domingo, 3 de agosto de 2014

Portada

 Queridos lectores: Acaba de salir el número 26 de 30 días, mi periódico, tu periódico, el periódico de cuantos quieran leerlo.

    Te recuerdo que puedes ser uno de mis corresponsales. Para esto basta con que envíes tus crónicas a: mjsanchezoliva@gmail.com, poniendo en el asunto “30 días” y en el mensaje el lugar de procedencia.

    Contenido

    La Vitrina:: Se puede leer sin comprar libros, basta con acudir a las bibliotecas públicas. Escoge entre mis sugerencias.  
    Mesa camilla: ¿Qué mueve a los políticos cuando acuden en masa al lugar de una desgracia, el dolor o el interés? Saca tus conclusiones.
    Cajón de Sastre: ¿Creías que la popular expresión ¡che! Era oriunda de Argentina? Pues aquí se explica que nació y sigue viviendo en España.
    El Álbum de la Lengua: Novedades del verbo agredir y otros similares.
    La Butaca: ¿Pueden evitarse los celos infantiles ante la llegada de un hermano? Aquí se demuestra que sí.
    Carta a… don Vicente del Bosque, para felicitarle por seguir al frente de la selección española de fútbol. Perder no es síntoma de incompetencia.
    Cosas de Garipil: La trampa doble es el relato que quiere leer hoy.

    Si has visitado cualquiera de las secciones, mil gracias; si las has visitado todas, un millón.

    Volveremos a encontrarnos en el próximo número.

    María Jesús. 

    Seguidores de Honor:
    Mónica Nuevo Vialás. Nacionalidad: española. 23-IV-2012.
    Arturo Arias Terceiro. Nacionalidad: argentina. 12-VI-2012.
    María del Mar Nuevo Vialás. Nacionalidad: española. 29-VI-2013. 

La Vitrina

Prestar libros es de tontos, devolverlos, de más tontos todavía”, me comentaba en cierta ocasión un buen lector y estuve de acuerdo, los libros son tesoros que no debemos deshacernos de ellos. Posiblemente esta opinión no sea compartida por la mayoría. Suele creerse que el intercambio de libros facilita el acceso a ellos. Es verdad que como todo en la vida tiene un precio y leer cuesta dinero y no todos los lectores disponen del necesario para comprar libros, pero no es menos cierto que hay otro camino alternativo muy eficaz: las bibliotecas públicas. Cualquiera puede hacerse socio de una o varias sin más obligaciones que la de cuidar y devolver los libros. En general disponen de fondos muy importantes y es tan agradable entrar en una biblioteca… Por si te animas a visitar alguna, te sugiero algunos títulos a buscar.
      Grandes almacenes. Autor: Cecil, Roberts.
      El adiós a la reina. Autor: Thomas, Chantal.
      La joven del acantilado. Autora: Riley, Lucinda.
      La cárcel del amor. Autor: Racionero, Luis.
      La ladrona de libros. Autor: Zusak, Markus.
      Las uvas de la ira. Autor: Steinbeck.
      Omito las reseñas por entender que puedes consultarlas en la biblioteca antes de decidir por cuál empiezas. Solo dejar claro que todos valen la pena. Feliz lectura.

