el coche... quien con ganas o sin ellas, por deber o por devoción, sin prisa o con ella, a todo le decía: "¡sí, señor!". Conmigo que, a fuerza de ver malas caras por luchar a brazo partido para que no me pillara en ningún renuncio, fui ante sus ojos el empleado ideal, el empleado perfecto… el que tuvo siempre la cautela de esconder el bocadillo y ponerse a meter cartas en sobres como una máquina en cuanto él asomaba las narices, el que jamás salía del banco antes que él aunque tuviera que hacer más horas que un reloj, el que esperaba todas las mañanas en el vestíbulo hasta que entraba él para que viera que había llegado de los primeros, el que sólo se escaqueaba para tomar café cuando él estaba ausente, el que todos los años cogía las vacaciones cuando él para no privarlo de su asistencia, el que cada navidad le felicitaba las fiestas con un pavo aunque tuviera que quitárselo a los suyos de la mesa, el que no permitía que ni su secretaria le tomara un recado, el que desoía los timbres de todos los departamentos por hablar con sus visitas, el que por atenderlo a él no tenía tiempo ni para el subdirector... Fui, antes que nada, por encima de todo, la pelota, ¿qué digo la pelota?, el balón que rodó a gusto de sus puntapiés, y no merezco que me pague con semejante patada. ¡No, Pilar, no, claro que no! Espera y ya verás como más tarde o más temprano cumple conmigo don Mariano.
    Pero Pilar sabía que las hojas de aquella esperanza se le habían desprendido ya del árbol de el almanaque, y lo que era más triste todavía: estaba segura de que cuando la esperanza se moría, lo cristiano era enterrar el deseo.
    Pero una mañana de sábado, ¡qué sorpresa!, sonó por fin el teléfono.
    --¡Hola, Melquiades!, ¿cómo está? -preguntó el subdirector la mar de cortés, como si sólo hubiera transcurrido un fin de semana- Le llamo para que esta noche vaya con su esposa al mesón de los Cencerros. Queremos darle... ya sabe, el homenaje.
    Y a la vez que hablaba, pensaba con sorna: La cencerrada, ¡pelota!, la cencerrada es lo que quiero darte.
    --¡Gracias, don Anselmo, gracias! -respondió el exconserje alborozado, intentando saber algo- Ya sabe que esas cosas me revientan, pero si es una orden de don Mariano, habrá que reventar. ¡Qué le vamos hacer! Quien manda... manda.
    ¡Claro que vas a reventar, ¡pelota!, pero no de gusto, de disgusto!, se dijo para sí el subdirector. Tu querido don Mariano ni ha mentado el homenaje, se le ve andar tan feliz de no encontrarse tu mano parándole en seco para atarle los zapatos, tan a gusto de sentarse en el despacho sin miedo a las corrientes de tus ventilaciones, tan satisfecho de salir del retrete sin sacarte pegado al trasero... que todos hemos entendido que quedó de ti hasta más arriba del sombrero. Y si te lo he organizado yo es porque me consta que él no va a asomar las narices por los Cencerros. Pero no me metas los dedos en la boca, ¡pajarraco!, que no pienso vomitarte nada.
    Y en voz alta, le espetó:
    --No importa de donde venga el aire, queridísimo Melquiades, lo que importa es que el agua que traiga riegue por igual a zarzas y a robles. Ya sabe: en el campo todos son árboles.
    Pero no todos dan la misma sombra, pensó el exconserje antes de replicar con tan mal disimulada hipocresía que se le vio el plumero.
     --¡Sí, don Anselmo, sí! Ya sé que todos son compañeros, y como compañero se lo agradezco a todos, pero... ¡dígame!, ¿a qué hora llegará don Mariano? Ya sabe usted que los ordenanzas nunca tienen el detalle de adelantarse para abrirle la puerta del coche, y, si él va a cumplir conmigo, yo debo cumplir con él.
    --Bueno, Melquiades, tengo prisa -se disculpó el subdirector para esquivar la pregunta-. Me está esperando en el recibidor un cliente para tomar café. Usted vaya a las diez, allí nos veremos. ¡Adiós, adiós! ¡Hasta luego!
    Y cada cual colgó su teléfono. Don Anselmo orgulloso de haber dado en el clavo. Por fin, esta noche, en tan sólo unas horas, voy a hacerle pagar a este pelota todas las puyas que le ha metido a mi cargo a lo largo y a lo ancho de tantos años, pensó mientras encendía un puro de medio metro para celebrar el éxito de antemano. Melquiades, a punto de estallar de satisfacción. Está visto que don Mariano me está agradecido, que me echa de menos, pero como al cuero hay que seguir dándole vaselina para que no se aje, tendré que ir con un ramo de rosas para su señora, pensó mientras reclamaba a su mujer para darle la gran noticia y hartarla de malpensada.
    Una hora antes de la cita, Pilar y Melquiades, entraron en los Cencerros.
    --Llegar los últimos será falta de respeto -comentó ella al encontrarse el mesón vacío-, pero llegar los primeros es sobra de jeta. ¡Qué bochorno, ¡¡por Dios!!, qué bochorno!
    --Tú estás loca, completamente loca. ¿Cómo se te ocurre llamar jeta a un cumplidor de pies a cabeza como yo? No sabes lo que dices. Quien viene a homenajearme no es un juanlanas, es un pez gordo. Y qué pensarán las sardas de mí si cuando llegue no estoy aquí para descamarlo de guantes y de bastón... -replicó él mientras se acomodaba junto a la chimenea con la clara intención de ver llegar el coche de don Mariano a través de la ventana que le quedaba enfrente.
    Pues, que por muchas redes que tires, pensó decir ella mientras dejaba las rosas en una silla alejada del fuego para que las llamas no les ajaran los pétalos, el pez gordo jamás pica el anzuelo. Pero el mesonero le impidió transformar el pensamiento en palabras.
    --¡Buenas noches!, ¿qué desean tomar los señores? -preguntó con la cortesía de quien estrena clientes.
    --Yo, un zumo, un zumo de naranja. -pidió ella- Hace tanto calor...
    --Yo, nada, nada absolutamente -añadió él-. Soy el homenajeado de esta noche y don Mariano habrá encargado en mi honor una cena tan opípara que no debo llenar el estómago antes de tiempo. ¿Me entiende? No es por no gastar, es por no hacerle el desprecio. Y si empiezo a picar...
    Y el mesonero ahuecó el ala despavorido.
    --Disculpe, don Anselmo, disculpe, creo que he metido la pata -dijo a través del teléfono-. Usted ¿qué me ha encargado, un vino o un banquete? Tengo aquí al homenajeado y el hombre piensa ponerse las botas a costa de un tal don Mariano.
    --Ni caso, Pascual, no le haga ni caso -dijo don Anselmo después de desgranar una piña de carcajadas-. Ese homenajeado ha sido el balón de más aire que ha rodado por el banco y el homenaje no es otra cosa que un pinchazo para que se desinfle de una vez. ¡Por cierto!, cuando yo llegue le daré un sobre a escondidas, cuando él salga, se lo da, pero dígale que llegó en el correo y, si puede usted, para que la explosión sea más sonora, ya sabe: dele más aire.
    El mesonero, hombre tan flemático como guasón, dispuso la bandeja y les llevó el servicio.
    --Su zumo, señora; la tila es para usted, señor. ¡Tómesela a mi salud! Es una vieja costumbre de la casa para templar los nervios de los homenajeados.
     Avanzaban las agujas del reloj y seguían solos en el mesón. Éste no es el pomposo hotel donde hacen todos los homenajes, ni hay músicos para el baile, ni huele a cochinillo, ni se ve ni se oye trajín de manteles, de platos, de velas... pensaba Pilar a la vez que imploraba.
    --¡Vámonos, Melquiades, vámonos de aquí! Todo esto me huele a chamusquina. ¿No te das cuenta qué...?
    Pero Melquiades le achacaba el olor a la lumbre y si alzaba las posaderas del asiento era para pegar la nariz al cristal de la ventana.
    --¿De qué nube te has caído esta noche para abrir el mesón en tu día libre? -preguntó al mesonero un cliente de poca monta que entró derecho al mostrador.
    --De una que zascandilea por el cielo de don Anselmo, tu vecinito de antes y mi vecino de ahora -respondió el mesonero por lo bajo-. pero quédate y bebe gratis que hoy paga la banca. Ya verás qué calada le va a propinar a ese par de infelices...
    Y fueron los únicos testigos del homenaje de don Balón.
    --¡Malditas chispas! -profería Pilar entre dientes cada vez que el fuego crepitaba, y de un respingo cruzaba las piernas bajo la silla para no terminar con sus medias de seda agujereadas.
    --¡Rasa la jarra! -ordenaba el cliente con desparpajo cada vez que echaba un trago, y el mesonero cumplía generosamente.
    --¿Qué me habrá dado este tío, un sedante o una purga? -mascullaba Melquiades cada vez que entraba y salía del retrete poniendo de manifiesto que la tisana le había producido el efecto contrario.
    Y los del homenaje no llegaban ni con sillas ni con albardas.
    Por fin, cuando las lentas agujas del reloj de cerámica que presidía la chimenea rondaban las once, se abrió la puerta. Un pequeño racimo de caras conocidas se desgajó
  por el local. Ni las damas llevaban galanes, ni los galanes llevaban damas; todos iban desemparejados, como para salir del paso. Pero Melquiades ni reparó en ellos ni respondió a sus saludos. Brincó de silla en silla para atrochar y alcanzó la puerta. Seguro que don Mariano venía en el coche que estaba aparcando, y tras él llegaría el banco en pleno. ¿Qué menos?
    --¡Ole, ole! -vitoreó el cliente para premiar la agilidad de Melquiades mientras bailaba al son de sus propias palmas.
    En los labios de cuantos acababan de llegar apareció una sonrisa con reaños de carcajada. Pilar, invisiblemente molesta, se ordenó el pelo con la mano, recogió las rosas y se acercó a ellos. Les preguntaría por la salud, por los niños, por el tiempo... en lo que entraba el jefe para darle el ramo a la señora.
    --Buenas... buenas noches. -musitó don Balón de pie ante el lujoso automóvil, empezando lentamente a desinflarse.
    --¡Buenas, muy buenas! -respondió don Anselmo feliz de verlo arrugarse- Disculpe el retraso. Hay tanto tráfico...
    Y se metió a saludar a Pilar con sospechosa cortesía.
    Melquiades, resistiéndose a guardarse la mano en el bolsillo, recorrió la calle de arriba abajo, miró tras una esquina, miró tras otra... y sólo cuando el alegre cliente empezó a gritarle desde la puerta "¡vamos, amigo, vamos que te dejan debajo de la mesa!" optó por entrar.
    Al descubrir el comedor volvió a perder aire. Aquella sala nada tenía que ver con lo que él esperaba, con lo que era de razón, de costumbre en aquellos casos, según comentaban siempre los compañeros, porque lo que era él, como ninguno que se jubiló había sido director, nunca tuvo ocasión de asistir. Desde el centro parecía insultarle la única mesa que había, vestida con un simple mantel de papel, sin una triste  
 Silla, sin una alegre vela... Los camareros con pajarita ni se veían ni se echaban en falta. Sobre la mesa yacían descorchadas unas botellas de vino, y servidas unas bandejas de avellanas, de cacahuetes, de almendras: de frutos secos. El pequeño grupo se apiñaba alrededor. Todos, incluyendo a Pilar, parecían tener más ganas de acabar que de empezar. Pero él no tenía hambre, ni aunque la tuviera, lo suyo, lo cortés era esperar al mandamás. Y dando media vuelta se plantó en la puerta interior sin quitar los ojos de la exterior.
    --¿Empezamos, Melquiades? -preguntó don Anselmo cogiendo una botella con ademán de llenar las copas- Estas delicias están diciendo "¡comedme!", y quien más y quien menos quiere meterles el diente.
    --¡Un momento, por favor, disculpen un momento! -suplicó, imploró Melquiades- A ver si viene don Mariano, su señora, los demás compañeros...
    Ya no vendrá nadie más, pensó replicar don Anselmo para que reventara de una vez. Los compañeros han dicho que venga el mandamás, y el mandamás se ha hecho el tonto, ¿qué digo el tonto?, el sordo, que es lo más elegante en estos casos. Pero optó por seguir pinchándole poco a poco, y para que todos le vieran perder aire mientras esperaba inútilmente la llegada de su queridísimo don Mariano, se interesó por el precio del florín holandés a través de la jefa del departamento de moneda extranjera pensando en sus próximas vacaciones.
    --¡Ya decía yo que por donde tú pasas huele a dinero fresco!, -bromeó el jefe del departamento de préstamos hipotecarios.
    Y roto el hielo, todos lo imitaron con bromas del mismo jaez.
    --Pero abrid bien las napias, que cuando venga, vendré oliendo a diamantes. Voy por rebozarme en ellos de pies a cabeza, -añadió para darles coba don Anselmo. A
 fin de cuentas estaban allí por él, no por Melquiades. Y tenía el deber de divertirlos.
    --¡Oh, qué maravilla! -exclamaron las damas a coro, rezumando admiración- Lo que abriremos serán los dedos a ver si nos quedamos con el rebozado entre las uñas...
    Pilar observaba en silencio. Las rosas le servían de visillos para ocultar la violencia que flameaba en sus mejillas. Aprovechando la algarabía de los demás, se retiró de la mesa, giró unos pasos en diagonal, y con total disimulo se acercó a su marido.
    --¡Vamos!, ¿a qué esperas? -le preguntó, más con gestos que con palabras- Ya te he dicho que tu don Mariano del alma hace contigo lo que yo con los limones.
    --Los lavas, los secas, los enfrías... -masculló don Balón desinflándose- porque te vienen de perlas en la cocina, y cuando ya los has exprimido, ¡hale, al cubo de la basura!
    Y maltrecho, con la mitad de aire en su interior, regresó con ella.
    --Si ustedes quieren, empezamos a cenar. Todo será que cuando llegue don Mariano tenga que pedirle...
    --¡Queremos!, -le cortó don Anselmo, y sirvió el vino.
    Más que la cena de un homenaje, aquello parecía el tentempié de un funeral. El homenajeado, con la copa de vino en la mano, iba y venía de la mesa a la puerta, triste, nervioso, pensativo... a todas luces más pendiente de los ausentes que de los presentes. Cuando llegaba a la mesa los miraba a todos de reojo; cuando llegaba a la puerta mojaba los labios para hacer tiempo. Las bandejas desplegaban ágiles las alas para volar de mano en mano hasta que, libres de los "manjares", volvían a posarse sobre la mesa. Pilar, ocultando un gesto de desprecio, pillaba al vuelo un puñado de piñones y los engullía uno a uno, masticándolos despacio, como con asco, como sin dientes...
en parte para evitarse el apuro de verse inactiva, en parte para no verse en el compromiso de tener que volver a coger algo. El organizador, ora tras un puñado de pistachos, ora tras uno de nueces, ocultaba su sonrisa. Solo el cliente entraba de vez en cuando y danzaba por doquier.
    --¡Miren los pi, miren los pi, miren los piii... pies de ese hommm... hombre! -decía trabajosamente aludiendo al subdirector, que calzaba un cuarenta y ocho- ¡Miren, miren! Necesita intermitencias para doblar las esquinas. ¿Quieren que se las ponga? ¡Vamos, vamos! ¡Quítese los zapatos!
    Y mientras que los demás explotaban en sonoras carcajadas, Melquiades bufaba, Pilar suspiraba, y don Anselmo se desvivía por quitar los pies de la vista de aquel moscardón cuya borrachera lo había elevado a la categoría de principal payaso del circo.
    --Mesonero, por favor, ¿quiere traernos una botella de champán? -solicitó Melquiades en tono de desgana, a instancias de un guiño que inspiró el orgullo a Pilar.
    --Sí... claro que quiero, -respondió el mesonero con toda su cachaza- Pero tienen que esperar a que se enfríe. Como don Anselmo me dijo que aperitizara tanto la cena...
    --¡No, por Dios, no se moleste! -terció el subdirector- Ya es tarde, y todos tenemos prisa. ¿Verdad? -preguntó al grupo, que asintió con la cabeza- Pero se lo agradecemos igual, Melquiades, como le agradecemos su trabajo en el banco. Y para que conste, aquí tiene: nuestro regalo, su regalo.
    Al verse indultado de aquel gasto, don Balón recuperó unas partículas de aire. ¿Para qué diablos le servía a él invertir en champán sin estar don Mariano? Y con aquella mano que le servía por dos, abrió una sencilla caja cuadrada. Sus excompañeros desviaron los ojos. En el fondo les resultaba violento. Su esposa no se atrevió a 
Mirar. Seguro que los muy estúpidos le habían puesto carbón, como los Reyes Magos a los niños malos. Solo don Anselmo tuvo valor para ver cómo se le escapaba el aire recuperado y algo más al comprobar que el obsequio no era ni un trofeo de oro ni una medalla de plata, sino un corriente y moliente reloj de bolsillo.
    --Gracias a todos, gracias, lo llevaré siempre de recuerdo. -balbuceó Melquiades. Y desinflándose, pensaba: seguro que don Mariano no es sabedor de la birria que me han comprado.
    Los empleados fingían repentinos ataques de tos para salir del trance sin tener que hablar; la esposa necesitaba deshojar las rosas para no desgranar los improperios que se le venían a la boca; el subdirector era el único que no se cansaba de repetir: "De nada, de nada, de nada..." en nombre de todos. Y el alegre cliente, interpretando que el homenajeado lloraba de emoción, clausuró el homenaje con un aplauso tan efusivo, tan escandaloso y tan prolongado que, para evitar discordias con los vecinos, el mesonero tuvo que sacudirse la flema y empezar a apagar luces con toda destreza.
    Ya en casa, Melquiades se desplomó entre los brazos del sillón, se cambió las gafas de lejos por las de cerca y empezó a abrir un sobre azul.
    --Este mensaje es de don Mariano, Pilar, estoy seguro, ¿qué digo seguro? Segurísimo. Ya verás como me cita para rendirme un homenaje en su casa y condecorarme a solas con razón a mis méritos. ¡Sí, claro que sí! Por eso el mesonero me lo dio con tanto misterio.
    --Puede ser, puede ser... Melquiades. Pero por nuestros hijos, no nos dejes más navidades sin pavo que, si no nos los colocó antes, ahora ya ni pensarlo. -suplicó ella mientras ponía en un jarrón rasado de agua las rosas que conservaban intactos todos sus pétalos.
    --Tranquila, mujer, tranquila, se acabaron las navidades sin pavo -aseguró él perdiendo de una sola explosión el poco aire que le quedaba dentro-. ¡Ten, ten, lee lo que pone aquí! Por lo visto nosotros nos los hemos estado quitando de la boca y a don Mariano le han estado haciendo daño.
    Pilar se adueñó de la octavilla de papel, y acercándose a la lámpara de mesa, leyó en silencio:
    "Para el balón de más aire, en la fiesta de su jubilación, muchas, muchas patadas".
    Y al igual que su marido, vio tras aquellas líneas anónimas la mano del director del banco. Indignada rasgó la nota.
    --Ya decía yo que tu don Mariano del alma hacía contigo lo que yo con los limones: los lavo, los seco, los enfrío... iba a repetirle, a recordarle. Pero al verlo tan arrugado, tan agujereado, tan inmóvil... sintió lástima e intentó parchearlo y darle aire.
    -Esta patada en activo habría sido para quedarte más cojo que manco, pero en pasivo es un pinchazo de risa; además, nuestras amistades no tienen por qué enterarse. Tú di en el bar que el reloj es de oro, yo diré en la peluquería que las rosas me las dio el director. Y ya verás como a todos se les cae la baba de envidia cuando sepan que por tu buen expediente te han hecho un homenaje por todo lo alto.

