miércoles, 6 de diciembre de 2017

COSAS DE GARIPIL

¡Hola! Estamos en el último mes del año. Quiero daros las gracias por la atención que me habéis prestado a lo largo de sus doce meses. Me gustaría que todos pudierais disfrutar con alegría de estas hermosas fiestas, pero me consta que la vida no siempre es tan generosa como yo deseo y entre luces de colores, villancicos y regalos algunos os sentiréis tristes, solos o preocupados. Con la esperanza de que todo se resuelva y tengáis salud para seguir visitándome, os dedico el último relato de “El rosario de los cuentos”.      

El mensaje de las palabras cruzadas

     Las agujas del reloj que quebraban el silencio de la sacristía de Santa Aurora avanzaban aquella noche como siempre, sin prisa, sin pausa, como indiferentes a las zozobras humanas, como si nada les importaran los anhelos y las desesperanzas de los mortales, y a punto de alcanzar las doce sacaron de su embeleso al octogenario padre Retahílas.
     —¡Vamos, vamos! -despabiló a los monaguillos que se peleaban entre sí por acabar a hurtadillas con el pan y el vino sin consagrar- Subid al campanario y tocad las campanas a fiesta mayor.
     Los monaguillos no corrieron cual dóciles corderos prestos al silbido del pas¬tor, volaron cual ladronzuelos temerosos de ser pillados por la justicia con las manos en la masa.
     Al quedarse solo, el padre Retahílas, un tanto nervioso por el despiste se sentó ante la mesa de pino, extrajo de la gaveta papel, tintero y pluma, se caló los anteojos y empezó a hilvanar el sermón. Recordaría a sus feligreses que Dios nacía hecho hom¬bre para salvar sus almas de la muerte, les pediría que dejaran de mirarse como ene¬migos antes de que fuera demasiado tarde, les aconsejaría que unieran sus manos con amor para hacer de sus vidas el preludio de la felicidad eterna, para hacer del pueblo un paraíso terrenal, para poder esperar en él como sentados en el vestíbulo del cielo... como venía haciendo desde hacía ya más de cincuenta años, medio siglo, desde aquel año en que a caballo y con sotana recién estrenada llegó como párroco a Caparrosa. Pero una voz encendida de firmeza y brotando de la llama azul de la lamparilla que le alumbraba le hizo fruncir el ceño.
     —¡Olvida el sermón de una vez! ¡Deja ya de predicar para leños del monte! ¿No ves que después de tantos años desgranando la misma espiga sólo has conse¬guido recoger el apodo de Retahílas?
     Y movido por un extraño resorte, no tan enojado consigo mismo como con sus feligreses, rasgó el pliego de papel en horizontal y en vertical, y los pedacitos se le escaparon de las manos cual mariposas ávidas de libertad.
     Los monaguillos volteaban las campanas arropados por un manto de escarcha y haciendo burlas del cura, "¡Navidad!", parecía tañer una con alegría. "¡Hoy es Navidad!", parecía repetirle la otra con redoblado entusiasmo. Sus gritos metálicos levantaron a las familias de las mesas atiborradas de potajes de conchas y caracoles de plata, de pavos galvanizados de oro, de pasteles festoneados de rubíes, de pan de rosas,
 