Mesa camilla

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Ante cualquier desgracia, ante cualquier catástrofe, hay dos cosas que no faltan nunca: la visita en masa de los políticos de turno y sus esfuerzos porque los psicólogos se ocupen de los afectados y de sus familias. Pero ante sus rostros compungidos, el sentido común siempre se cuestiona lo mismo: ¿Es cierto que se solidarizan con las víctimas, o son gestos fingidos para sacar provecho de la desgracia ajena? Todo indica que en estas reacciones hay más elementos de lo segundo que de lo primero. Veamos.
      El pasado 24 de julio se cumplió un año del accidente del tren Alvia. En él más de ochenta personas perdieron la vida y no pocos de los muchos heridos jamás se recuperarán por completo. Todos los políticos, como de costumbre, acudieron a la ciudad de Santiago para sumarse, según ellos, al dolor de los afectados, de los gallegos y de todos los españoles, y se comprometieron, como de costumbre, a que las causas se aclararan inmediatamente. Pero Óscar, de Guadalajara, por citar un caso, perdió a su hermana Rosa María y a su cuñado, que murió dos meses después a consecuencia de las heridas, y todavía sigue pidiendo firmas para que el Congreso abra una Comisión de Investigación que resuelva las consecuencias del terrible accidente y depure responsabilidades caiga quien caiga. Está claro pues que, como de costumbre, la mayor preocupación de los políticos era la de salir en los periódicos con cara de circunstancias para ganar méritos, algo que además nos costó dinero, porque los gastos de sus viajes, no salen de sus bolsillos, sale de los bolsillos de los ciudadanos, incluso de los de las víctimas y sus familias. 
      Pero lo más indignante en este caso, fueron sus palabras de gratitud al personal sanitario: médicos, enfermeras, auxiliares, celadores, limpiadoras, conductores de ambulancias...No es que no las merecieran, es que en sus labios sonaban a insultos. Es del dominio público el empeño del actual gobierno por acabar con nuestro sistema sanitario. ¿Cómo se puede felicitar por su impecable trabajo a un personal que a la vez se le baja el sueldo y los días de descanso, se le aumentan las horas de trabajo y las tareas, se reducen las plantillas, no se contrata personal suplente por vacaciones, bajas de enfermedad o permisos de maternidad, se privatizan hospitales, se cierran servicios de urgencia en las zonas rurales,  y donde debería haber cinco trabajadores, se pone un jefe para acelerar la caída del sistema?
      La mejor prueba de que son conscientes de estos desatinos es que recortan dinero de todos los servicios menos de los equipos de psicólogos. No me cabe la menor duda de que en este y en todos los casos, estos profesionales, se desviven por ayudar, consolar, orientar, acompañar, aliviar, y no escatimarían esfuerzos por remediar lo que ya no tiene remedio incluso,pero todos saben que el verdadero mensaje de los políticos es que luchen por calmar los ánimos, callar las voces, dormir los sentimientos y atajar los pensamientos que intenten convertirse en palabras para protestar por los hechos, pedir explicaciones o exigir responsabilidades, sobre todo si se percibe la sospecha de que las causas obedecen a la mala gestión de cualquier político. ¿Por qué si no se olvidan de las víctimas en cuanto salen del funeral y se hacen la última foto para la prensa?

Cajón de Sastre

Los orígenes de la habitual expresión ¡Che! 

      Estudios evidencian que la muletilla habría viajado con los inmigrantes desde Europa, pero fue usada por árabes, judíos sefardíes y habitantes de Valencia, España. Otra teoría la atribuye a las comunidades indígenas del norte del país. 
      ¿Hay algo más argentino que la expresión "che"? Muchos afirmarían que no, que de hecho "che" es sinónimo de argentino. Sin embargo, las continuas oleadas
migratorias que recibió el país a finales del siglo XIX y comienzos del XX le dan un origen más complejo.
      "Che", señalan los filólogos, es una expresión mucho más antigua y remota, una muletilla que ha sido esgrimida por árabes, judíos sefardíes y los habitantes de Valencia, en España.
      A Valencia, ubicada en la costa mediterránea, se la conoce como la tierra de los "che". En sus calles es común ver locales que se llaman "che" o instituciones
como el club de fútbol Valencia, conocido como el equipo "che". El club cuenta con un canal de televisión "che" y hasta una revista, "che, che, che"".
      Por allí han pasado jugadores y técnicos argentinos, pero el apelativo no tiene que ver con ellos; su origen es más antiguo. El vocablo se utiliza desde
hace varios siglos, tanto en su versión catalana, xe, como en su versión castiza, "che", para enfatizar algo, expresar enfado o simplemente como muletilla
sin significado: "¿che, que fas?" (¿"che", qué haces?), "che, bon dia" (che buenos días) o "che, qué mala suerte", entre otros ejemplos.
      "Es muy probable que la expresión viajara con los emigrantes que llegaron a Argentina. Entre 1857 y 1935 casi tres millones de españoles arribaron a Buenos
Aires. A ellos hay que sumarle el posterior exilio republicano de la guerra civil. Valencia era la capital de la república y muchos valencianos tuvieron
que marcharse", comenta a BBC Mundo la filóloga e historiadora Inés Celaya.
      Al joven periodista estadounidense Ernest Hemingway fue una de las cosas que más le llamó la atención cuando llegó a Valencia para cubrir el conflicto.
      En su novela "Por quién doblan las campanas", sobre la guerra civil española, uno de sus personajes describe la bulliciosa ciudad: "Las gentes no tienen
modales ni cosa que se les parezca. No entendía lo que hablaban. Todo lo que hacían era gritarse "che" los unos a los otros".