    María Jesús Sánchez Oliva.

    Para contactar conmigo, ya sabes:

garipil94@oliva04.e.telefonica.net

    Gracias por tu visita y hasta el próximo mes.

lunes, 3 de marzo de 2014

Portada

Queridos lectores: Acaba de salir el número 21 de 30 días, mi periódico, tu periódico, el periódico de cuantos quieran leerlo.

    Te recuerdo que puedes ser uno de mis corresponsales. Para esto basta con que envíes tus crónicas a: mjsanchezoliva@gmail.com, poniendo en el asunto “30 días” y en el mensaje el lugar de procedencia.

        NOTICIA PERSONAL

    El pasado 17 de febrero se fallaron en Madrid los “Premios  Tiflos de Literatura” en su edición de 2014. El jurado calificador decidió distinguir con un primer premio el trabajo presentado por mí en la modalidad de cuento. Creo que es una de las noticias personales que debo comunicar a mis lectores, pero si alguno quiere más información sobre el trabajo, que se pase por la sección de Garipil; le encanta ser él quien comente estas cosas y no quiero darle un disgusto. Por mi parte solo resta dar las gracias a todos y cada uno de los miembros del jurado, a los organizadores del certamen, a todos los colaboradores, a los medios de comunicación  y muy especialmente a todas las personas que con sus felicitaciones me hann demostrado que se han alegrado. Gracias, de verdad, muchas gracias a todos en general y a cada uno en particular.

