domingo, 30 de julio de 2017

COSAS DE GARIPIL

¡Hola! ¿Cómo va el verano? Quizá pasando unos días en la playa, quizá disfrutando de las fiestas del pueblo, quizá en tu lugar habitual, aprovechando las altas temperaturas para ir a la piscina, a jugar al parque con tus amigos de siempre, a practicar algún deporte y es posible que hasta trabajando porque no han llegado las vacaciones, pero seas niño o seas adulto y hagas lo que hagas, lo importante es hacerlo con ilusión, y como siempre hay unos minutos para leer, te dejo este cuento.

          El Rosario de los cuentos              

          Cuarto Misterio: El capote de ida y vuelta

     Aquel gélido día de finales de enero, el campesino Esteban se levantó antes de acostarse la luna, sacó del dorado catre de los sueños a su hijo de ocho años recién cumplidos, lo cogió de la mano y en la cuadra ensilló el borrico más ligero y lozano que tenía. “Tienes que acompañarme a la ciudad, a llevar a mi padre al asilo -le dijo en tono de sermón, a la tenue luz del candil-. Lo que ayer se gastó el abuelo en ayudarme a vivir con dignidad, hoy debo gastármelo yo en ayudarle a morir a gusto. Y quiero que veas lo generoso y agradecido que soy con él, para que mañana, cuando los años me tornen viejo, tú lo seas igual conmigo". Y el niño bajó sus adormilados ojos y dijo "amén".
     El campesino arreó el burro para salir a la calle. De la casa salió su mujer envuelta en una bata de paño oscuro, con el moño deshecho y prestándole de bastón un brazo al abuelo. "Le he metido tres mudas, seis moqueros, un par de toallas, otro de servilletas, sábanas de quita y pon, unas zapatillas de invierno y otras de verano -dijo entre los aplausos de su conciencia mientras le entregaba la alforja de viaje-, y como lleva boina, pantalones, chaqueta y zapatos nuevos, por muchos años que viva, estará vestido hasta que muera".
     El matrimonio ayudó al anciano a subirse al pollino. Tenían por delante un apretado racimo de horas y un camino de piedras y cuestas. Hacía frío, mucho frío, tanto que al intentar expresarlos, los pensamientos morían. Y en la soledad de la noche sólo el silencio gritaba. El campesino se quitó el capote de viaje y se lo puso a su padre. "Este capote fue y vino con mi abuelo de todos los viajes que hizo a lo largo de su vida. Cuando pasó a ser suyo, lo mismo ocurrió. Desde que yo lo recibí de sus manos, de todos ha ido y ha venido conmigo. Pero de éste, sólo irá, volver, no volverá. Prefiero tener que viajar yo a cuerpo, antes de que a cuerpo tenga que dar usted sus paseos -le dijo mientras cogía el farol de cuatro caras que para disipar la oscuridad le ofrecía su mujer-. Y si antes de separarnos para siempre quiere algo más de mí, sólo tiene que tocar en mis oídos las campanas de sus deseos. No hay ni deber ni placer mayor para los hombres de bien que hacer felices a sus padres". Y tirando de las riendas del animal puso en marcha la caravana que sin inmutarse cerraba su hijo.
     Al pasar por la ermita del pueblo, el anciano dijo a su hijo:
      —Quiero un cirio.
     —¿Un cirio? ¿Para qué?
     —Para encendérselo a Santa Bárbara cuando el  diablo mande las tormentas, para que con sus benditas manos las eche a tiempo de tus sembrados.
     Y el campesino Esteban entró en la iglesia, cogió un cirio y lo metió en la alforja de su padre.
     En el ecuador del camino, el anciano dijo a su hijo:
     —Quiero dos ramas de encina.
     —¿Dos ramas de encina? ¿Para qué?
     —Para que cuando se me acaben los días que Dios me ha dado me pongan en la tumba una cruz de madera de mi tierra.
     Y el campesino Esteban cortó de una encina dos ramas de las más rectas, las
deshojó de sus hojas y las metió en la alforja de su padre.
     Al pasar por la última alameda, el anciano dijo a su hijo:
      —Quiero un jilguero.
      —¿Un jilguero? ¿Para qué?
     —Para mandarlo por las noches a la cabecera de mi nieto, a que le cuente los cuentos que para que se duerma le cuento todos los días.
     Y el campesino Esteban se metió entre los árboles, cogió un nido de jilgueros y puso el más bello de todos en las manos de su padre.
     Al atardecer llegaron al asilo del Dulce Final. El campesino se acercó a la puerta y al llamador le entraron las prisas. Dos blanquísimas, menudas y diligentes monjitas salieron a recibirlos: sor Caridad de los Abandonados y sor Consuelo de los Olvidados. El anciano se santiguó y se cruzó los brazos sobre el corazón, como para defenderse, como para despistarse... como para esconder entre ellos su enjuto cuerpo. Y en el tejemaneje el jilguero abrió las alas y recobró su libertad.
     —Acaba usted de entrar en su verdadera casa -le dijo sor Caridad con una sonrisa, tomándole suavemente una de las manos.
     —Y de conocer a su auténtica familia -añadió sor Consuelo más sonriente todavía, tomándole cariñosamente la otra mano.
     Y conduciéndolo por un laberinto de desangelados pasillos le mostraron la alcoba con luz eléctrica, el comedor con manteles en las mesas, la sala de estar con ventanas a la calle, el baño con agua corriente, la capilla con una Virgen de los Desamparados en el altar mayor, el jardín bordeado de adelfas… y junto a las habitaciones de las monjas, la impecable y pálida enfermería.
     —La madre abadesa es doctora -dijo sor Caridad- y hace milagros con los enfermos.
     —Y las demás hermanas, enfermeras, lavanderas, cocineras... -añadió sor Consuelo- y por encima de todo, hijas de los ancianos.