      Una expresión con varios padres

      El "che", no obstante, es un hijo con varios padres. Algunos filólogos italianos reclaman la paternidad y sitúan su nacimiento en Venecia, cuna del cocoliChe,
un dialecto que transmitió muchas palabras al lunfardo, la jerga que nació en los bares bonaerenses.
      El vocablo italiano, que también abarca la región de Lombardía, se escribe ce y tiene los mismos usos que el argentino y el valenciano. De 1814 a 1970 llegaron
a Argentina unos seis millones de emigrantes italianos, siendo la comunidad europea más grande del país.
     (La expresión) che es un vocablo que se transformó en un ícono mundial con Ernesto Che Guevara. Hay gente que piensa en la típica imagen del guerrillero
barbado cuando escucha la palabra che" Inés Celaya, filóloga e historiadora
      "Hay que tener en cuenta que tanto el Reino de Valencia como las Islas Baleares, Cerdeña y buena parte de la actual Italia pertenecieron durante cuatros
siglos a la Corona de Aragón. En Cerdeña, por ejemplo, se conserva la expresión cè, que se pronuncia "che" y que se utiliza para expresar sorpresa", anota
Celaya.
      El origen del "che" se complica cuando se trepa por su árbol genealógico. Antes del Reino de Valencia estuvo el Al-Andalus. Y es que en los siglos de ocupación
árabe era común la expresión shuf, que significa "¡mira!".
      En la Valencia de la época, un activo puerto del Mediterráneo, el shuf era utilizado por árabes y judíos sefardíes que, cinco siglos después de su expulsión
de España, aún conservan la expresión.

      El origen indígena

      Otra vertiente del "che" es su posible origen en las comunidades indígenas del norte de Argentina. En guaraní "che" significa "yo" y también se utiliza
como el posesivo "mí".
      La teoría, no obstante, fue descartada por el filólogo Ángel Rosenblat, autor de libros como "El nombre de la Argentina"(1964) u "Origen e historia del
che argentino" (1962), entre otros aspectos por el escaso contacto entre los porteños con las comunidades indígenas.
      El estudioso respaldaba el origen valenciano. En sus investigaciones encontró un punto de conexión entre el "che" mediterráneo y el rioplatense: el truco,
un popular juego de cartas en Argentina y Uruguay que también se práctica en la comunidad valenciana y las islas baleares. Allí se le conoce como truc (truco) y es prácticamente desconocido en el resto de España. "En cualquier caso el 'che' es una palabra errante, que ha cruzado culturas y océanos. Ya no sólo forma parte de la historia del Mediterráneo sino del cono sur de América", detalla Celaya. "Además, no sólo se asocia a los argentinos -agrega la experta- sino que es un vocablo que se transformó en un ícono mundial con Ernesto 'che' Guevara.
      Hay gente que piensa en la típica imagen del guerrillero barbado cuando escucha la palabra 'che'".

El Álbum de la Lengua

El verbo agredir

      ANTES

      Los verbos agredir, transgredir, abolir, compungir y desabrir se consideraban defectivos: solo tenían las formas en las que aparecía la vocal temática -i-.

      AHORA

      Estos verbos presentan hoy su conjugación completa; es decir, han dejado de ser defectivos, por lo que formas como las siguientes son correctas:
• agredo, agredes, agrede, agreda...
• transgredo, transgredes, transgrede, transgreda...
• abolo, aboles, abole, abola...

La Butaca

Hoy, por razones fáciles de deducir, soy yo quien ocupa la butaca para daros la noticia del mes. Es la siguiente:
     El pasado jueves 10 de julio Estela tuvo un hermanito. Se llama David y es un niño precioso. La novedad en este caso es que Estela no tiene celos, esa enfermedad psicológica que suelen sufrir los niños cuando llega el segundo hijo.       Al contrario. Estela está encantada con su hermano, a todos les dice que ha nacido, lo quiere, lo cuida,      le canta para que se duerma las canciones que le cantaron a ella y le promete enseñarle todo lo que ella ha aprendido en sus cuatro años.
     Tras analizar la actitud de Estela llego a la conclusión de que los celos infantiles que sufren la mayoría de los niños en tales circunstancias tienen su origen en las absurdas preguntas que ante tal acontecimiento solemos hacerles los mayores. Es fácil oír comentarios como estos ejemplos: ¿Quieres a tu hermanito?, ya se te acabaron los mimos, ¿tienes celos de tu hermanito?, con lo que sin saber siquiera qué son los celos, empiezan a padecerlos.     Lo eficaz, en mi opinión, sería estimular sus sentimientos con frases como estas: Que suerte tienes con tener un hermanito,   ya verás lo que jugará contigo en cuanto pueda hacerlo, es tan pequeño que tienes que quererlo, cuidarlo y enseñarle a todo,   con lo que más que perjudicados, se sientan importantes, privilegiados, protagonistas. Y si con Estela ha funcionado, ¿por qué no va a funcionar con los demás niños?Está demostrado que hay preguntas que matan aunque se hagan con buena intención incluso.
       Desde Salamanca informó para 30 días María Jesús.

Carta a...