    CONTENIDOS

    La Vitrina: Hoy nos visita Primo Levi, el hombre que nació para ser químico y desgraciadamente tuvo que ser escritor, y como sugerencia para leer este mes el más impactante de sus libros.
    Mesa camilla: La comparecencia de la infanta Cristina ante el juez Castro deja claro que los españoles no somos todos iguales ante la ley. ¿Estás de acuerdo?
    Cajón de Sastre: El silbo gomero ya es historia aunque sigue vivo.
    El Álbum de la Lengua: Los cambios más destacados en morfología.
    La Butaca: Los corresponsales de este número ya tienen familia numerosa “aunque no son padres” y están muy felices. Enhorabuena.
    Carta a… don Alberto Ruiz-Gallardón.
    Cosas de Garipil: Además de lo más arriba mencionado, Garipil os ofrece otro relato de “Letanías”.    
  
    Seguidores de Honor:
    Mónica Nuevo Vialás. Nacionalidad: española. 23-IV-2012.
    Arturo Arias Terceiro. Nacionalidad: argentina. 12-VI-2012.
    María del Mar Nuevo Vialás. Nacionalidad: española. 29-VI-2013. 

La Vitrina

Primo Levi (Turín, 31 de julio de 1919 - Turín, 11 de abril de 1987) fue un escritor italiano de origen judío sefardí, autor de memorias, relatos, poemas y novelas. Fue un resistente antifascista, superviviente del Holocausto. Es conocido sobre todo por las obras que dedicó a dar testimonio sobre dicho Holocausto, particularmente el relato de los diez meses que estuvo prisionero en el campo de concentración de Monowice (Monowitz), subalterno del de Auschwitz.
    Su obra Si esto es un hombre es considerada como una de las más importantes del siglo XX.

    Biografía

     Levi nació en 1919 en el seno de una familia liberal judía. Se graduó en Química en la Universidad de Turín en 1941.
    En 1943 él y unos camaradas salieron al campo e intentaron unirse a la resistencia antifascista italiana. Completamente inexperto para tal aventura, fue arrestado el 13 de diciembre de 1943 por la milicia fascista, que lo entregó al ejército de ocupación alemán al identificarse como judío –de haberse identificado como partisano lo hubieran fusilado inmediatamente–. El 21 de febrero de 1944 fue deportado y al mes siguiente llegó a Monowice (Monowitz), uno de los campos de concentración que formaban el complejo de Auschwitz, situado en la Polonia ocupada por los nazis, donde pasó diez meses antes de que el campo fuera liberado por el Ejército Rojo. De los 650 judíos italianos de su "remesa", Levi fue uno de los veinte afortunados que sobrevivió al exterminio.     Al volver a Italia, Levi ejerció como químico industrial en la factoría química SIVA en Turín. Pronto empezó a escribir sobre sus experiencias en el campo y su vuelta subsiguiente a casa a través de Europa del Este, en las que se convirtieron en sus dos memorias clásicas: Si esto es un hombre (Se Questo è un Uomo) y La tregua.
    También escribió otras dos memorias muy apreciadas, Momentos de indulto y La tabla periódica. Momentos de indulto lidia con personajes que observó durante su prisión. La tabla periódica es una colección de piezas cortas, mayormente episodios de su vida pero también dos relatos cortos, todos relacionados de algún modo con alguno de los elementos químicos. La ambiciosa novela Si ahora no, ¿cuándo?, que cuenta la historia de una banda de partisanos judíos durante la Segunda Guerra Mundial errantes por Rusia y Polonia, ganó los destacados premios Viareggio y Campiello cuando fue publicada en Italia, e hicieron a Levi internacionalmente conocido.
    Sus relatos cortos más conocidos se encuentran en La torcedura del mono (1978), una colección de relatos cortos sobre trabajo y trabajadores contados por un narrador que recuerda al propio Levi.
    Levi se retiró de su posición como gestor de SIVA en 1977 para dedicarse a escribir a tiempo completo. El más importante de sus últimos trabajos fue su libro final, Los hundidos y los salvados, un análisis del Holocausto en el que Levi explicó que aunque no odiaba al pueblo alemán por lo que había pasado, no lo había perdonado.
    Levi murió, aparentemente por suicidio, el 11 de abril de 1987, aunque algunos amigos y biógrafos han cuestionado el veredicto. La cuestión sigue fascinando a los críticos literarios debido a la mezcla característica de oscuridad y optimismo en la escritura de Levi, quien no dejó nota de suicidio. Levi se precipitó por el hueco de las escaleras de su edificio, desde el tercer piso en el que vivía. Algunas de las biografías publicadas con posterioridad explican este hecho como una consecuencia inevitable de las heridas abiertas de su estancia en Auschwitz, así como de los horrores que allí vivió, que se reflejan en su obra. No obstante existe controversia acerca de si se trató de verdad de un suicidio, pues amigos cercanos a él, que hablaban a menudo con él, no preveían en ningún momento dicho desenlace a su vida. Otros argumentan que el método elegido para quitarse la vida quizá no fuera el más adecuado para alguien que posee conocimientos de química. Por ello algunos piensan que en verdad se trató de un desafortunado accidente.

    Regreso a Auschwitz.

     Entrevista (inédita) a Primo Levi
  
    Primo Levi regresó a Auschwitz, donde estuvo internado de febrero de 1944 hasta la liberación del campo en enero de 1945, dos veces en su vida: en 1965 y en 1982. En la segunda oportunidad lo hizo acompañado por un grupo de estudiantes y profesores de instituto, representantes de la comunidad judía y cargos electos de la provincia de Florencia, organizadora de la visita. También viajó con él un equipo de la rai , dirigido por Emanuele Ascarelli y Daniel Toaff. 
    El texto de la entrevista, realizada ante las cámaras en junio de 1982, había permanecido inédito hasta su transcripción por Marco Belpoliti y su edición en 1998 en un volumen colectivo a cargo de Francesco Monicelli y Carlo Saletti. Forma parte Primo Levi , Info rme sobre Auschwitz . Presentación de Philippe Mesnard, que Reverso Ediciones publicará en octubre de 2005.
 
