domingo, 30 de julio de 2017

MESA CAMILLA

Réquiem por un banquero

     Miguel Blesa, el banquero más poderoso del país, el que invitaba a sus amigos, parientes y políticos a pasar vacaciones en barcos de lujo, a cazar leones, leopardos y elefantes en países de África, el que presumía sin ningún rubor de hospedarse en hoteles de lujo, de gastarse verdaderas fortunas en vino, fiestas y escopetas de caza, hace unos días, poco menos que en la ruina, decidió quitarse la vida en su finca de Córdoba, y España no ha llorado por él.
     Miguel Blesa, el que llegó a ser uno de los más grandes banqueros del país gracias al expresidente José María Aznar, el uña y carne -nunca mejor utilizada la tan española expresión- de Rato, Aguirre, Gallardón y los más altos cargos del Partido Popular, hace unos días, abandonado por todos, decidió quitarse la vida en su finca de Córdoba, y España no ha llorado por él.
     Miguel Blesa, el banquero español que por su espléndida gestión fue galardonado con el “Premio al Mejor Presidente de Entidad Financiera 2005, concedido por la revista económica Banca 15, que no sé de qué revista se trata, pero que a juzgar por el mal ojo que tiene para repartir premios, debe ser una de las peores revistas en la materia, hace unos días, sin medallas, sin flores y sin aplausos, decidió quitarse la vida en su finca de Córdoba, y España no ha llorado por él.
     Miguel Blesa, el ya expresidente de Caja Madrid y de todas las cajas en las que quede un euro por si las moscas, el que por su generosidad con las llamadas tarjetas Black acabó siendo condenado a seis años de cárcel y tenía por delante un complicado panorama judicial por las preferentes, los papeles de Panamá y otros delitos relacionados con el dinero público, hace unos días, sin fuerzas para enfrentarse a la justicia, decidió quitarse la vida en su finca de Córdoba, y España no ha llorado por él.
     Pero no es que la noble España, la que llora por todos los muertos, la que a todos los hace buenos aunque hayan sido unos hijos de su madre, la que jura y perjura que la muerte no se la desea ni a su peor enemigo, se haya alegrado de que le haya dicho adiós para siempre, es que sus desfalcos y sus estafas, además de sin dinero para pañuelos, la han dejado sin lágrimas.

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