     Finalmente se dirigieron todos a la sala de despedidas. Antes de alcanzar la puerta interior, en el último cambio de pasillo, se tropezaron con tres asilados: un hombre y dos mujeres. "¡Uno nuevo, uno nuevo!", gritó él con un chorro de voz gangosa, y parándose ante ellos empezó a golpear el suelo con la cachava. Ellas, cual polluelos perdidos que reconocen a lo lejos las plumas y el cacarear de su gallina, se acercaron también. "¡Vete, vete! -aconsejaba el hombre al anciano recién llegado- Aquí nadie viene a ver a los vivos, todos vienen a ver a los muertos. Y es tan triste recibir visitas cuando ya no puedes atenderlas...” "¡Llévame a mi casa, llévame con los míos!
 -imploraba una de las mujeres al campesino Esteban- Les he escrito muchas cartas para que vengan a buscarme, pero escribo tan mal que no me entienden. Y sor Auxilio de los Desvalidos me riñe cuando le pido que les ponga cuatro letras por mí”. "¡Quédate con nosotros, quédate! -suplicaba la otra al indiferente hijo del campesino-
 Aquí no hay niños, sólo hay abuelos. Y es tan aburrido contar adivinanzas a quien conoce las soluciones..." Sor Consuelo soltó bruscamente al anciano, alzó su voz avinagrada y dando unas palmadas de sargento gritó: "¡A dormir, a dormir! ¿No les tengo dicho que en cuanto se acuesta el sol el diablo se levanta y viene a quitarles el alma a los viejos que andan por los pasillos para llevársela con él al infierno?" Los asilados corrieron a apiñarse junto al niño, como esperando que su intervención los salvara del diablo y de la monja. Pero sor Consuelo se fue hacia ellos con los brazos abiertos, los despegó de su lado con suaves empujoncitos, y conduciéndolos hacia el pasillo opuesto, les repitió dulcemente: "A acostarse, a acostarse. Dios Nuestro Señor está cantando una nana para que se duerman sus Jesusitos". Y mientras ellos se alejaban pisando lentamente las breves flores de su ilusión, ella, cual ágil y mansa paloma, volvió al palomar abandonado.
     —Disculpe - dijo al campesino mientras se hacía de nuevo con la mano de su padre-. Los viejos se vuelven niños, y como a los niños hay que tratarlos.
     —Claro, sor, claro -le sonrió sor Caridad-, con amor, con firmeza, como usted lo ha hecho ahora, como todas lo hacemos siempre.
     Entraron todos en la sala. La bombilla parpadeó nerviosa, como dudando entre si encenderse o apagarse. Al fin optó por brindarles su luz. Era una estancia amplia con una planta en cada esquina, todas de hoja perenne, todas brillantes de mimos. Las monjas sentaron al anciano en el único sillón que había y ellas lo hicieron en los brazos de éste. Sobre sus cabezas predicaba con el ejemplo un cuadro de la Virgen María junto al lecho de sus ancianos padres San Joaquín y Santa Ana. "El amor que te dieron en la niñez -pedía una inscripción- devuélveselo en la vejez". El anciano exhaló un suspiro que impregnó el ambiente de impaciencia.
     —Aquí estará como en el cielo -le dijo sor Caridad.
     —Y se sentirá como entre ángeles -añadió sor Consuelo.
     El campesino Esteban soltó la alforja a los pies de su padre, extrajo de la cartera un manojo de billetes y lo puso en la mano de sor Caridad.
     —Lo que no precisen gastar en él -dijo en plural-, gástenlo en los demás. No todos los padres tienen la fortuna de tener un hijo como yo.
     Y dirigiéndose a él, añadió:
     —Si desea algo más de mí, me queda un minuto para complacerlo.
     —Me basta y me sobra con un segundo -masculló el anciano masticando las palabras, como dudando entre tragárselas o arrojarlas-. Bésame las barbas con el mismo gusto que yo te besaba las babas.
     —Lo siento, lo siento -masculló el campesino entre dientes mientras retrocedía unos pasos-. Las babas ríen cuando alguien las besa, las barbas, lloran. Y no hay nada más terrible que un hijo haga llorar a un padre.
     Y sin dejarse deslumbrar por las lágrimas que brillaban en sus ojos, hizo una reverencia a las monjas, dio media vuelta, cogió a su hijo de la mano, y ambos se dirigieron a la salida.
     —Ahora mismo le dará sor Mercedes de los Hambrientos unas sopas bendecidas que le resucitarán todo el cuerpo -decía sor Caridad al abuelo mientras le secaba un ojo con el revés de su mano.
     —Eso, eso -añadía sor Consuelo secándole el otro con idéntica seda-. Y después le dará sor Clara de los Caminantes un baño de agua bendita que le resucitará todo el alma.
     Pero antes de alcanzar la puerta, el niño se soltó de su padre, deshizo lo andado a zancadas, y como impulsado por el demonio, empezó a quitarle el capote al anciano.
     —Si usted lo heredó de su padre, si mi padre lo heredó de usted, se pasme o se muera de frío, yo debo heredarlo de él -repetía enérgicamente entre tirón y tirón mientras su víctima, fingiendo rabia y dolor, se deshacía en ayes, ruegos y maldiciones y le facilitaba el atraco.
     —Dios castiga a los malos nietos con malos sueños -decía sor Caridad intentando asirle un brazo.
     —Y a los malos hijos, con malos tiempos -añadía sor Consuelo luchando por atraparle el otro.
     Pero el niño las frenó a manotazos, a codazos... se hizo con el capote y corrió hacia su padre que lo reclamaba fuera de sí.
     —He sembrado trigo y he recogido paja -Se lamentó-. ¿Por qué le has quitado el capote a mi padre?
     —Porque me corresponde y lo necesito para abrigar al mío cuando antes de lo que espera se me vuelva viejo y venga a traerlo al asilo.
     Y el campesino Esteban inclinó la cabeza ante su hijo, cogió a su padre, y con capote y sin dinero, los tres volvieron a casa.