Señor Del Bosque: Soy la persona más inculta en cuestiones de fútbol de este país. Solo sé que se trata de un deporte que consiste en darle patadas a un balón por las que los que las dan cobran cantidades tan elevadas que al oírlas el sentido común siente vergüenza, que despierta más pasiones que la cultura, la ciencia y otros deportes, que moviliza las masas como nada consigue movilizarlas para acabar con las guerras, el hambre y otros abusos, y que pone a todo un país en pie cuando alguien grita ¡gol! Con más entusiasmo que Colón gritó ¡tierra! Ante la vista de América.
       Quizá por estas extravagancias que tanto me disgustan ni siquiera tengo interés de salir de esta incultura fulbolera que merece un cero como una plaza de toros.
       Para que se haga idea de mi ignorancia, solo he seguido por televisión un partido en mi vida: aquel en el que España fue por primera vez campeona del mundo, y eso porque ni encerrándome entre las cuatro paredes de mi casa pude librarme de los televisores de mis vecinos, de sus gritos, patadas y aplausos de emoción.
       Lo único que aprendí de        aquel acontecimiento fue que usted era el seleccionador de la selección española y que gracias a su buen hacer se alzó con el tan disputado como codiciado título. Por aquellos días usted recibió felicitaciones, aplausos, homenajes, y no le pusieron un altar para que los aficionados le besaran los pies porque usted no se dejó arrastrar por aquella ola de entusiasmo. Me sorprendió su actitud gratamente. Cualquier español en su lugar se hubiera creído el ombligo del mundo y se habría convertido en un héroe nacional; usted, sin embargo, se limitó a agradecer todos los reconocimientos y siguió siendo el mismo que era hasta aquel milagroso gol. Más que un gran seleccionador, supe que era usted un hombre inteligente. Hay que ser muy necio para no saber que en este país los mismos que te suben a la cima de la montaña te echan a rodar por ella.
      A principios de junio supe que volvían a celebrarse los mundiales. Lo descubrí porque los balcones se llenaron de banderas españolas y todos se olvidaron del origen de la crisis y de sus consecuencias. Tuvieron que aclararme que este evento se celebra cada cuatro años y que usted seguía siendo el seleccionador. Me preparé para tener que seguir el segundo partido de mi vida: todos aseguraban que España volvería a ser campeona.
       No me había enterado de que ya habían empezado a jugarse los partidos cuando una mañana me encontré con que algunas banderas lucían crespones negros, otras estaban a media asta y la mayoría habían desaparecido porque España había sido eliminada en el primer partido y la selección tuvo que recoger los bártulos y volver a casa. La culpa de tan grande fracaso era del seleccionador, o sea, de usted. Había elegido a los peores jugadores, todos eran viejos para correr detrás de un balón, seguía utilizando técnicas que todos los adversarios conocían, y o dejaba usted su puesto de seleccionador, o el fútbol español entraría en crisis, que iba a ser más grave que la destrucción sistemática de puestos de trabajo, los recortes en servicios sociales y la subida de impuestos para cuadrar las cuentas que descuadraron los políticos, los banqueros, los constructores y de más corruptos.
      Me preocupé por conocer su reacción ante tales comentarios y supe que se limitó a asumir el fracaso con dignidad y punto. No me sorprendió su reacción. Las personas inteligentes ni se endiosan con los éxitos ni se hunden con los fracasos, saben que perder es más normal que ganar, y que el único mérito es seguir adelante con espíritu de superación.
      Acabo de enterarme de que pese a todos los negativos comentarios usted no ha renunciado a su cargo, es decir, que seguirá al frente de la selección española durante cuatro años más, como se había comprometido. Por esto le escribo hoy, para felicitarle por ello. Solo los que llegan a la cima de la montaña por sus propios medios, pueden impedir que los demás le empujen para salir rodando. Ojalá hubiera muchos españoles así y no solo en el fútbol. Suerte.
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Cosas de Garipil

¡Hola! ¿Me acompañas cinco minutos? Los justos para leerte La trampa doble, otro de los relatos de Letanías. Comprendo que en estos espléndidos días de verano prefieras sentarte en una terraza de las que llenan las calles que encerrarte entre las cuatro paredes de mi salita, y para no robarte más tiempo, ni siquiera te sientes, seré breve.
  