Ya estamos aquí. ¿Qué efecto le produce volver a ver estos parajes? 
Todo es diferente, han pasado más de cuarenta años. Polonia salía entonces de cinco años de una guerra espantosa, era el país de Europa que probablemente había sufrido más por culpa de la guerra, que tenía el mayor número de víctimas, no sólo judíos. Además, en estos últimos cuarenta años el mundo se ha renovado en todas partes. Yo atravesé estos campos invernales y la diferencia es total, porque el invierno polaco era, y sigue siendo, un invierno rudo, no como el invierno al que estamos acostumbrados en Italia. Aquí la nieve se mantiene durante tres, cuatro meses, y nosotros no podíamos, éramos incapaces de resistir el invierno polaco, como prisioneros o después. Yo recorrí estos campos como un ser a la deriva, como una persona desesperada y perdida, en busca de un baricentro, de cualquiera que fuera capaz de acogerme. Era verdaderamente la desolación hecha paisaje. 
Estos rieles y los trenes de mercancías que vemos pasar, ¿qué siente al verlos? 
Pues resulta que precisamente los trenes de mercancía son el desencadenante, lo que me causa mayor impresión, porque aún hoy cuando veo un vagón de mercancías, y aún más si subo a uno de ellos, me produce una violenta impresión, los recuerdos regresan, en fin, mucho más que al volver a ver paisajes y lugares, incluso Auschwitz. Haber viajado cinco días seguidos en un vagón de mercancías sellado es una experiencia que no se olvida. 
Esta mañana me hablaba de algunas sensaciones que le produce la lengua polaca. 
Sí, también es un reflejo condicionado, al menos, es decir, en mi caso. Yo soy un hombre que habla y escucha; el lenguaje de los otros me afecta mucho, y suelo o procuro utilizar correctamente mi lengua de italiano. El polaco era esa lengua incomprensible que nos había recibido al final del viaje, pero no era ni mucho menos el polaco de la población civil que escuchamos hoy en los hoteles o en boca de nuestros acompañantes. Era un polaco zafio, vulgar, trufado de injurias e imprecaciones, y nosotros no comprendíamos aquello; era realmente una lengua infernal. El alemán lo era todavía más, desde luego; el alemán era la lengua de los opresores, de las matanzas, pero mucho de los nuestros -yo, entre otros- lo comprendíamos a retazos, no nos era desconocido, no era la lengua de la aniquilación. El polaco sí era la lengua de la aniquilación. Sin ir más lejos, ayer noche en el ascensor dos borrachos me produjeron una fuerte impresión: hablaban como entonces, no como los que nos acompañan, hablaban soltando injurias, hablaban esa lengua que parecía estar hecha sólo de consonantes, verdaderamente la lengua del infierno. 
Decía usted, por cierto, que esta sensación es como la que le produce el carbón, ¿no es así? 
¡Exactamente la misma! Sin duda, también esto se lo debo al hecho de ser químico. El químico es entrenado para identificar las substancias a través de su olor. En aquella época y también hoy, la llegada a Polonia, al menos a las ciudades polacas, está marcada por dos olores característicos que no existen en Italia: el olor de malta torrefacta y el olor ácido del carbón ardiendo. Esta es una región minera, en todas partes hay carbón y muchos aparatos de calefacción funcionan con carbón. Entre estaciones y en invierno un olor se esparce por el aire: el olor ácido del carbón. Pero para nosotros, o al menos para mí, es el olor del Lager, el olor de Polonia y del Lager. 
¿Y la gente? 
No, la gente no es la misma de entonces. En aquella época no vimos a la gente. Vimos a los verdugos del Lager y sus colaboradores. La mayoría eran polacos, judíos y cristianos. Pero los polacos de la calle, los polacos que vivían en las casas, a esos no los veíamos, los divisábamos a lo lejos, más allá de las alambradas. Había un camino rural que se extendía a lo largo del Lager, pero por ahí pasaba muy poca gente. Después supimos que habían alejado a todos los habitantes del pueblo. Sí veíamos pasar los autocares que conducían al trabajo a los obreros polacos, y recuerdo un anuncio en uno de estos vehículos, una publicidad como las que veíamos en casa: "Beste Suppe, Knorr Suppe", "La mejor sopa es la sopa Knorr". Ver aquel anuncio de sopa nos producía un extraño efecto, como si nos fuera posible escoger entre una sopa mejor y otra menos buena. 
¿Qué sintió esta mañana cuando emprendió el mismo camino, pero partiendo esta vez de un lujoso hotel turístico? 
Sentí una dislocación, casi me atrevería a decir un desmembramiento, algo imposible que a pesar de todo sucede porque el contraste es demasiado fuerte. Se trata de algo que en aquel entonces jamás hubiésemos podido imaginar que podría ocurrir: regresar a este lugar, vestidos como turistas, a un hotel de lujo o casi. Y sin embargo... 
Y ese contraste, ¿qué diría...? 
Ese contraste, como por lo demás todos los contrastes, tiene un lado gratificante y otro alarmante; las cosas pueden volver a suceder. Lo peor habría sido lo contrario: haber venido a un hotel de lujo y después, hoy, volver en plena desesperación. 
¿Sabían adónde irían, cuál sería su destino? 
No sabíamos prácticamente nada. En la estación de Fossoli pudimos ver unos rótulos en los vagones en los que habían garabateado una indicación: "Auschwitz"; pero no sabíamos dónde quedaba, pensamos que se trataba de Austerlitz. Supusimos que estaría en algún rincón de Bohemia. Creo que nadie en Italia en aquella época, ni siquiera las personas mejor informadas, sabía lo que significaba "Auschwitz". 
¿Cómo fue su primer contacto con Auschwitz hace cuarenta años? 
Era... ¿cómo decir? Era lunarmente diferente, era de noche; era el final de cinco días de viaje calamitoso, durante el cual varias personas habían muerto en el vagón, era la llegada a un lugar del que no comprendíamos la lengua y todavía menos su razón de ser. Había unos letreros insensatos: una ducha, un lado limpio, un lado sucio y un lado limpio. Nadie nos explicaba nada o bien nos hablaban en yiddish o en polaco, y nosotros no comprendíamos nada. Es una experiencia realmente alienadora. Teníamos la impresión de hallarnos en medio de un ataque de locura, de estar..., de haber perdido la posibilidad misma de razonar. No, ya no razonábamos. 
¿Cómo vivió el viaje, aquellos cinco días? ¿Qué recuerda de aquello? 
-En realidad lo recuerdo muy bien, recuerdo muchas cosas. Éramos cuarenta y cinco personas en un vagón muy pequeño, apenas había espacio, como mucho podíamos sentarnos, pero era imposible tumbarse; había una joven madre que daba el pecho a su bebé. Nos habían dicho que podíamos llevar comida, pero, estúpidamente, no llevamos agua o quizás un poco, por lo demás nadie nos lo había dicho y pensábamos que conseguiríamos agua en algún lugar. A pesar de que era invierno, padecimos una sed aterradora; aquella fue verdaderamente la primera experiencia de una tortura, la tortura de la sed durante cinco días. Le recuerdo que estábamos en invierno, el aliento se nos congelaba, y el que podía soplaba sobre los pernos del vagón e intentaba raspar la escarcha blanca -llena del óxido de los pernos-, raspabas aquello para conseguir recoger unas pocas gotas de agua y mojarte los labios. Y el bebé chillaba de la mañana a la noche y durante toda la noche porque su madre se había quedado sin leche. 
Y qué fue de los niños, de la madre cuando... 
Pues bien, los mataron rápidamente. De los seiscientos cincuenta que íbamos en aquel tren, las cuatro quintas partes perecieron aquella misma noche o la siguiente, enviados directamente a las cámaras de gas. En aquel escenario siniestro, en plena noche, bajo los focos, con toda esa gente que gritaba -gritaban como nunca se ha oído gritar, gritaban órdenes que no comprendíamos-, bajamos de los vagones y nos pusimos en fila, nos hicieron poner en fila. Delante de nosotros había un suboficial y un oficial -después supe que era médico, pero al principio no lo sabíamos-, y preguntaban a cada uno si podía trabajar o no. Me dirigí a mi vecino, era un amigo, un muchacho de Padua mayor que yo y en mal estado de salud, y le dije: yo pienso decir que puedo trabajar. Y él me contestó: haz lo que quieras, a mí me da igual. Ya había abandonado toda esperanza. De hecho, se declaró incapacitado y no entró en el campo. No volví a verle nunca más, como a ninguno de los otros, por lo demás. 
¿Cómo era el trabajo allí, en Auschwitz? 
He de aclarar, como sin duda ya sabe, que en Auschwitz no había un solo campo sino muchos, y algunos habían sido construidos siguiendo un proyecto, anexos a una fábrica o una mina. El campo de Birkenau, por ejemplo, estaba dividido en gran número de equipos que trabajaban en varias minas, incluso en fábricas de armas. Mi campo, en el que había diez mil prisioneros, era Monowitz y formaba parte de una fábrica que pertenecía a I.G. Farben Industrie, un enorme conglomerado químico, posteriormente desmantelado. Teníamos que construir una nueva fábrica de productos químicos, que tendría cerca de seis kilómetros cuadrados. La obra estaba bastante avanzada y todos trabajábamos en ella; también trabajaban allí prisioneros de guerra ingleses, presos franceses, rusos e incluso alemanes. Por supuesto, también había polacos libres y voluntarios, hasta había voluntarios italianos. En total, aproximadamente cuarenta mil individuos, de los que nosotros, los diez mil, éramos el nivel más bajo, el último peldaño. El Lager de Monowitz, formado casi exclusivamente por judíos, debía suministrar la mano de obra no calificada. A pesar de todo, debido a que la mano de obra especializada escaseaba en Alemania, y como los hombres se habían marchado al frente, a partir de un determinado momento buscaron entre nosotros -los teóricamente no calificados y esclavos- a especialistas, empezaron a buscar a quienes... desde el primer día, desde el día de nuestro ingreso en el campo se produjo una especie de búsqueda por analogía: a todos nos preguntaron qué edad teníamos, qué diplomas, qué oficio. Fue entonces cuando tuve mi primera oportunidad ya que me presenté como químico, sin saber que sería enviado a una fábrica de productos químicos; y mucho después aquello me valió un pequeño beneficio, porque durante los dos últimos meses trabajé en un laboratorio. 
¿Cómo era la comida? 
Pues bien, la comida era el problema número uno. No estoy de acuerdo con quienes describen la sopa y el pan de Auschwitz como infectos; en lo que a mí respecta, tenía tanta hambre que los encontraba buenos y la comida nunca me pareció asquerosa, ni siquiera el primer día. Era miserable, nos daban raciones mínimas, el equivalente de 1.600-1.700 calorías por día; teóricamente, porque en el trayecto había ladrones y, por tanto, las raciones que llegaban hasta nosotros eran inferiores al umbral teórico; digamos que aquello era el racionamiento oficial. Usted sabe que actualmente 1.600 calorías bastan para un hombre poco corpulento y que con eso puede vivir, pero sin trabajar y si permanece echado, mientras que nosotros debíamos trabajar y, además, hacerlo con frío y realizar labores pesadas; en estas condiciones, la ración de 1.600 calorías era una muerte lenta por desnutrición. Después he leído los cálculos que hacían los alemanes. Calculaban que a un prisionero sometido a estas condiciones que sacara recursos del estado en que se hallaba antes de su internamiento, este tipo de alimentación le permitiría resistir de dos a tres meses. 
¿Pero era posible adaptarse a todo en los campos de concentración? 
Su pregunta es extraña. El que se adapta a todo es el que sobrevive; pero la mayoría no se adaptaba a todo y moría. Moría por no saber adaptarse incluso a cosas que hoy nos resultan banales, al calzado, por ejemplo. Nos lanzaban un par de zapatos, bueno, en realidad no era un par de zapatos, eran dos zapatos desparejados, uno tenía tacón y el otro no; había que tener una constitución de atleta para aprender a caminar de este modo. Un zapato era muy pequeño y el otro muy grande. Había que dedicarse a hacer complicados intercambios, y si se tenía suerte podía conseguirse un par casi a juego y había que conformarse. La mayor parte del tiempo los zapatos hacían heridas en los pies, y quien tenía pies delicados acababa contrayendo una infección. A mí también me toco vivirlo, todavía tengo las cicatrices. Milagrosamente mis heridas sanaron por sí solas, a pesar de que no falté un solo día al trabajo. Quien era sensible a las infecciones moría debido a sus zapatos, por culpa de las llagas de los pies infectadas que no sanaban. Los pies se hinchaban, y cuanto más hinchados estaban más apretaban los zapatos, y la gente acababa teniendo que ir al hospital, pero no los dejaban ingresar ya que los pies hinchados no eran una enfermedad. Era un mal tan generalizado que quien tenía los pies hinchados iba directamente a la cámara de gas. 
Parece que hoy iremos a comer a un restaurante de Auschwitz. 
Sí, es casi cómico. ¡Un restaurante en Auschwitz! No sé, la verdad, no creo que coma; para mí es como una profanación, una cosa absurda. Por otra parte, hay que decirse que Auschwitz -Oswiecim en polaco- era y es todavía una ciudad donde hay restaurantes, cines y probablemente también un bar nocturno, como probablemente en toda Polonia; hay escuelas, hay niños. Hoy como ayer, paralelamente a este Auschwitz hay, cómo decir, un concepto: Auschwitz es el Lager. Pero en aquella época también existía un Auschwitz civil. 
Al abandonar Auschwitz, el primer contacto con la población polaca... 
La gente desconfiaba. Los polacos habían pasado de una ocupación a otra, de una ocupación feroz, la alemana, a otra menos feroz, quizá más primitiva, la de los rusos. Pero desconfiaban de todo el mundo, incluso de nosotros. Éramos extranjeros, auténticos forasteros, no nos comprendían, llevábamos puesto un uniforme, el uniforme de los presidiarios, era eso lo que los aterraba. Se negaban a dirigirnos la palabra, y sólo algunos, realmente muy pocos, se apiadaron de nosotros; con ellos acabamos comprendiéndonos. Es muy importante la comprensión mutua. Entre el hombre que puede hacerse comprender y el hombre que no puede hacerse comprender hay un abismo: uno se salvará, el otro no. También esto es fruto de la experiencia del Lager: la fundamental experiencia de la importancia de comprender y ser comprendido. 
¿El problema, para los italianos, era la lengua? 
Para los italianos era una de las principales causas de mortalidad, comparado con otros grupos. Para los italianos y los griegos. La mayoría de los italianos como yo murieron en los primeros días por no poder comprender. No comprendían las órdenes, y no había ninguna clase de tolerancia para quienes no las comprendían; había que comprender la orden: nos gritaban, nos la repetían una sola vez y ya está, después arreciaban los golpes. Ellos no comprendían cuando nos anunciaban que podíamos cambiar de zapatos, no comprendían que una vez por semana nos llamaban para afeitarnos la barba; siempre llegaban de últimos, siempre tarde. Cuando necesitaban algo, algo que fuera posible expresar, incluso algo que hubiesen podido obtener, no lograban expresarlo y se reían de ellos; aquello era el hundimiento total, también desde un punto de vista moral. A mi modo de ver, entre las primeras causas de tantos naufragios en el Campo, la lengua, el lenguaje encabezaba la lista. 
Hace unos momentos hemos dejado atrás una estación de tren que menciona en su libro La tregua. 
Trzebinia. Sí, era una estación fronteriza, situada entre Katowice y Cracovia, y en ella se detuvo el tren. Era un tren que se detenía todo el tiempo, nos costó tres o cuatro días recorrer ciento cincuenta kilómetros. Se detuvo y yo me bajé. Por primera vez me encontré cara a cara con un polaco, un civil; era un abogado, y fue posible entendernos porque hablaba alemán y también francés. Yo no sabía polaco y, la verdad, sigo sin saberlo. Así que me preguntó de dónde venía y le conté que venía de Auschwitz, que por eso llevaba un uniforme, porque todavía llevaba el uniforme a rayas. Me preguntó: ¿por qué? Le dije que yo era un judío italiano. Él iba traduciendo mis respuestas a un grupo de curiosos que se había congregado a su alrededor, eran campesinos polacos, obreros que iban de camino al trabajo, era casi de día, si mal no recuerdo. Como decía, yo no sabía polaco, pero sí lo suficiente para comprender lo que traducía... Había transformado mi respuesta. Yo había dicho: "soy un judío italiano", y él había traducido "es un prisionero político italiano". Entonces le dije en francés, para corregirle: "no soy..., también soy un prisionero político, pero fui deportado a Auschwitz por ser judío, no como prisionero político". Pero él me contestó precipitadamente y en francés que, por mi bien, mejor valía dejarlo de ese tamaño, porque Polonia es un triste país. 
Estamos a punto de volver a nuestro hotel de Cracovia. Para usted, ¿qué representó el Holocausto para el pueblo judío? 
No fue algo novedoso, antes hubo otros. Entre paréntesis, nunca me ha gustado la palabra "Holocausto". No me parece un término apropiado, es retórico y, sobre todo, erróneo. Representó un punto de no retorno en términos de proporciones, sobre todo de recursos, porque por primera vez en tiempos recientes el antisemitismo se convirtió en un proyecto planificado, organizado a nivel de Estado, no por influjo de un consenso tácito, como había ocurrido en la Rusia de los zares; esto, en cambio, era un acto de voluntad. No había escapatoria posible, toda Europa se convirtió en una enorme trampa, esto fue lo novedoso y lo que determinó para los judíos un profundo cambio, no solamente en Europa sino también para la comunidad judía en Estados Unidos y para los judíos del mundo entero. 
¿Piensa usted que otro Auschwitz, otra masacre como la perpetrada hace cuarenta años, es imposible que se vuelva a producir? 
En Europa no lo creo posible por razones, como decir, de inmunidad. Se ha producido una especie de inmunización; esta es la razón por la que sería difícil asistir al renacimiento de algo parecido por mucho tiempo... en algunas décadas, pongamos, cincuenta o cien años, Alemania podría conocer un resurgimiento del nazismo parecido al anterior, y en Italia aparecería un fascismo como el de antes. Sin embargo, pienso que no será posible en Europa; también pienso que en otros países se está gestando el deseo de un nuevo Auschwitz, simplemente les faltan los recursos. 
¿La idea no ha muerto? 
Ciertamente no ha muerto la idea, porque nada muere definitivamente. Todo reaparece bajo nuevas formas, pero nada muere por completo. 
¿Pero las formas sí cambian? 
Las formas cambian, sí; las formas son importantes. 
¿Piensa usted que es posible lograr el aniquilamiento de la humanidad del hombre? 
¡Desde luego que sí! ¡Y de qué manera! Me atrevería incluso a decir que lo característico del Lager nazi -no sabría decir en el caso de los otros porque no los conozco, quizás los campos rusos son distintos- es la reducción a la nada de la personalidad del hombre, tanto interiormente como exteriormente, y no sólo la del prisionero sino también la del guarda del Lager, él también pierde su humanidad; sus rutas divergen, pero el resultado es el mismo. Pienso que son pocos los que tuvieron la suerte de no perder su conciencia durante la reclusión; algunos tomaron conciencia de su experiencia a posteriori, pero mientras la vivían no eran conscientes. Muchos la olvidaron, no la registraron en su mente, nada se imprimió en la cinta de su memoria, diría yo. Sí, todos sufrían substancialmente una profunda modificación de su personalidad, sobre todo una atenuación de la sensibilidad en lo relacionado con los recuerdos del hogar, la memoria familiar; todo eso pasaba a un segundo plano ante las necesidades imperiosas, el hambre, la necesidad de defenderse del frío, defenderse de los golpes, resistir a la fatiga. Todo ello propiciaba condiciones que pueden calificarse de animales, como las de bestias de carga. Es interesante observar cómo esas condiciones animales se reflejaban en el lenguaje. En alemán hay dos verbos para "comer": el primero es "essen", que designa el acto de comer en el hombre, y está "fressen", que designa el acto en el animal. Se dice de un caballo que "frisst" y no que "isst"; un caballo zampa, en suma, un gato también. En el Lager, sin que nadie lo decidiera, el verbo para comer era "fressen" y no "essen", como si la percepción de una regresión a la condición de animal se hubiera extendido entre todos nosotros. 
Ha concluido el periplo de su segundo regreso a Auschwitz. ¿Qué cosas le vienen a la mente? 
Muchas, en realidad. Sobre todo una: me incomoda que los polacos, el gobierno polaco, se hayan apoderado de Auschwitz, que lo hayan convertido en el lugar del martirio de la nación polaca. En verdad eso fue cierto, al menos durante los primeros años, en 1941 y 1942. Pero después de esa fecha, con la apertura del Lager de Birkenau, y sobre todo cuando entraron en funcionamiento las cámaras de gas y los hornos crematorios, se convirtió ante todo en el instrumento de la destrucción del pueblo judío. Nadie puede negar esto. Hemos podido verlo: hay también el bloque-museo de los judíos, los italianos, los franceses, los holandeses, etc. Pero hay en Auschwitz este hecho capital: que la gran mayoría de las víctimas fueron judíos, una parte sólo de las cuales eran judíos polacos. No es que se niegue esta realidad, sino que apenas es evocada. 
¿No le parece que los otros, los hombres, hoy en día quieren olvidar Auschwitz cuanto antes? 
Hay indicios que permiten pensar que quieren olvidar o algo peor: negar. Es muy significativo: quien niega Auschwitz es precisamente quien estaría dispuesto a volver a hacerlo.
 