de vinos de sueños... de antiguas costumbres heredadas de sus mayores, de exquisitos y exagerados cumplidos con el estómago. Y vestidos de lujo salieron de sus casas de mármol y cristal para ver nacer en la iglesia al Niño de Belén, al Rey de reyes, al Salvador de los hombres... Al Dios que tantas veces chantajeaban ante un callejón sin salida, sin norte, sin luz. Al padre Retahílas le entornaron los ojos como de un mazazo.
     Era cierto. Ignoraba a quién correspondía aquella misteriosa voz que acababa de hablarle desde la llama de la lamparilla, pero había derramado en su desgastado ánimo todo un jarro de convencimiento. Por los áridos caminos del calendario veía aproximarse como cada año a ese burrito blanco llamado Navidad. Traía las alforjas colmadas de confites de amor, de rosquillas de paz y de tisanas de alegría. Sus feligreses se las comerían a bocados, con hambre de siglos, dispuestos a saciarse para siempre de aquellas delicias, de aquellas virtudes. Pero en cuanto Navidad doblara la gélida esquina del 25 de diciembre volvería a nutrirse del menú de los diarios: el zapatero volvería a pagar sus vicios con los libros de sus hijos, la modista volvería a estrenar vestido de los retales sisados a sus amigas, el tabernero volvería a bautizar el vino para endemoniar a los parroquianos y santificar el cajón, la posadera volvería a bailar los números de las minutas para que en lugar de restar sumaran, los labrado¬res volverían a enzarzarse por el turno del agua, las lavanderas volverían a hurgar con la lengua en las conciencias ajenas, volverían todos a darse la espalda, a hacerse el vivir difícil, a pegarse, incluso, y habría que esperar 364 días de discordias para dis¬frutar de uno de armonía. Y para tan corto viaje, lo veía claro: no valía la pena entre¬garse a mullir albardas.
     Los monaguillos repicaron las campanas por última vez. "¡Navidad, hoy es Navidad!", parecían tañer al unísono. El Padre Retahílas se abrochó los botones de la sotana, se colocó la casulla y salió al altar. Mil ojos se clavaron en él pero los suyos no vieron a nadie. Un moscardón zumbando alrededor de su cabeza lo tenía como sitiado entre el cielo y la tierra. Se santiguó y empezó a bisbisear en latín. Se traga¬ba las palabras como sin masticarlas, atajaba las oraciones como intentando llegar al amén de un brinco. Al concluir el Evangelio un murmullo lo libró de las alas del moscardón.
     —El sermón, Padre Retahílas, se le ha olvidado el sermón -le susurró un monaguillo al oído.
     —El sermón, Padre Retahílas, se le ha olvidado el sermón -le repitió el otro por si las moscas.
—¿El sermón? ¿Qué sermón?
—El de Navidad -musitaron a coro los feligreses-, el de Navidad.
     Los miró sin querer verlos, borracho de vergüenza. Estaban vestidos de buenos y tenían en la sonrisa alfajores de cariño, jaleas de ternura y piñonadas de besos para el Niño Jesús. Pero el Sol de cielos y tierras no nacería aquella noche en aquel Belén, y no nacería por su culpa, sólo por su culpa.
     —¡Perdonadme, hijos, perdonadme! Hace un rato me tentó el diablo en la sacristía, me puso en contra vuestra y rompí el sermón en pedazos. Me abrumaban tanto vuestras pocas ganas de hacerme caso que no dudé en dejar de ser el padre Retahílas para empezar a ser el padre Mutis. ¡Perdonadme, perdonadme! Son cosas, manías de un cura viejo.
     Y rompió a llorar como cuando era niño y los mayores lo pillaban en un renuncio.
—Ya chochea -murmuraba el cartero.
 —Se le va la especie -comentaba el panadero.
 —Está como un cencerro -cuchicheaba el lechero.
 —El cuerpo le pide tierra -ironizaba el enterrador.
 —¡Pobrecillo! -suspiraba una beata.
     —Tiene fiebre, está en las últimas -vaticinó el médico, y salió a buscar unas píldoras.
     Al abrir la puerta, un buey y una mula entraron en la iglesia y se acurrucaron al pie del altar. Un gallo descendió del campanario y después de poner con el pico un puñado de mariposas de papel en las manos del cura quiquiriqueó muy ufano. "¡Navidad, hoy es Navidad!" El dulce gemido de una madre recién parida puso de repente un niño sobre las pajas del pesebre. Era un niño tan pobre que sólo pedía dar, tan santo que sólo podía sacrificarse, tan sabio que sólo podía perdonar, tan hermoso que resplandecía en las sombras como en la noche los luceros, tan grande que se menguaba como la luna, tan poderoso que se ocultaba como el sol, tan hombre que que¬ría volver a ser niño... "¡Navidad, hoy es Navidad!", entonaron los feligreses de súbito, radiantes de alegría. El padre Retahílas estrujó nervioso el capullo que en el nido de sus manos habían tejido las mariposas, y un gusano de nácar surgió al ins¬tante de las entrañas de seda, serpenteó por sus vestiduras y le susurró al oído: "¡Navidad, ¿qué es Navidad?" Y entonces salió de su error. No había sido el diablo quien le habló en la sacristía, había sido el mismísimo Dios. Y no le quería decir que no echara el sermón, le quería decir que las retahílas de recordatorios, de ruegos y de consejos no servían para nada, que las cambiara por explicaciones; y no le quería decir que sus feligreses eran como leños, le quería decir que predicara para hombres de la tierra y no para leños del monte, que les diera razones, que los enseñara a pensar, a entender... Pero se lo había dicho con un cruzado de palabras tan sabias y tan sencillas a la vez que en lugar de oírlas con el corazón, -como se oye a Dios-, las oyó con las orejas, -como se oye al diablo-, y ahora, ¿qué podía hacer él ahora para explicar a sus feligreses qué era la Navidad si el pensamiento sólo le daba ronquidos, si las ideas no cesaban de darle vueltas y las palabras se le estrangulaban entre sus labios de vidrio?
     Miró al Niño recién nacido. Nadie supo si pidiéndole perdón, nadie supo si pidiéndole auxilio. De pronto una estrella amarilla se descolgó del firmamento, revoloteó en círculos sobre el altar y se posó en su atolondrada cabeza. Al principio, agobiados por el peso, los pies le temblaron; después, el peso se le deshizo en la sangre y empezó a flotar en el aire. De las ocho puntas de la estrella se descolgaron inesperadamente ocho ángeles coronados de flores, con túnicas de armiño escondido entre guirnaldas de azafrán, y acompañándose de zambombas, castañuelas y panderetas, entonaron a coro y con sus voces de terciopelo el más elocuente villancico que se había oído en Caparrosa.
Navidad no es vestir pinos
con sonrisas encendidas,
ni deshojarle al vecino
rosas de amor unos días;
Navidad no es hacer pan
con harina del derroche,
y echar campanas de paz
que repiquen unas noches.
Navidad es hacer juntos
escaleras de verdad
por las que pasen los unos
sin pisar a los demás
haciendo que para todos
sea la vida Navidad.
     Y cuentan los testigos de aquella misa que cuando el padre Retahílas voló al cielo sobre las rosadas alas de tul de aquellos ángeles sonreía de felicidad por haber sabido al fin explicar a sus feligreses qué era Navidad.