      La trampa doble

      Cuando aquella tarde de finales de curso, después de corregir los últimos exámenes de mis alumnos, dejé el Cervantes, mi instituto, y camino de casa, al volante de mi traumático coche de segunda mano, descubrí, entre un variopinto rebaño de yentes, inmóviles y vinientes, a doña Ángeles, mi antigua profesora de alemán, se me paró el corazón. Iba pálida, triste... y tan vacilante como si el cielo se le hubiera encasquetado súbitamente en la cabeza y sus pies, sorprendidos, no pudieran con las alas de tan pesado sombrero. Para mayor freno de mi corazón, a sus espaldas quedaba uno de los complejos hospitalarios. Inquieta por su salud aparqué cómo y dónde pude y corrí tras ella gritando con la misma libertad que por las calles de mi pueblo: "¡Doña Ángeles! ¡Doña Ángeles!..." La gente se apartaba molesta por mis empellones y con la mirada me seguía murmurando que estaba loca. "¡Doña Ángeles! ¡Doña Ángeles!..." ¿Qué demonios me importaba la gente? "Doña Án..." balbuceé recuperando por fin el civismo perdido, ya con las manos sobre sus asustados hombros.
     --Se encuentra mal, ¿verdad? -yo tuteaba a todos los profesores menos a ella, ella hablaba de usted a todos los alumnos menos a mí- ¿Qué le ocurre?
     --Nada, nada nuevo, que estoy cansada, muy cansada. Con este tiempo...
      Sonreí. Yo sabía que el tiempo no tenía tantas culpas como se le imputaban. Mis abuelos fumaban de tres a cuatro cajetillas de tabaco diarias y cuando desesperaban a mis abuelas con sus conciertos de toses y resoplidos le echaban la culpa al tiempo; a mis vecinos del quinto les salió rana el tercer hijo y le echaban la culpa al tiempo; el director del instituto tenía más días malos que buenos y los compañeros le echaban la culpa al tiempo... y hasta yo misma libré muchas veces a mis problemas de los ojos ajenos escondiéndolos majestuosamente entre los pliegues de tan socorrida capa.
     --¿Le importa acompañarme a tomar algo fresco? Con este calor apetece, y por no entrar sola...
     Sonrió. Ella sabía que la soledad era mi mejor compañía. En las clases mi mesa era la más aislada; en las manifestaciones, mi lugar el más discreto; en las fiestas no era fácil encontrarme; a la biblioteca iba siempre sola y a la hora menos concurrida... y cuando la campana de alumnos me atrapaba bajo su mágico círculo, me libraba de los repiques asiéndome con fuerza al badajo y echando a volar hacia las más alejadas regiones de la fantasía.
     Entramos juntas en la cafetería Bonita. No se llamaba así, pero así la llamaba yo porque era de las pocas sin música estridente, con clientes solitarios... desde cuyo ventanal podía observarse la calle sin que la calle pudiera observarte. Optamos por la mesa más alejada de la puerta. Nos sentamos, una frente a otra. Llegó el camarero con sendas horchatas: la de sin hielo para ella, la de con hielo para mí. Leí la factura y la aboné con esa amable importancia que da el poder invitar con tu dinero a alguien que aprecias, que llevas mucho tiempo sin ver, que tantas atenciones le debes... y agitando entre las horas la mano de la charla logré descorrer las cortinas de su corazón.
     Doña Ángeles compartía con Nélida el piso que compró a plazos cuando empezó a trabajar para traerse a sus padres del pueblo. Nélida era su amiga, su mejor amiga. Había entrado en su vida veinte años atrás, muy bien recomendada por la directora del Cervantes.
     --Dice doña Auria que usted necesita una asistenta por horas. A mí me interesa quedarme fija: no tengo padres, mi único hermano ya ha formado su propia familia... y cada día se me hace más cuesta arriba trabajar de casa en casa y vivir en una habitación con derecho a cocina.
     Doña Ángeles puso en la romana de la reflexión las distintas frutas del tiempo: sus clases en el instituto la obligaban a permanecer muchas horas fuera de casa, su salud nunca mereció demasiados aplausos, sus padres estaban tan castigados por la vida que cada año se rendían a sus chantajes más aprisa... y leyó en la barra de los números que, aunque a finales de mes tuviera que apretarse algo más el cinturón, no debía deshacerse de aquellas muletas que le ayudarían a recorrer los distintos senderos del futuro con mayor seguridad.
     --¡Quédese, quédese! El piso no es muy grande que digamos, pero una habitación para cada una, sí que hay. Y si con el tiempo encuentra quien le pague mejor...
     --¡Oh, no! El dinero es lo de menos, lo importante es estar a gusto.
     Y doña Ángeles le entregó confiada un juego de llaves, y ella lo aceptó con infinita gratitud, y a los pocos días la afilada tijera de la mutua simpatía les hizo jirones las amarras del usted y los lazos del tuteo empezaron a estrecharlas con tanta fuerza que parecía que sólo los dedos de la muerte podían deshacer el nudo de aquella amistad.   
     Doña Ángeles fue para Nélida el pararrayos de sus distancias familiares, de sus zozobras económicas, de todas sus soledades. Nélida fue para doña Ángeles la aspirina de todas sus fatigas, de todos sus achaques, el resumen de sus compañías. Y redoblando el tambor de su impecable amistad procesionaron juntas por los mismos círculos, por los mismos ambientes, por los mismos horizontes.
    Pasaron los años, y tras ellos se fueron los padres: los padres de doña Ángeles, los padres de Nélida. Y ella se jubiló por enfermedad, y al jubilarse, siempre tan previsora, decidió atarle las trenzas al futuro.
     --Si de repente me ocurriera algo, nada me molestaría más que dejarte en la calle -le confesó a su amiga, a su amiga del alma-. He pensado poner el piso a nombre de las dos, al tuyo y al mío.