    Traducción del italiano de Ana Nuño.

    Y finalmente, el libro que te sugiero para leer este mes: Si esto es un hombre, de Primo Levi. No podía ser otro. Es un libro triste, duro, cargado de horrores vividos en primera persona, pero imprescindible leerlo para entender su mensaje: desconocer las barbaridades que se cometen en una guerra solo contribuye a que se repitan.

domingo, 2 de marzo de 2014

Mesa camilla

Por fin la infanta Cristina tuvo que comparecer en los juzgados de Palma de Mallorca para declarar como imputada ante el juez Castro. Su marido fue acusado de graves delitos de corrupción, y pese a sus muchas triquiñuelas para conseguirlo, todavía no ha podido demostrar su inocencia. Presuntamente participó en los negocios que Urdangarin multiplicó escandalosamente blanqueando dinero y evadiendo impuestos. Con este motivo, nuestros políticos, nos han dicho por activa y por pasiva que todos somos iguales ante la ley, pero ¿se habrán enterado de que ni siquiera sus fieles votantes se lo han creído?
    Es del dominio público que el juez Castro lo ha tenido muy difícil para imputarla, seguramente por las muchas presiones, y ya veremos como acaba. Si la presunta hubiera sido la esposa de cualquiera de nuestros vecinos, ¿habría tenido el juez instructor las mismas trabas? Desde luego que no.
    El señor Rajoy no tardó en utilizar los medios de comunicación para pedirnos prudencia: el rey, además de rey, era padre, y como a cualquier padre le dolía ver a su hija envuelta en tales asuntos. Si la presunta hubiera sido hija de cualquiera de nosotros, ¿se habría tomado la misma molestia? Desde luego que no.
    La infanta fue asesorada en su domicilio y asistida en todo momento por un equipo de prestigiosos letrados. Si la presunta hubiera sido una de las muchas víctimas de los desatinos del señor Rajoy, ¿habría sido igual de atendida por un abogado de oficio? Desde luego que no.
    La infanta no llegó a los juzgados como llegan los delincuentes presuntos o confesos, llegó en coche como una señora y bien custodiada para que nadie la molestara, como si en lugar de ser ella la presunta delincuente, fueran los ciudadanos terroristas confesos, y sus declaraciones no fueron otra cosa que una tomadura de pelo al juez y a todos los españoles. Fueron muchas las preguntas, pero para todas tuvo las mismas respuestas: desconocía los hechos, no conocía a nadie de los implicados, y de los dineros no tenía ni repajolera idea. Si al juez Castro se le hubiera ocurrido preguntarle si sabía quien era el señor Uradngarin, le habría respondido que no sabía y se habría quedado tan fresca.
    Los que no debemos quedarnos tan frescos ante la evidencia de que todos no somos iguales ante la ley somos los ciudadanos de a pie, los contribuyentes, los votantes. Tanto si finalmente es declarada inocente, que será lo normal, como si es declarada culpable, que no sucederá, para los españoles ha delinquido aunque cualquiera de sus supuestos delitos no estén tipificados en el Código Penal. Si es cierto que desconocía los tejemanejes de su marido, está claro que su incapacidad la llevará a seguir gastando cifras astronómicas en un cuadro, en una lámpara, en un sillón o en cualquier capricho a costa de los españoles; si se demuestra que participó en los hechos o fue cómplice de ellos, está claro que no siente ningún respeto por los españoles, y si defraudar a la hacienda pública es un delito para cualquier ciudadano, para ella debe serlo más todavía, entre otras razones de índole moral porque ya le pagamos lo suficiente para que viva mejor que nosotros y no tenga la necesidad de recurrir a la estafa, al engaño, al robo. ¿Pero seremos capaces de pasarles en las urnas la factura de este teatro o nos conformaremos con hacer chistes de estos atropellos aunque solo sirva para que nos sigan haciendo más desiguales?

Cajón de Sastre

El silbo gomero es un lenguaje silbado y practicado todavía por algunos habitantes de 
La Gomera (Canarias) para comunicarse a través de barrancos.

    Historia.

    El silbo fue creado por los primeros habitantes de la isla, aborígenes canarios,
y "hablado" también en El Hierro, Tenerife y Gran Canaria.
   En el siglo XVI, tras la conquista de las Islas Canarias, los últimos guanches adaptaron el silbo al idioma castellano mientras la lengua original, el idioma guanche,
se iba extinguiendo.
    Debido al peligro de desaparición del silbo a principios del siglo XXI, básicamente a causa de las mejoras de las comunicaciones y especialmente de la desaparición de actividades como el pastoreo en las que más se empleaba, el Gobierno canario
reguló su aprendizaje en la escuela, y declaró el silbo gomero como patrimonio etnográfico de Canarias en 1999.
    El 30 de septiembre de 2009, el silbo gomero ha sido inscrito por la Unesco en la Lista representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, gracias en buena parte a la labor realizada por el gobierno canario. 
    Isidro Ortiz ha impartido clases de silbo en colegios de la isla.

    Investigación.