María Jesús Sánchez Oliva.

        Relación de libros publicados por mi autora: María Jesús Sánchez Oliva. Pero antes quiero recordarte que por ser el primero de sus libros me ha distinguido con este espacio en su blog del que me siento tan orgulloso como responsable.
    Garipil-1995.
    Reseña: Garipil es un semáforo. Nace con una idea en la cabeza: decir a la sociedad que las máquinas como él nacen para estar al servicio del hombre, para ayudarle en todas las tareas que tiene que realizar, para hacerle la vida más cómoda, pero en ningún caso para suplirlo. Su mensaje es tan aconsejable para niños como para mayores.
    Letanías-1999.
    Reseña: Letanías es una colección de historias breves pero completas. El libro ideal para los que quieren leer pero les falta paciencia para enfrentarse a libros con muchas páginas. Algunos de los relatos han sido premiados en distintos certámenes literarios.
    El rosario de los cuentos-2003.
    Reseña: En los primeros años de la posguerra española, en un pueblo de Castilla, un cura de la época es incapaz de encauzar a sus feligreses por el camino recto a través del Santo Rosario, como era costumbre. Ante su fracaso decide transformar cada misterio en un cuento. El resultado son quince cuentos para niños de distintas edades. Cada cuento está ilustrado con una viñeta alusiva a la época. Este libro obtuvo el tercer premio en el Concurso de Cuentos Tiflos en su edición de 1996.
    Cartas de la Radio-2007.
    Reseña: Cartas de la Radio es una colección de cartas o artículos de opinión escritas y leídas en un programa de radio por María Jesús Sánchez Oliva durante cuatro años. Las cartas van dirigidas a políticos, ciudadanos de a pie, víctimas del terrorismo, instituciones, asociaciones, etc, y no pocas nos llevan a acontecimientos que siguen vivos en nuestra memoria.
    Cuentos de la Cigüeña (Soles y Lunas)-2014.
    Reseña: Son doce cuentos escritos en verso con los que las mamás –y los papás- disfrutarán leyéndoselos a sus hijos y los niños aprenderán a amar la poesía a la vez que los cuentos.

    Para más información sobre los libros, hacer un comentario o simplemente saludarme, , solo tienes que contactar conmigo a través de mi dirección de correo electrónico:

garipil94@oliva04.e.telefonica.net 

    Estaré encantado de responderte.

    Gracias por tu visita y hasta el próximo número.

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