      Y estamparon sus firmas en la escritura sin saber que aquellas firmas serían las manos que le quitarían el nudo al lazo de su amistad.
     La cruz de pesares que tanto le inclinaba el ánimo aquella tarde se la echaron a los hombros el verano anterior. A principios de julio llegó a casa un telegrama a nombre de Nélida. "Ha muerto tu hermano. El entierro es mañana. Abrazos". A Nélida le tembló la voz.
     --¿Qué hago? -le consultó a su amiga, a su amiga del alma-. ¿Qué hago?
      --Irte al pueblo inmediatamente. ¿Qué otra cosa puedes hacer? Irte a enterrarlo, a acompañar a tu cuñada, a tus sobrinos: a todos. Me duele la voz de decirte todas las navidades que los felicites, de decirte que vayas a las comuniones de los chicos y a la boda cuando se casó el mayor, y los oídos de oírte repetir que me feliciten ellos a mí, que me inviten a la fiesta, a la matanza, que no hay que espigar. Por más vueltas que le doy no entiendo cómo una familia puede estar tantos años sin hablarse sin que haya ocurrido nada, porque, a fin de cuentas, ¿qué ha pasado entre vosotros, qué ha pasado?
      --Nada, nada... yo me vine, ellos se quedaron... y ellos por mí y yo por ellos...
      --Pues por eso mismo, por eso mismo tienes que ir. Y pedirles perdón, y reconciliarte con ellos, y hacerles ver que aquí tienen su casa, porque no lo olvides, mi casa es tuya también. ¡Dios mío, qué necios somos! Sabemos que antes o después la muerte se encarga de unirnos para llorar y nos pasamos la vida separándonos para disfrutar.
     --Pero si... ya no los quiero, no los quiero ya.
     --Claro que los quieres. A la familia se la quiere siempre, hasta cuando no se la quiere; además, aunque sólo sea por mí, debes quererlos, mis riñones cada día andan más perezosos. Dice el doctor que al final tendré que depender de una máquina, y si a la máquina le da por darme plantón... ¿quién va a echarte una mano?
     Luchando con el orgullo de humillarse ante su cuñada y la vergüenza de haber ignorado a su hermano durante tantos años, Nélida preparó un neceser de urgencia, de lo justo para unas horas. Doña Ángeles telefoneó mientras para conocer el horario de los coches de línea y a la hora informada la acompañó a la estación.
     --Me llamas para que sepa que has llegado bien.
     --Te llamaré para decirte que ya vuelvo.
     Y se besaron en la mejilla. Era la primera vez que se besaban. Nunca se habían tenido que despedir, siempre habían viajado juntas. Lo que no sabían era que aquel beso era el último también.
     Nélida telefoneó aquella misma noche.
     --¿Y tu hermano? ¿Qué le pasó? ¿De qué ha muerto?
     --De nada, no ha muerto. Todo ha sido una broma, una broma de la gente. Me quedaré unos días para averiguar quién ha sido el sinvergüenza y en cuanto le parta la cara me largo de aquí.
     --¡Pero..!
     Pero era tan miope ante el egoísmo humano que no vio en aquella broma la trampa que alguien le había puesto para que cayeran las dos.
     Nélida hizo el viaje llorando por el dolor de no poder llorar por su hermano. Cuando se apeó del taxi que la llevó a su casa: a la casa de sus padres, a la que habitaba su hermano desde que se casó, esperaba ver las ventanas iluminadas por los cirios, los vecinos entrando y saliendo en silencio... pero sólo vio a Tita, su cuñada, que salió a recibirla con las prisas de quien la estaba esperando.
     --¡Pero Neli, qué sorpresa!
     --¿Y mi hermano, dónde está mi hermano?
     --¿Tu hermano? A trabajar. ¿Dónde va a estar a estas horas?
     --¿A trabajar?
     --¡Claro!
     --¿Y esto, quién me ha mandado esto?
     Tita se adueñó del telegrama y fingió leerlo.
     --¡Santo Dios, qué mala es la gente! Este pueblo es un infierno, y en el infierno sólo hay diablos, y los diablos sólo piensan en deshacer familias... pero en esta ocasión les va a salir el tiro por la culata, sólo han conseguido que vengas, que te veamos... que hagamos las paces, que nos reconciliemos. ¡Pasa, pasa! Ya verás cuántas bocas se van a cerrar.
     Mientras Nélida tranquilizaba a doña Ángeles por teléfono, Tita preparaba una tila para tranquilizarla a ella. Y llegó su hermano, y llegaron sus sobrinos... y le sonrieron con una alegría triste, y la besaron con una frialdad que abrasaba... pero cenaron juntos, y hablaron de todos menos de ellos, y cuando se acostó en su cuarto de niña recordó las palabras de doña Ángeles: "A la familia se la quiere siempre, hasta cuando no se la quiere".
     --Voy a correos -dijo Nélida en cuanto apareció en la cocina a la mañana siguiente-. Tengo que saber quién...
     --Ya he ido yo y no hay nada que hacer -la interrumpió Tita mientras le servía el desayuno-. Lo puso alguien de fuera. No iban a ir en persona. Y como no lo
 firmó... Pero deja el asunto en paz, quien haya sido ya lo pagará, la mejor venganza es que nos vean juntas por el mercado, por los bares, en la iglesia... para que hasta las moscas se enteren que no has venido a matarnos, que has venido a resucitarnos.
     Y se las ingenió para iniciar juntas un rosario de días en el que ella musitaba las oraciones y su cuñada decía amén. Durante la cena del quinto misterio le espetó a su marido:
     --Antes de que se vaya tu hermana deberíamos hablar lo de la casa.
     Lorenzo guardó silencio.
     --¿Qué le pasa a la casa? -preguntó Nélida.
     --Que está en ruinas, que se cae a pedazos, que o la hacemos nueva, o cualquier día nos deja entre cielo y tierra. Y como es de los dos... -respondió Tita.