    Según los estudios de Ramón Trujillo Carreño el lenguaje silbado emplea seis sonidos, dos de ellos denominados como vocales y los otros cuatro como consonantes, y se pueden expresar más de 4.000 conceptos (palabras).
    Según otras investigaciones como las de Classe (1957) en procucción o de Meyer, Meunier, Dentel (2007) en percepción, los silbadores y también los no silbadores
identifican claramente las 4 vocales silbadas distintivas /i/, /e/, /a/, /o/. No se diferencia por tanto /o/ de /u/ sen silbo gomero, de hecho ya se confunden mucho en la forma de hablar el castellano en la Gomera. Como ocurre en otras formas silbadas de lenguajes tonales, el silbo funciona manteniendo aproximadamente la articulación del habla ordinaria, de forma que "las variaciones de timbre del habla aparecen como variaciones de tono" (Busnel y Classe). Las vocales se indican con tonos planos.
    En 2005 apareció un estudio realizado por investigadores de la Universidad de La Laguna en el que se mostraba que los hablantes de silbo procesan el lenguaje en su 
Cerebro de la misma manera que un lenguaje hablado. Se estudió a hablantes de castellano, algunos de los cuales "hablaban" silbo mientras que otros no, y al monitorizar su actividad cerebral con técnicas de resonancia magnética
se vio que los sujetos que no hablaban silbo lo procesaban como un silbido mientras que los hablantes de silbo lo procesaban usando las mismas áreas lingüísticas
del cerebro usadas para procesar frases en castellano.

El Álbum de la Lengua

MORFOLOGÍA

     Algunos cambios destacados

    El femenino en títulos, cargos y profesiones: ¿la médico o la médica?
    ANTES
    No había un criterio bien fijado al respecto. Las únicas normas que podían consultarse estaban en el DRAE de 2001, en el que se aprecia cierta vacilación en la asignación de género para estas palabras. Así, palabras referidas a personas con profesiones o cargos cualificados como médico, ingeniero, etc., eran tratadas como comunes en cuanto al género unas veces y como nombres epicenos otras.
    AHORA
    El DPD y la NGLE establecen una normativa clara respecto del género para palabras de este tipo:
a. Todas las palabras cuyo masculino acaba en –o- hacen el femenino en –a-. Por tanto, lo normativo es formar femeninos como: Médica, ingeniera, catedrática, técnica,arquitecta, ministra, bióloga, mandataria.
    No se considera normativo emplear estas palabras como comunes en cuanto al género: la médico, una técnico, etc.
    Sin embargo, algunas palabras dentro de este grupo continúan considerándose comunes en cuanto al género. Ejemplos:
     Las acabadas en –o- pertenecientes al ámbito militar: la soldado, la cabo, la sargento.
     Palabras próximas al ámbito militar: la piloto, la copiloto, la sobrecargo.
     Las palabras acortadas: la fisio (de la fisioterapeuta), la otorrino (de la otorrinolaringóloga).
     Otras palabras: la contralto, la soprano, la contrabajo.

b. Las palabras agudas (sustantivos y adjetivos) acabadas en masculino en –or-, -ón-, -án-, -ín-, -és- hacen el femenino en –a-. Ejemplos:
     Doctora, campeona, sultana, feligresa.
    Siguen esta misma pauta las palabras agudas (sustantivos y adjetivos) referidas a personas que no designan necesariamente cargos, profesiones cualificadas, etc. Ejemplos:
 Peatona, andarina, Mora, truhana.
    Hay algunas excepciones a esta regla:
     Existen las formas femeninas actriz, directriz, aunque con significado distinto de actora y directora.
     Se emplea la forma femenina la capitán para designar el grado militar correspondiente. (Para otros usos de este sustantivo, se admite la capitana.)
    El femenino de barón es baronesa.
      La palabra fan es común en cuanto al género: el/la fan.

c. Todas las palabras acabadas en el masculino con otra vocal que no sea –o- son comunes en cuanto al género. Ejemplos:
  Agente,  detective, comandante, monarca,guardia, policía, periodista, fisioterapeuta.
    Estas son algunas de las excepciones a esta regla:
□ Algunas palabras acabadas en –e-, además de ser comunes en cuanto al género, adoptan también la terminación –a- para el femenino. Ejemplos:
    La jefe/la jefa, la presidente/la presidenta, la cliente/la clienta, la dependiente/la dependienta.
□ El femenino de alcalde es alcaldesa, el de conde es condesa, el de duque es duquesa, y el de jeque es jequesa.
□ El femenino de sacerdote puede ser la sacerdote o la sacerdotisa, aunque en ciertas religiones se prefiere la primera forma.
□ El femenino de poeta puede ser la poetisa o la poeta.
□ Para la denominación de 'mujer que hace servicios domésticos en casa ajena cobrando por ellos', se registra solo la forma asistenta. El femenino la asistente se emplea con otros significados.
□ Existen los femeninos gobernanta y regenta, pero con significados diferentes de los de los masculinos correspondientes.

d. Todas las palabras que designan o se refieren a personas cuyo masculino acaba en cualquier consonante son comunes en cuanto al género. Ejemplos:
     El/la barman, el/la canciller, el/la mandamás,  el/la portavoz.
    Estas son algunas excepciones a esta regla:
□     Las palabras terminadas en –or-, -ón-, -án, -ín-, -és- (véase el apartado b).
□     Los adjetivos cortés y montés son de una sola terminación: una persona cortés, una cabra montés.
□     Las formas femeninas la líder, la cónsul, la juglar y la chófer (o la chofer) presentan también los femeninos irregulares respectivos lideresa, consulesa, juglaresa, choferesa.
□     El femenino de abad es abadesa.
□     Las palabras juez y aprendiz presentan, junto a las formas la juez y la aprendiz, las variantes respectivas jueza y aprendiza.
□     Las formas la edil, la concejal, la bedel y la fiscal presentan también los femeninos en -a: edila, concejala, bedela, fiscala.

La Butaca

Ante la imposibilidad de ser padres decidimos adoptar un niño chino. Así fue como a nuestra casa llegó Ríchar,  un niño precioso, muy simpático. Dos años más tarde, para que tuviera un hermanito, adoptamos a Quique, un niño no menos guapo y con tantas ganas de vivir que sus problemas de salud no han tenido más remedio que empezar a remitir. Después vino Andrea, un juguete para sus hermanos y una joya para nosotros. Tantas alegrías nos han proporcionado los tres que decidimos tener familia numerosa.    Tras los trámites pertinentes hoy nos han entregado a Manolín, un niño precioso que será tan querido como los demás.
    Desde China informaron para 30 días Ríchar y Cris.

Carta a...

 
Su anunciada reforma de la actual Ley del Aborto ha desatado las críticas de la clase médica, del Poder Judicial, del resto de partidos políticos, de la mayoría de las mujeres y de no pocas organizaciones de los países comunitarios. Pese al revuelo que ha formado no hilvano estas líneas para expresarle mi opinión al respecto, las hilvano para formularle una pregunta para la que por más que lo intento no encuentro respuesta. Uno de los supuestos que usted pretende eliminar de un plumazo es el de las malformaciones graves en el feto, hablamos de malformaciones tan severas que los nacidos tendrán que vivir muertos, no de malformaciones intelectuales o físicas que no impiden a las personas vivir vivos y además les permiten ser muy útiles a la sociedad. Usted me entiende perfectamente. La defensa del derecho a vivir es algo muy loable por parte de los gobernantes. Eso deberían pensar todos cuando permiten una guerra, cuando siguen teniendo en sus leyes la pena de muerte, cuando permiten que millones de niños se mueran de hambre o cuando gestan una crisis a sabiendas de que llevará al suicidio a no pocos ciudadanos, pero desgraciadamente nos demuestran cada día que piensan lo contrario, y usted, en este caso, no es precisamente una excepción. Por un lado defiende usted el derecho a la vida incluso en estos casos, y por el otro forma parte de un gobierno que reduce las prestaciones de la Ley de Dependencia hasta perder el derecho en algunos casos, que las paga con retraso, que ni siquiera admite solicitudes, que reduce el número de empleados en los centros especializados, que en lugar de abrir otros, cierra los que hay, y en lugar de defender sus derechos como sería su obligación, mira para otro lado y en todo está de acuerdo. ¿A qué obedece pues tanto empeño en defender la vida de los que no han nacido cuando no vacilan en destruírsela a los que han nacido? Como es de esperar que su respuesta no va a convencer a nadie porque estará vacía de argumentos coherentes, termino sugiriéndole que se olvide de la Ley del Aborto y se preocupe de articular otras leyes que defiendan a estos ciudadanos de los graves atropellos a la dignidad que vienen sufriendo por parte de la administración, porque le recuerdo que dignidad es algo que tenemos todos los seres humanos, incluso los que no son conscientes de que están en el mundo, y atentar contra ella es un delito aunque no lo digan las leyes.

Cosas de Garipil

¡Hola! ¿Cómo estás? Yo encantado de poder darte una noticia que me ha hecho muy feliz: mi autora acaba de recibir un Primer Premio “Tiflos” en su edición de 2014. Es verdad que estaba contento de que ya  contara con el tercero en su edición de 1997, pero no es menos cierto que un primero me satisface más, entre otras razones porque el nivel de los participantes de este prestigioso certamen es cada año más elevado y el jurado lo forman personas tan cualificadas que, aunque me enfado cuando lo dice, entiendo que no se lo esperara. El trabajo galardonado se titula “Los días perdidos” y te adelanto de qué va:
    Los días perdidos es una colección de relatos encadenados unos a otros en el contenido aunque con diferentes títulos. Ara, la protagonista principal, es una mujer inteligente, culta, muy elegante, que ante la inesperada roptura de su matrimonio siente que se le ha parado el reloj de la vida, y convencida de que es incapaz de ponerlo en marcha, decide aislarse del mundo en el ático de un edificio. Dos años más tarde, al salir de casa una mañana, se encuentra con que el ascensor está averiado, y segura de que no se tropezará con ningún vecino por lo temprano de la hora, se anima a bajar andando y he aquí la sorpresa: en cada planta se encuentra con una mujer que se suma al trayecto y directa o indirectamente cuenta su historia. Todas, menos Lali, han perdido muchos días de su vida; unas por unas razones, otras, por otras, pero todas porque no han sabido gestionar su tiempo como Eulalia. Ya en la planta baja es un hombre el protagonista de la historia. Es un hombre inteligente, culto, bien parecido, que lleva perdidos todos los días de dos años por una esposa que lo ha abandonado. Y para no complacer a los lectores que gustan de empezar los libros por el final para terminar antes, que haberlos hailos, termino; solo añadir que Ara y Daniel deciden de forma inconsciente no perder ni un solo día más de sus respectivas vidas.
    El libro será publicado y tendré la ocasión de leértelo, pero de momento te dejo con otro de los relatos de “Letanías”.        
     