     María Jesús Sánchez Oliva

        Relación de libros publicados por mi autora: María Jesús Sánchez Oliva. Pero antes quiero recordarte que por ser el primero de sus libros me ha distinguido con este espacio en su blog del que me siento tan orgulloso como responsable.
    Garipil-1995.
    Reseña: Garipil es un semáforo. Nace con una idea en la cabeza: decir a la sociedad que las máquinas como él nacen para estar al servicio del hombre, para ayudarle en todas las tareas que tiene que realizar, para hacerle la vida más cómoda, pero en ningún caso para suplirlo. Su mensaje es tan aconsejable para niños como para mayores.
    Letanías-1999.
    Reseña: Letanías es una colección de historias breves pero completas. El libro ideal para los que quieren leer pero les falta paciencia para enfrentarse a libros con muchas páginas. Algunos de los relatos han sido premiados en distintos certámenes literarios.
    El rosario de los cuentos-2003.
    Reseña: En los primeros años de la posguerra española, en un pueblo de Castilla, un cura de la época es incapaz de encauzar a sus feligreses por el camino recto a través del Santo Rosario, como era costumbre. Ante su fracaso decide transformar cada misterio en un cuento. El resultado son quince cuentos para niños de distintas edades. Cada cuento está ilustrado con una viñeta alusiva a la época. Este libro obtuvo el tercer premio en el Concurso de Cuentos Tiflos en su edición de 1996.
    Cartas de la Radio-2007.
    Reseña: Cartas de la Radio es una colección de cartas o artículos de opinión escritas y leídas en un programa de radio por María Jesús Sánchez Oliva durante cuatro años. Las cartas van dirigidas a políticos, ciudadanos de a pie, víctimas del terrorismo, instituciones, asociaciones, etc, y no pocas nos llevan a acontecimientos que siguen vivos en nuestra memoria.
    Cuentos de la Cigüeña (Soles y Lunas)-2014.
    Reseña: Son doce cuentos escritos en verso con los que las mamás –y los papás- disfrutarán leyéndoselos a sus hijos y los niños aprenderán a amar la poesía a la vez que los cuentos.

    Para más información sobre los libros, hacer un comentario o simplemente saludarme, , solo tienes que contactar conmigo a través de mi dirección de correo electrónico:

garipil94@oliva04.e.telefonica.net 

    Estaré encantado de responderte.

    Gracias por tu visita y hasta el próximo número.

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