     --Si tuviera el dinero, yo lo ponía todo, -añadió Lorenzo- pero con lo que tengo no llego ni a la mitad. Lorenzo se casó sin traer un duro a casa, Miguel estudia fuera y Carlos no tardará en irse. Y por más que la ordeño, ya ves, la vaca no da más leche.
     --Y... ¿para qué quiero yo una casa? -preguntó Nélida.
     --Pues para vivir -la hizo reflexionar Tita-. ¿Para qué se quieren las casas? Pronto te jubilarás, y cuando te jubiles, ¿dónde vas a ir mejor que aquí, con nosotros?
     --Jubilada y todo puedo quedarme con Ángeles. El piso es tan suyo como mío, está a nombre de las dos.
     El matrimonio recordó el mensaje de Flores, el cartero. "He visto a Neli en el notario. Iba con ella la jefa, a ponerla en la escritura del piso. Necesitaban un testigo y yo firmé. Por una paisana..."
     --Pues mejor que mejor, le pides tu parte y te haces el nido aquí -se apresuró a aclararle Tita-. Será la única forma de que cojas el trigo sin paja, porque si le da por morirse...
     --Y se morirá aunque no le dé -la interrumpió Lorenzo-, porque si anda así del riñón...
     --Y aparecen a reclamarte los primos, reprimos y requeteprimos, que nunca faltan -prosiguió ella-, te quedas sin collar y sin galgo, que como decimos por aquí: "El que con lo ajeno se viste…"
     --"En la calle lo desnudan" -concluyó Nélida.
      Y en su cuarto de jovencita recordó las palabras de doña Ángeles: "Además, aunque sólo sea por mí, debes quererlos, mis riñones cada día andan más perezosos. Dice el doctor que al final tendré que depender de una máquina, y si a la máquina le da por darme plantón... ¿quién va a echarte una mano?"
     Doña Ángeles llenó la ausencia de Nélida organizando unas vacaciones en Venecia. La recibiría con esa sorpresa. Pero la sorpresa se la mandó ella una mañana de finales de julio en forma de abogado.
     --Nélida le reclama el cincuenta por ciento del piso.
      --¡Pero... si el piso es mío!
     --Y suyo. Figura a nombre de las dos. Puede disponer de su parte.
     --¡Sí, sí... claro, pero eso será cuando yo muera!
     --Y ahora. ¿Quiere que lo arreglemos por las buenas?
      --Ni quiero ni puedo, le repito que el piso es mío y no
dispongo de ese dinero.
     --Pues ella le compra su parte y después lo vende.
      --¿Se está burlando de mí?
     --No, señora, cumplo con mi deber.
     --¡Pues deje su deber en mis manos que yo lo litigaré con ella!
     Pero ella huyó de sus llamadas y de sus visitas, y llegó la denuncia, y tuvo que buscarse un abogado, y se celebró el juicio.
     "Fue a trabajar de asistenta y la convirtió en su criada, en su dama de compañía, en su enfermera... por un  
ridículo sueldo que lleva sin subírselo más de diez años. La secuestró en nombre de la amistad y manipuló su personalidad con tal astucia que rompió todos los vínculos familiares", dijo el abogado, en defensa de Nélida.
     "Necesitaba una empleada por horas y le entregó su casa, su familia, su amistad… lo que no tenía, lo que necesitaba. Y además del sueldo y los seguros sociales, la vistió, la calzó, le costeó los viajes, los caprichos... Y fue tan generosa con ella, y le estaba tan agradecida, y tenía tanta fe en su amistad... que decidió asegurarle el futuro en su propia soga sin sospechar siquiera que al compartirla tiraría de la punta para deshacerle el presente", dijo el abogado, en defensa de doña Ángeles.
     Pero el juez dictó la sentencia con la ley en la mano. Doña Ángeles tenía preferencia, pero si en cuarenta y ocho horas no le pagaba su parte, Nélida podía comprarlo. Y para que no dudara de que lo haría, ya había depositado el dinero en una entidad bancaria.
     Cuando la encontré aquella tarde venía del bufete de su abogado, de que le confirmara lo que ya se temía.
     --¿Y... y qué va a hacer?, -le pregunté a medio tono, mientras el camarero nos echaba apagando luces.
     --De momento esperar a que la policía me saque de mi casa para meterla a ella y después cualquier cosa menos volver a mirar a alguien.
     Recogimos el coche y la acompañé a su casa, a aquella casa que había pagado en veinte años y se la quitarían en dos días. De regreso a la mía recordé mis recreos en el Cervantes. Alumnos y profesores corríamos en tropel a la cafetería. Unos y otros se apresuraban a recoger sus desayunos en la barra y a ocupar las mesas para desayunar en corrillos. Yo solía perderme en el baño y en cuanto alguna de las mesas quedaba libre me sentaba ante los restos de un café y una ensaimada para evitar que el camarero
me preguntara qué iba a tomar, para que nadie se diera cuenta de que entre tantos hijos de papá yo era la única que estudiaba gracias a las becas. Siempre que doña Ángeles estaba en el bar, me sorprendía el empleado con un café y una ensaimada."Tu desayuno ya está pagado". Y pensé que los pequeños detalles sólo podían salir de los corazones grandes, y pensé que la gratitud era la única doctora que podía devolverle la vista a un corazón que estaba a punto de quedarse ciego por un desengaño, por una traición, y a la mañana siguiente, consulté mi cuenta en el banco. Tenía el dinero, el dinero que llevaba tiempo ahorrando para dar la entrada de un piso. Y concluí que había cosas que podían esperar y otras que no. Y dos horas después, mi antecesora en el puesto de profesora de Alemán del Cervantes, recibía en su casa un cestillo de violetas con un cheque firmado que decía: "Devuélvamelo cómo y cuándo pueda". Y cuando me telefoneó llorando comprendí que no cerraría los ojos ante los seres humanos, porque había descubierto que entre la paja también se encontraba el trigo y había que salvarlo. Y sentí que de todos los sobresalientes que me había puesto, aquel diez era el único del que verdaderamente podía sentirme orgullosa.