        Crónica de un timo anunciado

    A punto de dar el reloj las diez desperté impaciente y viudo. Me estaba afeitando cuando oí la puerta de la calle, y desconectando la maquinilla de un tirón, salí del cuarto de baño.
    --¿Has abierto el buzón? -le pregunté a mi mujer. Porque "la" Trini ya no es mi novia, es mi mujer. Ya debería hacer como mi padre, como mi suegro, como mis tíos… decir: mi esposa, mi señora, mi mujer. La verdad es que con la de palabras que hay para llamar a una misma cosa, el que no llama a las cosas por su nombre es tonto, pero que muy, pero que muy tonto. Yo no es que sea tonto, es que me da vergüenza. Como de novios. Todos decían mi chica, mi ligue, mi novia... Yo decía "la" ésta, si "la" ésta estaba presente, o "la" Trini, si "la" Trini estaba ausente. Tanto entonces como ahora he intentado decir mi novia, mi mujer, pero siempre me quedé en el "no" o en el "mu". Arrancar, arranco bien, pero soy incapaz de seguir, se me escapan las palabras de la boca, se me deshacen entre los dientes. Solo una vez, en casa del tío Jaime, logré decirlo entero: mi mujer. Y me puse rojo como un semáforo, y todos se rieron de mí, como cuando me despisto y me pongo un calcetín blanco y otro negro, como cuando salgo a la calle con la corbata y la camisa del pijama. Por eso lo mejor es que la llame "la" Trini y me deje de pasar apuros. Al fin y al cabo lo que le digo a ella cuando se enfada por esto: "A ti no te pusieron ni novia ni mujer, te pusieron Trini, y si te lo pusieron, sería para llamártelo, no para guardarlo de recuerdo, digo yo".
    --¿Con qué mano quieres que lo abra -preguntó "la" Trini para responderme-, con ésta? Y sacó la lengua mientras soltaba sobre la mesa de la cocina un montón de bolsas a tope de carne, dulces, huevos, fruta: comida.
    --¿Cómo has comprado tanto en el súper? No lo entiendo. ¿Te han fiado?
    --¿Fiarme? Tú eres tonto y no lo sabes. Fiar ya no fía ni San Antonio. ¡Fíjate! Cuando te fuiste a Palencia empecé a pedirle que cuando volviera a verte, te viera vestido de municipal, y ya ves, venías un viernes, y con tu ropa, venías otro viernes, y con tu ropa, hasta que me harté y me dije: "Voy a encenderle unas velas, a ver si viendo las luces..." y esta mañana me levanté más temprano que nunca, cogí el último billete del paro y me lo gasté en velas.
    --¡Jo, qué bruta! ¿Y los churros, con qué compraste los churros?
    --Con nada. Hoy no hay churros.
    --Pues buena la has hecho. Yo que ya me los estaba saboreando...
    --Y tan buena. ¡Ya lo creo! Hoy no comerás churros. Ya me dio apuro pedirle más a tu madre. Pero pronto comerás también chocolate. Bueno, comeremos. ¡Faltaría más! Con lo golosa que soy yo...
    --¿Y por qué lo sabes? ¿Te lo dijo San Antonio?
     --No, tonto, no. Los santos no hablan, oyen.
    --¡Qué raro! Pues dicen que se puede ser sordo sin ser mudo, pero que no se puede ser mudo sin ser sordo.
    --Eso será con las personas, con los santos es otra historia. A mí me lo van a contar...
    --Pues ¿qué has visto?
     --A tu mama.
    "A mi mama..." La última palabra resonó en mi cabeza como resonaban las piedras cuando de niño las tiraba al río. Cuando vivía con los abuelos, porque mis padres trabajaban en Suiza, decía mi mama, y no pasaba nada. Cuando se vinieron, porque nació mi hermano, y compraron el piso, y me fui a vivir con ellos, decía mi mama, y no pasaba nada. Ni en el colegio, ni con los chicos del barrio... Lo malo fue cuando entré en la pastelería. "Mi mama dice que por nada me meta en líos, que si hay que enfrentarse al jefe, que se enfrenten los demás", decía yo. "Mi mama dice que en el trabajo oír, ver y callar", volvía a decir. "Mi mama dice que no sea tan pazguato, que de las propinas no dé cuentas ni a Dios ni al diablo". "Mi mama..." Y todos se guiñaban y se sonreían, y todos andaban con el "mi mama" para arriba y con el "mi mama" para abajo, como si yo fuera un párvulo, como si yo fuera un tonto. Pero no es que lo sea y no sepa decir mamá, es que cuando lo digo parece que me pesa la palabra, que no puedo con ella. Y lo de madre, que ya he probado, me suena mal, a viejo, a miedo. Hasta mi mama me riñó un día que la llamé madre, porque era de catetos, de pueblerinos, y nosotros somos de ciudad. Pero como yo no era tan tonto como para hacerles caso, ni ellos tan listos como para entenderme, desde entonces digo mi ma... y nadie sabe si es que no quiero decirlo entero, o es que no tengo más ganas de hablar.
    --¿Y qué te dijo mi ma?
    --Que hiciera la compra, que ella pagaba, que iba a llamar por teléfono y que venía a hablarnos, que tenía noticias. Del tío, supongo. Y tú como un gili pendiente del buzón. No sé para cuándo piensas estrenar la olla.
    El charpazo de alegría que empapaba a "la" Trini empezó a salpicarme a mí. Ella cantaba y bailaba eso de:
 No somos tontos,
 que sabemos lo que queremos,
 toma la vida
igual que si fuera un premio,
 pero que nunca se rifa... mientras hacía café.
     Ma siempre toma café, al llegar y al marcharse. Y "la" Trini tan contenta de poner la cafetera a su entera disposición. Como siempre viene con algo en las manos... Yo me desayuné cuatro galletas y me senté a esperarla en el salón, sin pestañear, sin respirar... como si estuviera dormido, como cuando de niño esperaba a los Reyes Magos. ¡Eso, eso!, digo bien. Entonces, al abrir los ojos, ¡qué guay!, me traían una pistola, una pistola de mentira; ahora, cuando los abra, ¡ya lo sabía!, me la traerán de verdad. Y como para pensar no hay que hacer ruido... ¡Jo, qué cosas descubro! Para que luego digan que soy tonto, que pienso menos que las moscas. Pues a ver, que yo sepa, hasta ahora sólo Colón descubrió algo, y lo que descubrió fue América, no que para pensar no se hace ruido. Pues bien, ante tan magno descubrimiento, me puse a pensar, a organizar el puzzle de mi odisea, a dejarlo listo para la última pieza.
      Me casé hace seis meses. Bueno, unos dicen que me casó mi ma, para que "la" Trini me lavara y me planchara, para que no me dejara por otro, para que me despabilara; otros, que mi suegra, para recoger a "la" Trini de una vez, para no tener que criar hijos y nietos, para quitarla de insolaciones a la sombra de mi familia, y los vecinos de ambos, que lo sé yo, dicen "que Dios los cría y ellos solos se juntan". Pero qué saben ellos, qué saben ellos si ni siquiera saben que para pensar no se hace ruido. Quien me casó fue el cura, el cura aquel que me daba clase y que le dijo a mi ma que se dejara de echarme parches a las coderas, que de estudiar jamás se me desgastarían las mangas, el cura aquel que me dio la primera comunión y que me dijo que le pidiera al Niño Jesús que me pusiera pocas piedras en el camino, porque tenía tan flojas las bombillas de la lámpara que todas me las llevaría de calle. ¡Qué majo! Mira que llamar lámpara a la cabeza... Pues fue ese cura, y en la misma iglesia: la del colegio. Fue un capricho de mi ma. Ma tiene muchos caprichos. Yo quise esperar, a que pasaran las ferias, a que aflojara el calor. Mi padre también quiso que esperara, a que tuviera dos dedos de frente, por entonces sólo tenía uno y medio, por el flequillo, y como es tan miedica, se le hacía poco para un casado, a que encontrara un trabajo fijo, a que lo encontrara "la" Trini... Pero ella dijo que verdes las han segado, que oficio hecho, pierde cuidado. Y nos arregló los papeles, y nos dio para la entrada del piso, y cambió sus muebles para darnos los viejos, y nos pagó la misa, los trajes, los anillos, el cubierto, la luna de miel... que fuimos a Madrid, tres días, para que no nos muriéramos burros, porque quien se muere sin ir a Madrid, se muere burro. Lo decía mi abuelo. Y mareó al tacaño de mi padre para que no se la montara por abrirnos tanto el grifo: que si ya era hora de quitar las sillas y de poner sillones, que si la parroquia pedía mantas para los soldados que luchaban en la guerra de las Malvinas, que si para recoger en junio había que sembrar en octubre, que si para tener el dinero en la cartilla, que si con el tiempo les devolveríamos hasta los intereses... y el pobre tan feliz y tan sereno, sin darle una voz más alta que otra. Normal. Cómo sabe que ella es más lista que él... Y me casé porque "la" Trini se enamoró de mí. ¿Qué digo se enamoró? Lo de "la" Trini no es amor, es locura. Si la noche menos pensada me mata vivo... Fue en la pastelería, se ponía a hablar conmigo en cuanto llegábamos, me pedía que le comprara chocolatinas y que la llevara al cine, me decía que vestía como los extranjeros, y en cuanto nos despidieron, porque el jefe nos tenía manía a los dos: a ella porque se le iban los dientes a los pasteles, a mí porque se me iban las manos a ella, porque era un negrero y nosotros no nos dejábamos explotar así como así, dijo que a casarnos, que ya teníamos cuarenta años entre los dos, que de momento cobraríamos un año de paro cada uno, que con la espiga de la boda... Y era cierto, sobre todo lo de la espiga. La que más nos espigó fue ma, luego mis tíos, mis primos... Su familia espigó poco, la verdad. Hubo hasta sobres vacíos, y aunque se hicieron los tontos, todos supimos que venían de allí: de la familia política, que decía mi padre, y que digo yo que qué demonios tendrá que ver la familia de "la" Trini con la de Adolfo Suárez, con la de Carrillo, con la de Fraga... Cosas del mentecato de mi padre, faroles que se enciende para dejar en penumbra a mi ma. Pero yo no se lo tengo en cuenta, el tío Jaime cumplió por todos: por él, por los demás. Porque lo del tío Jaime no fue una espiga, fue un trigal.
    El tío Jaime se fue a una finca de Palencia hace ya algunos años, y allí vive, como un general, bueno, como lo que es. Fue Franco quien se lo nombró, cuando la guerra famosa. Con qué orgullo me enseñó la Cruz de los Méritos, por la que cobra no sé cuantísimo al mes, la noche que llegué a su casa.
    --¿Y cuáles fueron los méritos? -le pregunté yo, por hablar algo, que a mí...
    --Matar enemigos, en cada batalla maté más de mil, y cada millar, de un balazo.
    --¡Jo, qué bruto! ¿Y todos eran hombres? -me sorprendí yo aunque entendí en seguida que los méritos eran otros pájaros del estilo de los bárbaros, de los romanos, de los judíos... y que según el cura no fue tan fácil quitarlos del  medio. Normal. Como por entonces no había nacido el tío Jaime...