        Relación de libros publicados por mi autora: María Jesús Sánchez Oliva. Pero antes quiero recordarte que por ser el primero de sus libros me ha distinguido con este espacio en su blog del que me siento tan orgulloso como responsable.
    Garipil-1995.
    Reseña: Garipil es un semáforo. Nace con una idea en la cabeza: decir a la sociedad que las máquinas como él nacen para estar al servicio del hombre, para ayudarle en todas las tareas que tiene que realizar, para hacerle la vida más cómoda, pero en ningún caso para suplirlo. Su mensaje es tan aconsejable para niños como para mayores.
    Letanías-1999.
    Reseña: Letanías es una colección de historias breves pero completas. El libro ideal para los que quieren leer pero les falta paciencia para enfrentarse a libros con muchas páginas. Algunos de los relatos han sido premiados en distintos certámenes literarios.
    El rosario de los cuentos-2003.
    Reseña: En los primeros años de la posguerra española, en un pueblo de Castilla, un cura de la época es incapaz de encauzar a sus feligreses por el camino recto a través del Santo Rosario, como era costumbre. Ante su fracaso decide transformar cada misterio en un cuento. El resultado son quince cuentos para niños de distintas edades. Cada cuento está ilustrado con una viñeta alusiva a la época. Este libro obtuvo el tercer premio en el Concurso de Cuentos Tiflos en su edición de 1996.
    Cartas de la Radio-2007.
    Reseña: Cartas de la Radio es una colección de cartas o artículos de opinión escritas y leídas en un programa de radio por María Jesús Sánchez Oliva durante cuatro años. Las cartas van dirigidas a políticos, ciudadanos de a pie, víctimas del terrorismo, instituciones, asociaciones, etc, y no pocas nos llevan a acontecimientos que siguen vivos en nuestra memoria.

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