    --¡Pues claro, capullo, pues claro, no iban a ser grillos!
    --Bueno... tampoco se ponga así. Como yo no estuve en la guerra y la lección de los méritos la debieron de dar alguno de aquellos días que falté a clase por las paperas...
    --Entiendo, hombre, entiendo, no me hagas caso. Los generales hablamos así: con firmeza, con fuerza... pero nunca llega la sangre al río.
     --Pues me alegro que me lo advierta, porque a mí, en cuanto me dan órdenes, me asusto y me voy.
    --Pues de aquí, y ten en cuenta que los generales pedimos mandando, no te irás hasta que no te vayas con la vida resuelta. Bueno, puedes irte los fines de semana, a ver a tu mama, a tocar a tu Trini, a oír a tu papa... a contarles a todos única y exclusivamente lo que yo te diga que les cuentes. Y sepas que es por tu bien, no por el mío.
    --Sí, sí, claro, ya lo sé, por eso no he salido corriendo ya.
    La tía Elvira me puso una plancha de esponja detrás de la puerta del cuarto de los niños, me dio un par de mantas y me dijo que aquella sería mi cama. Yo me extrañé de que en la casa de un general no hubiera una habitación para los huéspedes, pero ella me lo explicó muy requetebién:
     --Un general como tu tío tiene muchos compromisos que atender: que si comer con el alcalde, que si cenar con el gobernador... y como para recibir hay que dar, a finales de mes andamos como tres en un zapato.
     A finales y a principios, porque la tía cojeaba siempre del mismo sitio: del monedero. Pero a mí no me importaba aguantar sus lamentos, como no me importaba dormir en el suelo; gracias a los dispendios y a las furrionas del tío yo sería municipal.
     Fue su espiga de boda, bueno, de víspera de boda, porque me espigó la víspera. Llegaron los dos aquel día por la mañana. Después de comer la madre de "la" Trini llamó a la mía y vinimos todos a ver el piso.
    --¡Qué baño, qué salón, qué cocina... y dos terrazas! -se maravillaba la tía.
    "La" Trini y yo nos quedábamos rezagados para envolvernos entre arrumacos.
    --Y ¡fíjate! -puntualizó el tío-, no han empezado y ya tienen lámparas, televisor, cortinas... y hasta teléfono.
    --Sí, sí... mis sacrificios me ha costado -medio suspiró mi ma-, pero les falta lo principal: trabajo.
     --¿Trabajo? -preguntó el tío- De eso quería hablarles precisamente. Se lo venía diciendo a mi hermana, ¿verdad?
    Miró a la madre de "la" Trini, a mi suegra, que todavía no era mi suegra, claro.
    --Sí, sí-respondió ella bajito, como si se le hubiera olvidado.
    --Pues le decía, que si ellos quieren, que se venga Paquito... porque te llamas Paquito ¿no?
    Me miró a mí. Yo iba a hacerme el mayor diciéndole: "No, Francisco". Pero "la" Trini, que no paraba de sobarme, me arreó un pellizco en la espalda, y por si se trataba de un aviso y no de una carantoña, me cogí y me callé. Y el tío siguió con mi ma:
    --Que se venga a casa, con nosotros. Por comer y por dormir no le vamos a cobrar. Ya es un sobrino y entre familia... Yo me comprometo a prepararlo para guardia municipal. Él sólo tendrá que pagar los libros, la solicitud... y en cuanto salgan las oposiciones, que será en unos meses, trabajo fijo en el ayuntamiento.
    --¿Y si no aprueba? Es algo torpe para los libros.
     --No sea tonta. A estas puertas son muchos los que llaman, pero abrirle, solo le abren al que llama con aldabas.
     --Ya lo sabemos, pero ¿qué aldabas tiene él?
    --Las mías, señora, las mías -dijo golpeándose el pecho a puño cerrado-. Con ellas soy yo capaz de abrir puertas, ventanas y balcones si hace falta.
     --Siendo así...
    Y mi ma los invitó a cenar, y ellos se invitaron a dormir. Son tan abiertos... Y por la mañana, cuando me levanté del sofá, porque, aunque no querían ni bien ni mal, les dejé mi cuarto, tuve que darles el disgusto de no encontrar en la mesita de noche mi esclava de oro. Y mi ma, que yo tenía la cabeza a pájaros, y mi padre, que a ella le iba a salir el tiro por la culata. Es tan desconfiado... Y la tía revolviendo Roma con Santiago para demostrarnos su inocencia, y el tío, eso es un tío y no los de verdad, pendiente de mí, que si ven que te peine, que si ponte derecho que te haga el nudo de la corbata, que si me voy a la iglesia en el mismo coche que tú... como si fuera mi ángel de la guarda, mi salvador, bueno, como lo que era. Y en el banquete, después de partir la tarta, le di la noticia a los invitados, y todos se quedaron de un aire, que si más vale caer en gracia que ser gracioso, que si a todos los tontos se les aparece la Virgen... ¡Qué ignorantes!, mira que llamar Virgen al tío y a mí tonto… Pero lo que dijo mi suegra, que ya era mi suegra, claro: “Envidia, eso es envidia”. Y la mujer, encima de abrirme los ojos, tuvo que aguantar la patochada de mi padre: "Y si tiene tanta mano, ¿por qué no es él municipal?" Pero lo que le dijo mi ma, y muy bien dicho: "Porque es general, y todos los obispos quieren llegar a papa, pero ¿cuándo has visto tú que un papa quiera llegar a obispo?" Y es que mi ma sabía mejor lo que se traía entre manos, lo que se traía y lo que se llevaba, ¡qué gaitas! En cuanto vinimos de la luna de miel me mandó a Palencia. Solo venía los viernes. "La" Trini me recibía con los brazos abiertos, bueno, con los brazos cerrados, porque en cuanto me veía... Me dejaba respirar los lunes, cuando me iba. Y como mi ma quería tener al tío contento, lo hacía cargado de jamones, de lomos, de quesos, Y mi padre protestando, como siempre, que si nos va a desplumar, que si nadie da duros a reales... La verdad es que hasta los tontos tienen razón alguna vez, que todo tiene un precio, hasta ser municipal con aldabas, pero mi carrera, lo que se dice mi carrera, me la he pagado yo, de mi cartilla. Para lo que más me mandó sacar el tío fue para la instancia, para las pólizas... porque lo del papeleo ha sido caro; Lo de los libros, no tanto. Con uno tuve bastante. El tío me ponía un par de lecciones diarias. Yo me plantaba a estudiar en cuanto me desayunaba, pero me acordaba de "la" Trini y en lugar de señales de tráfico, de flechas, de símbolos... veía brazos, labios, tetas... y para qué seguir. Antes de comer, el tío me tomaba las lecciones, y decía que muy bien, que era un artista.
    --Si no he leído nada -me extrañaba yo.
    --No importa. Como soy yo quien te tiene que aprobar...
    --¡Ah, claro!
    Por la tarde hacía las prácticas. Eso me gustaba más. El tío me llevaba en su coche a la ciudad, y mientras él tocaba palillos en los bares, yo me aprendía las calles. De regreso se las cantaba de memoria: "La avenida de... empieza en el centro de... y termina en el barrio de..." "La calle tal tiene tantos números pares y tantos impares". "La calle cual tiene tales bocacalles por la derecha y tales por la izquierda". "De la plaza de... salen las calles de..." Y decía lo mismo, que era un artista. Y lo era. Me preguntaba el número de bancos que había en tal parque, y le decía tantos, ni uno más ni uno menos, y el de buzones en total, y el de papeleras, y el de semáforos... Y cuando ya andaba por la ciudad como Pedro por su casa, me preguntó sin más:
    --¿Qué número tienes de pie?
    --El mismo que de sentado, digo yo.
    El tío se echó a reír. Es tan simpático...
    --De zapatos, hombre, de zapatos, ¿qué número gastas?
     --¡Ah, ya caigo! El cuarenta.
    --¿Y de pantalón, qué talla?
    --No lo sé.
    --¿Y de camisa?
    --Tampoco. Como me las compra siempre mi ma...
     El tío cogió el metro y me midió los brazos, las piernas, la cabeza...
    --Tengo que encargarte el traje -dijo-, ya es lo único que te falta: la chaqueta, la gorra, las botas...
     --¿Y la pistola, cuándo me encarga la pistola?
    --La pistola no tengo que encargarla, te la da el ayuntamiento, cuando empieces, claro, y el silbato. Tampoco vamos a ponerlo todo nosotros.
    Y me mandó al banco, a sacarle de la cartilla hasta la última peseta, y yo como una flecha, donde él me disparara. Y me vine a casa, con "la" Trini, a esperar noticias suyas, bueno, del sastre, porque ya todo depende del sastre. Y con qué fe me hablaba el tío de sus aldabas cuando me llevaban a la estación, y con qué pena me decía la tía adiós con la mano desde el andén, y con qué cosa le miraba yo la esclava de oro que se le salió del puño mientras se alejaba el tren...
    El timbre de la puerta me hizo hablar, y como para hablar sí se hace ruido, tuve que dejar el puzzle. Antes de abrir "la" Trini puso el café en la mesa. Entró mi ma, con un billete de ferrocarril; entró mi padre, con una porra de goma; entró mi suegra, con una cara...
    --Acaba de quitarte esas barbas y larga a Palencia, a matar a porrazos a ese pájaro que iba a hacerte municipal de un plumazo -me exigió, me ordenó mi ma.
    --¿Por qué?
    --Porque me tenía ya tan mosca que anoche llamé a la finca, y hablé con el capataz, y me dijo que cómo somos tan tontos, que contigo y los últimos novios de la paisana tiene tres municipales esperando el traje -me informó mi padre-. Y la culpa la tiene ésa, -señaló a mi suegra-, ésa tiene la culpa.
    --¿Por qué?
    --Porque dice que yo he sido cómplice, que me he sacado la mejor tajada del puchero, y yo creía que había cambiado ya, que con la familia no se atrevería a jugar más -se defendió, lo defendió ella-, pero no le hagas caso, que al igual que tu madre, es un cafre, y en lugar de a matarlo, ve a denunciarlo.
     --¿Por qué?
    --Porque te ha timado, tontísimo, porque te ha timado -me aclaró "la" Trini-, y si quieres comer churros mañana, vete hoy mismo a pedirle cuentas.
    Y porque me dolió que siendo todos tontos, porque todos somos tontos, que bien claro se lo dijo el capataz de la finca a mi padre, me lo llamara a mí solo, cerré los ojos y dije:
    --Id vosotros; yo, me quedo.
    --¿Por qué? -me preguntaron todos a una. Y se quedaron con la boca abierta, como si fueran a comerme.
    --Porque la ruina de un tonto es hacerle caso a los listos, -dije temblando como una culpa, saliendo a tientas del salón.
    Y como las órdenes me asustan me encerré en el cuarto de baño hasta que saliera el tren para perderlo.

    María Jesús Sánchez Oliva.

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